Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 27

 

P. Ramón María Andreu Rodamilans S.I.

Textos tomados de su informe, con adiciones suplementarias. 

 

 

P. Ramón María Andreu Rodamilans S.J.

Este capítulo es una extensión del informe del P. Ramón del capítulo 21, con mas textos adicionales y suplementarios a los hechos relatados por él.

Porque los pequeñuelos, las mujeres, las almas vírgenes tienen un corazón más puro, o hacen generosamente violencia a las pasiones. Así, el Espíritu Santo puede hacer que en ellas brille su luz. Las palabras de la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios", encuentran ya aplicación en esta vida.

Los hombres y los grandes talentos no tienen, pues, razón alguna para acusar por eso a las mujeres, antes la tienen muy grande para acusarse a sí mismos. No es un privilegio de los pequeños y de las mujeres el ver mejor las cosas sobrenaturales, sino que es como un castigo para los hombres y para los sabios, a fin de que se humillen. Y si no lo hacen, aún les aguarda mayor confusión, conforme lo declaró el Salvador a Santa Catalina de Sena. Santa Teresa rogaba a Nuestro señor que, en vez de colmarla a ella de tantos favores, los dispensase a hombres sabios, a los sacerdotes, a los religiosos, a los teólogos; y El le contestó: "Estos, ni tienen 'tiempo', ni gana de trabar relaciones de confianza conmigo; y, pues siempre me desdeñan, tengo que dirigirme a sencillas mujeres, si he de tener el consuelo de tratar mis intereses con los hombres"; P. Arintero, "La evolución mística", pág. 737.

Los vecinos de Garabandal, conocedores de la sinceridad y normalidad de las niñas, tienen el convencimiento de que lo que ellas dicen es verdad. El aislamiento da al pueblo y a sus habitantes una sensación de tranquilidad y paz. Al anochecer, una mujer, la madre de Jacinta, recorre las calles, según vieja costumbre, tocando una campanilla para invitar a los vecinos a rezar por las almas o ánimas del purgatorio. El rosario se reza en la iglesia todas las tardes.

Un día, en el pueblo, cierta jovencita sufrió un ataque de nervios, pretendiendo que la Virgen le había hecho una "llamada". Me la trajeron en seguida a casa del señor Ceferino, donde estábamos con Loli y Jacinta, un médico y varias otras personas. Se le dió un calmante, y el médico y todos los presentes pudimos ver la enorme diferencia que había entre la acostumbrada tranquilidad de Loli y Jacinta y el aspecto desencajado y nerviosísimo, en el hablar y mirar, de la jovencita que había sufrido el ataque. Después de retirarla y acostarla en una cama, ella se fue recuperando lentamente. Poco después, en una visión, se oyó decir a las dos niñas: "¡Y se le hacía que la Virgen la llamaba!... ¡Ah! Es que estaba mala... ¡Qué susto nos dio!"

De la observación de las niñas videntes, se saca lo siguiente:

1.- Ellas no tienen ansia de espectacularidad. Al revés, les gusta huir de la gente que viene a verlas. Un día bajaban del prado Loli y Jacinta; al llegar a un alto desde donde se domina el pueblo, se dijeron una a otra: "¡Qué pena! con lo bien que estábamos solas. Y ahora, ¡otra vez con la gente!".

Aseguran ellas que la Virgen les dice que estén en sus casas, sin salir nada más que para hacer algún recado; es decir, que no anden por la calle en las horas de la tarde, que es cuando acude la gente. Esto no se lo ha dicho la Virgen todos los días; pero ellas lo cumplen bien.

2.- Por otra parte, a las niñas les gusta que venga gente, "para que crean"; pero no están pendientes de ella, cuando ha venido.

3.- El hecho de que la mayoría de sus visiones sean en público, no es cosa que dependa de ellas, ya que ellas son llevadas y traídas por una fuerza superior; lo cierto es que tan pronto como acaban los trances, se apresuran a recogerse en casa.

4.- No se inquietan para nada si, después de venir mucha gente, no hay visión y los visitantes se marchan descontentos o desilusionados.

En la tarde del 25 de julio de 1964, festividad del Apóstol Santiago decía Pilar, la madre de Mari Cruz:

Ella, Mari Cruz, no quería que la viera nadie; no crea usted que Mari Cruz andaba buscando que la viera la gente, quería estar sola. Mire, en una ocasión resultó que la chiquilla había ido por avellanas con una que se llama Pili, hija de Mingo y Nati; y estando en la braña del Monte, más lejos que de aquí a Cosío, la chiquilla estaba tan tranquila cogiendo avellanas, cuando de pronto empieza a decir que tenía que irse a los Pinos, y pesca a correr, y las otras que no podían seguirla; y les dijo: Mirad, si en los Pinos no hay gente, me podéis dejar sola; pero si hay gente, avisad a casa.

Escolástico, padre de Mari Cruz, interviene para decir que las compañeras le preguntaron luego que cómo había corrido tanto, que no podían seguirla, y ella les contestó: "Pues en esos momentos, a mí me parece que voy sentada".

Llegó a los Pinos, y allí estaba Matutano; cayó en éxtasis, y las otras chiquillas dijeron cuando llegaron, que llegaban negras de correr, y allí estaba ella como si ná.

Este episodio de Mari Cruz, según unas notas de don Valentín, el párroco, ocurrió el 20 de septiembre de 1961.

Un día estaba yo en Torrelavega, y vino a casa la prima, y la encontró aquí sola en la cocina, en éxtasis, y Dios sabe el tiempo que llevaría así. Otro día fue Nisia a llevar la comida a la cuenca, y la encontró sola también en los Pinos. Y ella, encantada; ella prefería estar sola.

Aniceta, madre de Conchita, recuerda de una noche con tiempo malísimo, noche "pestífera", dice ella, en que hubo de acompañar a su hija extática hasta el cementerio. La buena mujer confiesa que es muy miedosa, y por nada del mundo andaría ella sola de noche, y menos camino del camposanto; sólo le ha desaparecido este miedo cuando iba con alguna niña en éxtasis: entonces se sentía otra.

Pues bien, esa noche, ella y Conchita, enteramente solas, se fueron por aquellos caminos tan solitarios, oscuros y embarrados; se estuvieron largo rato rezando por los difuntos a las puertas del cementerio; volvieron después al pueblo, y la marcha en solitario continuó, pues Conchita, siempre extática, se puso a recorrer sus calles y callejas, cantando el rosario, al que contestaba su madre lo mejor que podía. Dice ésta que Conchita por entonces cantaba muy mal, "casi tan mal como don Valentín", pero en éxtasis se transfiguraba y lo hacía de maravilla; al fin, salieron alguna personas de sus casas y se les agregaron.

Continúa el P. Ramón:

Hay otro punto muy interesante por lo que respecta a las videntes: la concordia de sus explicaciones. Cuando se trata de describir lo que ven, he comprobado que siempre están de acuerdo; también se da este acuerdo cuando hablan de lo que han oído las cuatro.

Hablando una vez con las niñas, les pregunté si se acordaban bien de lo que veían en sus visiones y me respondieron así: "De lo que la Virgen nos dice, yo sí me acuerdo; de lo que yo digo, no tanto".

Ante el alboroto de los curiosos o devotos venidos en gran número, sus padres determinan cerrar las puertas de casa y tener a las niñas dentro. La Virgen les dice que obedezcan, y que la seguirán viendo a pesar de todo.

A partir del 3 de agosto, las caídas en estado de trance se han multiplicado bastante: a veces, las cuatro juntas; a veces, algunas de ellas; a veces, sólo una. La postura que adoptan en sus caídas es verdaderamente escultórica. No se recuerda, yo ciertamente no lo he visto, que hayan adoptado, ni siquiera una vez, alguna postura poco decorosa, o incorrecta. Pueden estar en el suelo un momento, o unos cuantos minutos. La caída, cuando es de varias, suele ser admirablemente sincronizada; y sin que aparezca en ello estudio ninguno, el hecho es que forman grupos de conjunto verdaderamente preciosos.

Dice el P. Arintero en "La evolución mística", página 597: "En los éxtasis falsos, no sobrenaturales, los movimientos convulsivos que suele haber son desordenados e indecorosos, y exponen a grandes riesgos; mientras que en los divinos se guarda una modestia y compostura admirables, y no hay tampoco peligro de ningún daño, aunque la persona fuere a caer en fuego".

En los sucesos de Garabandal pueden distinguirse como dos "campos": el de los espectadores y el de las niñas. El espectador ve a las niñas y su manera de actuar: movimientos, sonrisas, palabras, anestesia, etc.; pero no ve la aparición. Las niñas contemplan la aparición, están en su luz, recogen sus palabras; pero no ven ni perciben al público, aunque saben que está allí, porque muchas veces se lo ha dicho la aparición.

El brigada de la Guardia Civil, don Juan Álvarez Seco, que vivió de cerca, como poquísimos, todo lo de Garabandal, se acuerda de este caso: "Un día María Dolores estaba en el primer piso de su casa, donde tuvo apariciones muchas veces. Su padre Ceferino tenía dicho que cuando bajaran de allí a la planta baja, donde está la taberna, aflojaran la bombilla de la luz, pues no había llave para apagarla. Loli, esta vez, al echar mano de la bombilla, cayó en éxtasis, y no la soltaba. Temíamos todos que si continuaba así, agarrada a la bombilla encendida, se quemaría la mano; su madre decía: "Por Dios, que suelte la bombilla"; pero todos nuestros esfuerzos fueron inútiles. Entonces llamamos a Mari Cruz, que no estaba en éxtasis, y ella, con la mayor facilidad, hizo que Loli soltara la bombilla; luego la niña bajó las escaleras y continuó su marcha extática.

Las niñas lloran a veces, con unas lágrimas tranquilas que les caen por la cara. Tales lágrimas corresponden a los momentos en que se encuentran como más extasiadas, y deben de ser consecuencia de lo que oyen o ven, pues se les oye entonces decir: "¡Oh! Perdón... Perdón... Misericordia... ¡Ah!, no lo volveremos a hacer... Sí, ya se lo diremos..."

En una ocasión volvieron a la normalidad con lágrimas en los ojos y dijeron que la Virgen se había lamentado de que la gente se estaba portando con poco respeto en la iglesia. Otra vez sucedió lo mismo, estando en la calle, y declararon las niñas que el P. Luis les había dicho, que había poco orden entre el público; que avisaran al párroco y a su hermano, para que tratasen de poner orden, colocando a los mozos del pueblo en círculo grande y que, precisamente por esa falta de orden, se retiraba tan pronto la visión.

Cuando van a meter por la cabeza un rosario o cadena, ya besados por la Virgen, suelen decir: "Tómame tú las manos y llévamelas, que yo no la veo". Entonces el movimiento es mucho más rápido, y tan exacto, que colocan el rosario o la cadena sin tocar la cabeza. Los casos han sido muy numerosos.

Cierto día, la Virgen encomendó a una niña que rezase el rosario en la iglesia al terminar la visión, pero se encontró con la iglesia cerrada: entonces comenzó el rezo a la puerta, y la niña entró de nuevo en éxtasis, y la Virgen le dijo que rezase más fuerte para que el público respondiera. Fue un hermoso rosario por las calles del pueblo: la niña, en visión, marchaba delante, dirigiendo en voz alta, y el público respondía. La niña no contaba las avemarías que iba rezando, pero no se equivocó de número en ningún misterio, porque la Virgen le decía siempre cuándo era el gloria. Esto ocurrió en bastantes otras ocasiones.

En una ocasión, las niñas, dentro del éxtasis, se iban poniendo de rodillas ante cada uno de los presentes y rezaban el "Señor mío Jesucristo", oración para pedir perdón por los pecados; pero al estar delante de un niño pequeño, sin verle, en vez del "Señor mío Jesucristo" rezaban una "Salve", porque el niño pequeño era inocente.

Otra vez, una de las niñas videntes fue santiguando a todas las personas que tenía entorno, excepto a una. El párroco preguntó después a la niña por qué no la había santiguado, y la niña respondió que la Virgen le había dicho que aquella persona era la única de los presentes que se había santiguado por la mañana. Preguntando a todos los interesados, se constató que así había sido en efecto.

Una señora pidió con mucho interés a la niña vidente que preguntara a la Virgen si su marido creía en Dios. Después del éxtasis conoció la respuesta: "En Dios, sí cree; en la Virgen, muy poco; pero ya creerá". Dicho señor era protestante.

Un señor, de rodillas, pedía mentalmente por la conversión de su yerno. Según estaba así con su oración, sólo conocida de él, se le acercó una niña en trance y le dijo al oído la palabra "sí", que algunos de los más próximos pudimos captar también. Cuando yo pregunté después a la niña, por qué había dicho aquel "sí", ella me respondió: La Virgen me dijo: "Aquí tienes a un hombre: dile que sí". Insistí yo para saber a qué se refería tal "sí"... "Yo no lo sé. La Virgen sólo me dijo, en aquel momento, que dijera 'sí' a aquel hombre".

El día 15 de agosto, una de las niñas rezó el rosario por uno que yo le había dado; al devolvérmelo después, observamos que le faltaba la cruz, se había desprendido y perdido. Era inútil buscarla por aquellas calles, callejas y caminos. Al cabo de veinte días, el 5 de septiembre, se me ocurrió decir a las niñas, que preguntasen a la Virgen por la cruz de mi rosario. Yo mismo pude oír el diálogo en que le preguntaban, y cómo se iba concretando el sitio exacto. Al concluir el trance, fuimos sin ninguna vacilación al sitio indicado, y allí apareció la crucecita, bajo una piedra, entre el barro.

Otra vez entregaron a las niñas cinco estampas, para que las besase la Virgen. La vidente fue dándolas una a una a la visión, excepto una, que parecía no querer recibir. La propietaria de dicha estampa, muy emocionada, se vino entonces hacia mí, llorando, y diciendo que quería tranquilizar su conciencia. Más tarde volvió a entregar su estampa a una niña en trance y ésta, después de estar como escuchando a la Virgen y sonreír, ofreció en primer lugar aquella estampa para que fuese besada. La misma persona a quien todo esto sucedió, delante de mí, fue quien me autorizó a decirlo.

He aquí otro caso relacionado con el estado de conciencia. Vi que una de las niñas, en éxtasis, se fue de rodillas, repentinamente, hacia una persona. Esta se retiraba con toda deliberación, hasta que la niña, que mantenía su mirada fija en lo alto, la acorraló en una esquina; allí le sonrió muy dulcemente durante unos momentos, y luego la dejó.

La impresión que todo esto causó en la interesada, fue muy grande. Y yo supe después, por ella misma, que había llegado a Garabandal muy angustiada con el pensamiento de si sus confesiones no estarían bien hechas. Por eso había rogado a Dios y a la Virgen: "Si mis confesiones pasadas están bien hechas, que la niña venga claramente a mí". Apenas había formulado mentalmente su petición, la niña, desde el otro extremo de aquel desván, había arrancado de rodillas hacia ella, sin atender a ninguna otra persona. La respuesta había sido maravillosa.

En muchos otros aspectos se manifestó esta capacidad que tenían las niñas en trance para conocer cosas ocultas de los espectadores; pero llamó particularmente la atención lo fácilmente que descubrían la condición sacerdotal de algunos asistentes. Bastantes veces dijeron que había allí sacerdotes, cuando nadie podría sospecharlo o que había más de los que aparecían; y siempre se comprobó que así era en efecto.

Los Pinos es uno de los "lugares santos" de Garabandal. Son nueve, sin ningún otro árbol a su alrededor; están en un altozano, por encima del pueblo, y es lo primero que se ve de San Sebastián, junto con la Capilla de San Miguel Arcángel, cuando empieza a subirse desde Cosío. Estos nueve pinos es lo que queda de una plantación de árboles, pinos, robles y arbolado, que se había hecho años atrás en la falda del monte Hormazo o Jormazo.

Se llevó a cabo por acuerdo entre el cura, don Ángel Cosío Vélez, y el alcalde del pueblo, Serafín González, abuelo paterno de Conchita. Parece ser que la ocasión fue una Primera Comunión de niños de la parroquia, y que el cura impartió las bendiciones de la Iglesia a aquella modesta repoblación forestal. Fue la población infantil del pueblo la que plantó los árboles, y la cosa tuvo aire de fiesta, pues hasta se compusieron coplas que los pequeños cantaban; una de ellas decías:

 

"A plantar árboles 
  niños todos venid,
    cada cual el nuestro
   plantaremos aquí."

 

Durante las visiones se veía a veces que las niñas besan algo. Sus gestos son evidentes, y ellas dicen luego que han besado a la Virgen, al Niño, a San Miguel. También son besadas por Ellos. Los movimientos de besar, ser besadas, recibir al Niño, coger las coronas, resultan perfectamente definidos, y todos los pueden apreciar. En los numerosos trances que he presenciado, no he visto nunca una acción simultánea de besar las niñas a la vez, sino una después de otra. Sólo he visto la acción simultánea cuando estaba claro que el beso no era dado directamente, sino lanzado de lejos, lo que se llama "tirar besos". Es frecuente que al terminar una visión, la niña o niñas que la han tenido, reciban un beso o dos en la cara, en cada mejilla y que ellas den sólo uno.

Desde que don Valentín les dijo a las niñas que pidieran a la Virgen un milagro para poder disponer de una prueba y creer, ellas lo han solicitado muchas veces. Al principio, la Virgen sonreía. Después, parece que se pone seria. Al decirle las niñas que muchos no creían, que no creen, varias veces ha replicado Ella: "Ya creerán".

Rezar ha sido siempre lo más importante en los sucesos de Garabandal. Muy rara será la visión en que las niñas no hayan rezado el rosario o la estación a Jesús Sacramentado. El rezo del rosario es con frecuencia acompañado de canto, al menos en una decena. No se ve que las niñas cuenten las avemarías, y sin embargo, no se equivocan nunca en cuanto a su número. Ellas dicen que la Virgen les avisa cuándo es el gloria. La Virgen reza con ellas la parte que le corresponde.

La fórmula que emplean de ordinario, es la que aprendieron de mi hermano y de mí: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita eres entre las mujeres. Cuando rezan cantando, emplean la otra fórmula: el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, que es la que corresponde a la música. En la Iglesia rezan la estación a Jesús Sacramentado.

También se santiguan muchas veces; desde luego, siempre que llegan a la iglesia. A veces lo hacen de prisa, mal, y la visión las corrige. En una ocasión sé que les corrigió hasta la manera de poner los dedos en forma de cruz para besarlos al terminar de santiguarse. Este tema del rezo con la Virgen presenta muchas semejanzas con Lourdes y Fátima; pero en este caso, al lado de la devoción que debemos al Santísimo Sacramento.

Hechos que yo mismo presencié, han dado lugar a que se diga que las niñas hablan lenguas extranjeras en su estado de trance. La verdad no es esa exactamente, al menos hasta el momento de escribirse estas líneas, Septiembre de 1961, la verdad es que las niñas sí han dicho algunas palabras en otras lenguas. Yo he oído algunas en francés, en latín, en alemán y el comienzo del avemaría en griego. Lo más interesante, no es tanto que dijeran en éxtasis estas palabras, sino que se fueran corrigiendo cuando las decían mal, hasta llegar a una dicción y pronunciación bastante correctas. Daban la impresión de estar oyendo a alguien tales palabras, una tras otra, y ellas simplemente repetían.

Es muy frecuente oír a las niñas hacia el final de los trances: ¡No te vaigas!. Así expresan su ansia de continuar con la Virgen.  

He visto a las niñas, una vez recibida la tercera llamada, entrar en éxtasis, sin aviso ni preparación previos, quedando con cualquier cosa que tuvieran en la mano, una linterna, un vaso, el vestido, la mano de otra niña y que no había forma de hacerles soltar.

Sobre esto, en una ocasión tuvo éxtasis Conchita cuando estaba con una de sus ovejas en sus brazos y no hubo manera de que soltase la oveja de su mano hasta que terminó el éxtasis.

 

Otras veces han estado ellas, a propósito, recogidas, aisladas de todos, a la espera de la visión y la espera ha sido en vano. Se ve que no depende de ellas el tener lo que tanto ansían y tanto llama la atención. De aquí sus respuestas llenas de humilde sinceridad a las múltiples preguntas de la gente: "No sé, cuando Ella quiera", "donde Ella diga". Alguna vez se les ha planteado esta cuestión: "¿Es que siempre vais a ver a la Virgen?" y respondieron: "¡Ah!, nosotras no lo sabemos".

Al principio, las niñas se escapaban del público que subía a verlas, "cogíamos a correr": la Virgen les dijo que no huyesen, y que si les preguntaban algo, respondieran con las cosas que ellas sabían que podían decir. Desde entonces, ya no se han escondido de la gente.

Otro consejo, muy repetido, es el de que sean "modosas". Ellas lo interpretan en el sentido de que no sean vanidosas, que vistan con sencillez, y que tengan actitudes de modestia y humildad.

Quizá les ha repetido aún más el consejo de que sean obedientes. Lo mismo el de que hagan sacrificios. Ellas no sabían el significado de esta palabra. Por encargo de la Virgen, se lo preguntaban a los sacerdotes. Yo mismo he tenido que darles explicaciones.

Ha logrado la Visión inspirarles horror al pecado. En cierta ocasión, Conchita, sola en éxtasis, decía: Y eso, ¿qué es?... ¡Ah! La cinta de los pecadores. ¡Qué fea! ¡Quítamela!... Sí, no la quiero ver. ¡No!... ¿Otra vez, la cinta de los pecadores?... ¡Ah, sí! ¡Sacrificios!. En otra ocasión, Loli estuvo como unos 25 minutos sin decir nada, en actitud extática, y al final, sólo dijo: ¡Misericordia, misericordia!, mientras le corrían lágrimas por la mejilla.

En cuanto a la piedad, les ha invitado a rezar mucho, especialmente el rosario y la estación a Jesús Sacramentado. Cada día, además del rosario que rezan con el pueblo, rezan otros con la Visión. La Virgen les ha enseñado también cánticos religiosos. Y les corrige cuando hacen defectuosamente alguna práctica religiosa, como el santiguarse, la recitación de la nueva fórmula del "Señor mío Jesucristo", etc.

Con frecuencia se oye a las niñas hacer preguntas a la Virgen, en estado de éxtasis, que les responde con amor de Madre.

-- Decir: "No quiero comer", ¿es pecado?.

-- Que fumen las mujeres, ¿es pecado?.

Un día cierta señora quiso hacerse una foto con una de las videntes, pero ésta se marchó de su lado diciendo: La Virgen no quiere que nos retratemos con las que llevan mucho escote.

Llama la atención el trato tan sencillo y confiado que las niñas tienen con la Virgen; seguramente lo han aprendido de Ella. La humilad se ve manifestada en las niñas de diversas maneras: en su manera de vestir, en la manera de hablar, en los trabajos humildes que siguen haciendo delante de todo el mundo, en la docilidad a las indicaciones de sus padres y de los sacerdotes, etc.

En varias ocasiones les ha indicado la Virgen, que cuando vayan a verla, no lleven ni pulseras ni pendientes. La única que solía llevar pendientes era Conchita. Pero en un trance, a la puerta de la iglesia, se le oyó preguntar: ¿Qué tengo de malo?... ¡Ah, bueno...!, y volviendo a la realidad, marchó a su casa: se quitó los pendientes y una pulsera, y regresó a la puerta de la iglesia, donde entró de nuevo en éxtasis. Yo mismo he observado varias veces que, cuando sienten la tercera llamada, entregan o tiran en seguida cualquier anillo o pulsera que tengan en las manos y que no es de ellas, sino de alguna señora que se lo ha dejado para que lo vean o examinen.

Como consecuencia de las apariciones, las niñas están imbuidas de espíritu de obediencia, y no sólo lo demuestran con obras, sino también con palabras: dicen que eso es lo que recomienda mucho la visión, que la Virgen les habla de que obedezcan sobre todo a sus padres y a los sacerdotes.

He constatado personalmente algunos casos: La madre de Mari Cruz mandó un día a su hija, que se quedara en casa; y se quedó, mientras las otras tres iban a los Pinos, a la aparición. Al decirle a Mari Cruz que no se perdiera la ocasión, que fuera con las otras, ella respondía: No, mi mamá no me deja. Pero, ¿no es mejor ver a la Virgen que quedarse en casa?. La Virgen me ha dicho que obedezca.

Recomendó el señor obispo que, durante los estados de trance, se cerrara la iglesia, para evitar las faltas de respeto que, sin mala voluntad, cometía el público en su afán de ver a las niñas de cerca. El primer día que se cumplió la recomendación, las niñas, en estado de trance, se dirigían a la iglesia como de costumbre; y así, de pronto, dijeron: ¡Ah! Entonces está bien. Al salir del éxtasis dijeron: Nosotras queríamos que estuviese abierta la iglesia, pero la Virgen nos ha dicho que lo que haga el sacerdote está bien.

Ante el nerviosismo y alboroto de algunos visitantes, determinaron los padres de las niñas tener a sus hijas en casa, a puerta cerrada, una vez que sienten las llamadas, y no dejarlas salir: después de un trance, dijeron ellas que les había dicho la Virgen, que si lo mandaban sus padres, estaba bien, y que la verían dentro de casa. Y así ha sido. La obediencia en todo, aun en contra de la misma visión o contemplación, es una de las cosas que los maestros de teología mística han presentado siempre como buenísima señal.

El señor párroco, don Valentín, fue un día a casa de Conchita y le dijo: "Mira, no es posible que a estas horas tengamos que estar todos esperando. Te doy un cuarto de hora: en este tiempo te iré avisando tres veces, y el último aviso, si antes no ocurre nada, será para que te vayas a la cama. Este es el primer aviso, y se marchó. Volvió a los diez minutos para darle el segundo aviso. "Sí antes de cinco minutos no pasa nada, lo que te he dicho, a la cama, que ya es muy tarde". A los dos minutos de marcharse don Valentín, Conchita entraba en éxtasis. Parece que ocurrió este episodio el 25 de agosto, a la una de la madrugada, y que don Valentín urdió este plan de acuerdo con el cura de Ribadesella, don Alfonso Cobián, y otro sacerdote.

Ese mismo día, y sin que Loli y Jacinta supieran nada de lo ocurrido con Conchita, hice yo con ellas la misma prueba. Estaban esperando la visión, porque ya tenían dos llamadas. Yo les dije: "No podemos esperar más, que es muy tarde. Os doy cinco minutos de tiempo: si en estos cinco minutos no pasa nada, a la cama". Cuando ya sólo faltaba un minuto, volví a hablar: "Queda un minuto. Contad hasta sesenta, y si antes no pasa nada, al llegar a sesenta, para la cama". Empezaron ellas a contar en voz alta, canturreando, como en la escuela. Cuando llegaban a diecisiete, sin poder acabar esta palabra, diecisie..., se quedaron clavadas en éxtasis, con el típico golpe de levantar la cabeza.

Desde que empezaron los sucesos, las niñas Comulgan todos los días y oyen todas las misas que se celebran, salvo que estén en el prado. Algunos terrenos de San Sebastián de Garabandal distan kilómetros del pueblo. Cuando había trabajo allí, era preciso marchar muy de madrugada, sin tiempo que dedicar a otras atenciones.

A veces llama la atención de los visitantes el que las niñas hablen en la Iglesia y sonrían. A mí también me la llamó, y un día se lo dije.

-- Pero, ¿es malo hablar en la iglesia?.

-- Por lo menos es una falta de respeto hacia el Señor.

-- Entonces, ¿por qué hablan también los sacerdotes?.

Les respondí que las cosas que hablan los sacerdotes en la iglesia son cosas importantes.

-- Pues nosotras, al hablar, preguntamos cosas de la misa y del rosario.

-- De todos modos, no debéis hablar.

-- Pues cuando estamos con la Virgen, también hablamos nosotras. Pero si usted dice que nos portemos mejor, ya procuraremos hacerlo.

El día 8 de agosto se le oyó a Mari Cruz en una visión: "Ahora sí que sé mejor rezar; antes sabía mejor jugar".

Aparte del desprendimiento, que en ellas es manifiesto, por ejemplo, en el repartir de sus cosas, caramelos, bombones, etc., incluso quedándose ellas sin nada, tienen mil detalles de caridad: servir a tantos visitantes agua y otras cosas que les piden con tanta frecuencia, las atenciones de Loli para su abuelita, de Conchita y Mari Cruz para un ciego, el aguantar amablemente a tantísimos curiosos, el deseo de que todos crean y se salven.

Desde que aprendieron el significado de la palabra "sacrificios", los han estado practicando. Para ellas hacer sacrificios es "hacer lo que no me gusta y dejar de hacer otras veces lo que me gusta". Entra aquí: el ayudar a los demás, el obedecer, el desprenderse de cosas que les regalan, el no ponerse pulseras y otras chucherías que reciben.

El horror al pecado va formando en ellas un querer reparar por los pecados, que ellas entienden como cosas que entristecen a Dios y a la Virgen.

Haciendo vida en el pueblo se ve pronto que la paciencia de las niñas tiene que ser muy grande. La gente, cuando las ve, las toca, hasta les han cortado trocitos de pelo, les dan rosarios, medallas, alianzas matrimoniales, para que le den a besar a la Virgen; o les piden objetos besados, quieren hacerles fotografías. Nunca las he visto enfadadas. Cuando están cansadas por semejante avalancha, que hasta se les mete en casa muchas veces, se limitan a callar y sonreír. Les pregunté una vez: "¿Por qué no os enfadáis?", y me respondieron: La Virgen nos ha dicho que seamos modosas y que respondamos a lo que nos preguntan, si podemos. Tampoco han mostrado enfado contra los que, por sus cantares, bailes y borracheras, han sido a veces impedimento para las visiones.

Sobre la envidia, a pesar de ser un defecto tan femenino y tan frecuente, yo no he observado en las niñas el menor rastro de él, por lo que se refiere a sus visiones. Unas tienen más que otras; pues bien, las que están sin visión, no envidian a las que parecen más favorecidas, sino que se limitan a pedirles que digan a la Virgen, que vuelva a aparecérseles pronto. Y se les nota una conformidad y humildad encantadoras en medio de su deseo.

Desde el comienzo de los sucesos han demostrado las niñas una especial predilección por los sacerdotes y religiosos. Con frecuencia contaban los que subían, se fijaban en sus hábitos y siempre en sus trances hablaban de ellos con la visión. Si se les preguntaba: "¿Quién queréis más que venga?", respondían siempre: los sacerdotes. Y hablando de obediencia, la que de modo especial les inculcaba la Virgen, era la que debían a los padres y a los sacerdotes.

Varias veces las niñas, en estado de trance, han dicho que había sacerdotes, cuando nadie les veía, por ir de paisano, o que había en mayor número de los que parecían.

Un caso entre muchos:

Acababa de marcharse un pequeño grupo de sacerdotes y quedaba sólo don Valentín, con bastantes otras personas seglares; las niñas entraron en trance, en la iglesia, y hablaron de que allí había dos sacerdotes: don Valentín y otro. Al oír tal cosa, don Valentín se puso a mirar hacia atrás para descubrir al posible compañero; pero en vano. Poco después se le acercó un señor que, luego de saludarle, se declaró sacerdote, que había llegado de paisano por haber subido en motocicleta.

Escribió el P. Andreu en la adición primera a su informe:

Me ha dicho la niña, que en Santander le enseñaban fotografías, y hacían con ella otras pruebas. La finalidad parecía ser la de sacarla del ambiente en que había vivido, y que tal vez influía en sus visiones. Sin preguntarle yo especialmente sobre aquel período de su vida, ella, delante de algunas otras personas, me dijo: "Me ha declarado la Virgen que no me vino a ver más veces porque yo iba a la playa. Pero ahora ya me he confesado".

Indicó don Valentín a las niñas, que preguntasen a la Virgen si se les aparecía en cuerpo y alma. Las niñas lo hicieron, y la Virgen les respondió que no se les aparecía en cuerpo y alma, sino de otra manera; pero que era Ella. Esto lo preguntó don Valentín como prueba, pues había leído que "las apariciones no suelen ser en cuerpo y alma", y las niñas no tenían capacidad para discernir sobre estas cosas, sólo sabían decir que veían a la Virgen."

El P. Ramón María Andreu contesta a unas preguntas sobre sus primeras visitas a Garabandal.

--Hablando Conchita en su diario sobre una aparición de Loli y Jacinta, asegura que usted aceptó como una prueba a favor lo que ocurrió: ¿es verdad?

P. Andreu: Sí, es verdad; pero la cosa es un poco más larga de lo que escribe Conchita.

Acepté venir a San Sebastián de Garabandal sólo por no desairar la insistencia de mis amigos, y también porque ya tenía necesidad de unos días de descanso después de las tandas de ejercicios espirituales que había dado seguidas.

-- Su hermano, el P. Luis María, ¿ya creía en todo aquello?.

P. Andreu: ¡De ningún modo!. Ninguno de los dos creíamos al principio.

-- ¿Cómo sucedió exactamente lo que Conchita recoge en su diario?.

P. Andreu: Verá. Yo subía aquel día por primera vez a Garabandal; y aquel día fue pródigo en sucesos que nosotros pudimos ver.

A la caída de la tarde, nos encontrábamos en los Pinos. Loli y Jacinta entraron en éxtasis. Pude situarme cerquísima de ellas. Les oía perfectamente hablar con su visión, en esa voz baja, como con sordina, que caracteriza su hablar en éxtasis; pero no captaba todo, sino frases sueltas.

Después de ocho o diez minutos, se me ocurrió que aquello bien podía ser un caso de hipnotismo, confieso que fue una ocurrencia bien vulgar, sin originalidad alguna; pero así fue. Entonces empecé a mirar atentamente a las personas que estaban allí, para descubrir al posible causante de la hipnosis. Observé a don Valentín, a Ceferino, a Julia, a los demás. Había en todos los rostros una clarísima expresión como de sorpresa admirativa, que descartaba toda posibilidad de que actuasen como agentes hipnotizadores: estaban más para ser llevados, que para llevar cualquier iniciativa.

En ratos anteriores, yo había visto ya a las niñas entrar y salir del éxtasis; pero siempre las dos a la vez, como si tuvieran una sola alma. Por eso, se me vino al pensamiento algo que tal vez no tuviera mucho sentido, pero que me pareció interesante: como prueba de la verdad de todo esto, que una de las dos vuelva en sí, mientras la otra continúa en éxtasis.

¡En el mismo instante, Loli, que era la más próxima, salió del trance y se volvió a mí, mirándome con una sonrisa!. Como si no pasara nada, le pregunté:

-- ¿Ya no ves a la Virgen?

-- No, señor.

-- ¿Por qué?, insistí yo.

-- Porque se me ha ido.

-- Pues mira a Jacinta.

La niña miró y se sonrió ampliamente, pues era la primera vez que ella podía contemplar a una compañera en éxtasis, estando ella fuera.

-- ¿Qué te ha dicho la Virgen?, le pregunté.

Abría la boca para responderme, cuando entró de nuevo en la visión, echando la cabeza hacia atrás. Me pegué más a ellas, y pude entender a Jacinta:

-- Loli, ¿por qué te fuiste?.

Esta hablaba ya con la aparición y le decía:

-- ¿Por qué te retiraste de mí?. ¡Ah! ¿Entonces es por eso, para que él crea?.

Me volví hacia mi hermano Luis y le dije:

-- ¡Mucho cuidado con lo que piensas, que aquí la transmisión del pensamiento es fulminante!.

-- ¿Te ha ocurrido algo?.

-- ¡Desde luego! Ya te contaré.

Se terminó el éxtasis; yo me puse a contar lo que acababa de ocurrirme, y en esto, que las niñas entran de nuevo en trance. De pronto, por otro lado del monte, aparecen trepando ¡dos monjitas! Don Valentín que las ve, se vuelve agitado hacia mí: "mire, ¡monjas!".

-- "Pues sí, monjas", le repliqué yo, que de pronto no caí en la cuenta.

-- "Esto es la Virgen", exclamó él muy emocionado.

Y entonces ya caí: era la explicación de lo que habían dicho las niñas en "el cuadro": que también podían estar junto a ellas, arriba, "las monjas". No se había visto ni una monja por el pueblo, de donde brotó el primer desconcierto de don Valentín.

Se trataba de dos religiosas Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que por entonces sólo tenían alguna casa en Cataluña. Una de tales religiosas, natural de Santander, se encontraba temporalmente con sus familiares en Roiz, pueblo no demasiado lejos del valle del Nansa; era la hermana María de Jesús.

Llegaron a tiempo de emocionarse no poco con aquel éxtasis de las niñas. Cuando éstas volvieron en sí, dijeron: "Ha dicho la Virgen que ya pueden subir todos". Nadie se decidía a dar el aviso, y me lo encomendaron a mí. Me asomé al borde de aquella explanada de los Pinos, y vi a la multitud que llevaba aguardando tanto tiempo; les hice señas y todos se lanzaron cuesta arriba. El Señor les obsequió con un nuevo éxtasis, por cierto bien hermoso, de las niñas".

Dice el P. Ramón en otra entrevista:

Era el día 14 de agosto. Venía de enterrar a mi hermano Luis, y acababa de llegar a Garabandal. Un muchacho de Burgos se acercó para decirme: "Hemos oído a las niñas durante su éxtasis: "¡Ay, qué bien!... entonces, ¿vamos a hablar con el P. Luis?".

Aquello me dejó totalmente decepcionado. Me pareció que se trataba de un caso típico de autosugestión: la inesperada muerte de mi hermano había sacudido demasiado fuertemente el espíritu de las niñas, y allí estaba el resultado. Quise marcharme inmediatamente de Garabandal.

-- Sin embargo, allí se quedó.

-- Efectivamente, allí me quedé. Pero fue porque mis acompañantes no tenían las mismas prisas que yo.

-- ¿Qué pasó después?.

-- Me fui donde las niñas en éxtasis, y me puse a escuchar sus "conversaciones" con o sobre el P. Luis. Al cabo de unos minutos, ya no sabía qué pensar. Estaba verdaderamente estupefacto, pues las niñas, al repetir las palabras de su visión, iban dando cuenta de la muerte de mi hermano y del desarrollo de sus funerales, con detalles muy precisos sobre los ritos especiales del entierro de un sacerdote.

Hasta sabían que en el del P. Luis había habido ciertas excepciones a las reglas tradicionales sobre la manera de amortajar el cadáver; por ejemplo, no se le había puesto el bonete en la cabeza, y en lugar de cáliz se le había colocado un crucifijo entre las manos. Las pequeñas daban incluso la razón de estas variantes.

En otra ocasión les escuché que mi hermano había muerto sin haber hecho su profesión, como así era verdad. Hablaron también de mí y de mis votos: ¡Conocían exactamente la fecha, el lugar donde yo los había pronunciado y el nombre del jesuita que los había hecho conmigo!.

Comprenderéis mi asombro, mi estupefación, ante una sarta tal de detalles rigurosamente exactos, que las niñas no habían podido conocer de ningún modo por conductos humanos.

El día 14 estuvo el P. Andreu casi todo el día, y por la noche hasta las tres. También estuvieron ese día en el pueblo don Alberto Martín Artajo, ex Ministro de Asuntos Exteriores, y el P. Lucio Rodrigo, jesuita, profesor de Comillas; y mucha gente, segun las notas de don Valentín.

A partir de esta fecha, las niñas sintieron muchas veces la presencia del P. Luis en sus éxtasis y escucharon su voz, manteniendo diálogo con él, aunque sin ver su rostro.

Continúa el P. Ramón:

Se ha repetido el caso de que, cuando el público ha sido más numeroso y con aire de romería, con borrachos y música o canciones profanas, la visión no ha tenido lugar y el público quedó defraudado.

La primera vez que lo observé, fue el 15 de agosto (1961), fiesta de la Asunción, por la tarde. Ese día, toda la multitud esperó en vano. A la vista de los que se comportaban como si hubiesen ido a una romería, al oír las canciones profanas y observar el estado de semiborrachera en que se encontraban algunos, me dijeron varios del pueblo, gente sencilla: "Hoy no habrá seguramente nada. Ya ha sucedido otra vez. Y aquí nos alegramos deque no haya nada cuando vienen en ese plan".

Otro día escuché que Loli le decía a la visión: "¡Ah!, como el día de Nuestra Señora... están cantando...". Acabado el trance, le pregunté, y me respondió: "Dice que se va, porque están cantando...". Salí a la calle y pregunté: "¿Hay alguien que esté cantando por ahí?". "Sí, me respondieron; allí hay un grupo que está en plan de romería". No hubo visión, hasta que ese grupo, que había venido en autobús, se marchó. Esto ha sucedido más veces. Yo he podido constatar cinco, por lo menos; y los cinco días, la incorrección e irreverencia de los visitantes era manifiesta.

Al día siguiente, a las ocho o nueve de la noche, se nos apareció la Virgen muy sonriente, como siempre, y nos dijo a las cuatro: Vendrá ahora y os hablará el P. Luis. Y al poco rato vino, y nos llamó una por una; pero nosotras no le veíamos, nada más que oíamos su voz.

Era exactamente igual que cuando hablaba en la tierra. Y cuando ya habló un rato, dándonos consejos, nos dijo también alguna cosa para su hermano el P. Ramón; y nos enseñaba palabras en francés, y a rezar en griego. También nos enseñó palabras en alemán y en inglés. Y al cabo de un rato, ya no sentíamos su voz, y nos hablaba la Virgen y estuvo un momento más y se marchó.

Sobre el Padre Luis:

Escribía Conchita al P. Ramón el 2 de agosto de 1964: "El día 18 de julio, fiesta local de San Sebastián, he tenido una locución, y en esta locución se me ha dicho, que al día siguiente del milagro, se sacará a su hermano de la tumba, y se encontrará su cuerpo intacto".

En 1976, se corrió por todas partes la noticia de que los restos del P. Andreu habían sido exhumados, como los de otros muchos jesuitas sepultados en Oña durante el tiempo en que aquello había sido Facultad Teológica de los Jesuitas; que se habían abierto los ataúdes y que todos los cadáveres estaban descompuestos. Pero no fue exactamente así.

Al P. Alejandro Andreu, hermano del difunto, se le preguntó por lo ocurrido con el cadáver del P. Luis. A lo que el contestó: que en Oña habían sido desenterrados todos los cadáveres y llevados a Loyola; que habían destapado todas las cajas a excepción de la del P. Luis, por orden del Provincial de los Jesuitas. Así, pues, efectuaron el traslado de los restos del P. Luis sin saber su estado; los demás, sí estaban descompuestos.

Continúa el P. Ramón con este testimonio del dia 14 a 15 de Agosto de 1961:

A las 2:45 de la madrugada, empieza la nueva marcha extática de las niñas, a modo de vigilia de la Virgen. Duró hasta las cinco. Intervinieron Conchita, Loli y Jacinta, pues a Mari Cruz no la había llamado la Virgen, y se fue a dormir.

La marcha comenzó al salir las tres de la casa de Conchita, con grandes muestras de alegría, y pidiéndole a la Virgen que durase hasta la siete de la mañana. De hecho duró casi dos horas y media. Y todo el tiempo, en marcha, menos los breves ratos en que ellas se detenían a la puerta de la casa de Mari Cruz, o en la iglesia.

El ritmo de la marcha no era muy rápido; pero sí constante. Andaban hacia adelante; sólo unas pocas veces hacia atrás. Y la tónica general de todo el trance fue la alegría. Con esta alegría rezaban rosarios, cantaban muchas de sus avemarías, sonreían o reían, hablaban. Resultaba muy difícil entender bien lo que hablaban con la Virgen, por ir en marcha; pero en un momento se les oyó decir: "¡Qué gusto!, Pero tú nos dirás dónde está la casa de Mari Cruz, porque nosotros no la vemos".

Empezaron entonces las idas y venidas hacia la casa de Mari Cruz, cantando coplas y otros cánticos. Entre las varias coplas cantadas a la niña, pudimos oír claramente ésta de octosílabos:

Levántate, Mari Cruz,
       que viene la Virgen buena,
 con un cestito de flores
para la niña pequeña.

Fueron a la iglesia; y pedían a la Virgen seguir así "hasta las siete, hasta las ocho, hasta las nueve". Terminó todo a las cinco de la madrugada. Y me explicaron después: "Íbamos como en el aire, no sé... ¡como en otro mundo!. Era como de día ...". Al terminar, tenían el pulso normal y estaban frescas, sin sudor. Los demás estábamos más que cansados: ellas, sin fatiga, de buen humor y con apetito.

En otra ocasión, iba a salir a misa; me estaba poniendo el amito, cuando me llamaron: "Corra, Padre, corra, que vienen las niñas extasiadas". Estuvieron recorriendo el pueblo durante un breve rato, y luego marcharon hacia la iglesia.

Al Padre debió de extrañarle que estuvieran sólo tres, Jacinta, Loli y Conchita, y aprovechando, seguramente, una de las pasadas, entró en casa de Mari Cruz, a ver qué ocurría. La niña le dijo: "Me da mucha pena; a mí no me ha llamado la Virgen". Pero se fue con el Padre, y fueron a la iglesia en seguimiento de las tres extáticas. Las encontraron caídas en tierra, en un grupo de singular belleza.

El Padre empezó a anotar lo que lograba entender:

"¡Ay, qué voz!. No conozco esa voz. Dime: ¿quién eres?.

¡Ah! ¡Eres Andreu!.

Loli: sí, es tu voz; pero ahora es más fina... queremos verte. ¿Por qué no te vemos?... Saca una mano... Dinos qué viste en los Pinos cuando dijiste: ¡Milagro, milagro, milagro, milagro!... ¿En la rama del árbol de enmedio?... Iré a verlo y cogeré una corteza. ¡Qué contento estarás ahora!. Ya sabemos las últimas palabras que dijiste: que era el día más feliz de tu vida... Ya hay un San Luis, San Luis Gonzaga... ¡Ah! ¡Claro! San Luis Andreu... yo me figuro que el cielo es llano, como una ropa tendida... ¿Te cortas el pelo?... Entonces lo tendrás muy largo. ¿Y comes?... ¡Pues estarás bien delgado!... ¡Ah, claro!...

Está aquí tu hermano. Pero está diciendo misa, porque le ha tocado. ¿Qué está con nosotras?, ¿Al lado de quién?... Ya se lo preguntaremos después.

Loli: Ya encontré el rosario donde me dijo la Virgen, y se lo he dado a tu hermano. Ayer, fiesta de la Asunción, dijo la misa cantada, y predicó primero a los hombres, después a las mujeres, y después a los críos y crías, y nos miraba. Tu hermano dice "Dominus vobiscum", y yo creía que era "Dominus vobispum": así lo dice don Valentín... ¡Ay! Tú ¡qué bien lo dices!... Tu hermano nos enseñó un cantar, y Loli empezó a cantarlo.

Sigue el Padre Ramón:

La anestesia, en lo que se refiere al dolor, parece completa. Aparte de las grandes pruebas que se les han hecho, como pincharlas, yo las he visto dar unos grandes rodillazos sin acusar gesto de dolor alguno.

Lo más impresionante para mí en este sentido, fue cuando vi a Loli darse un gran golpe en la cabeza contra la artista de un peldaño de cemento. El ruido fue tremendo: los presentes ahogaron un grito, de la impresión; pero la niña, sentada en el suelo, sonreía y hablaba con su visión. Al volver en sí, le preguntamos si había sentido dolor. Ella no recordaba ningún golpe. Tal vez habría sido, dijo cuando sintió como un calambre por todo el cuerpo, pero sin dolor alguno. Sin embargo, en la cabeza tenía un chichón en el lugar del golpe".

Las visiones de la Virgen van precedidas de tres "llamadas". La palabra "llamada" ha surgido de las mismas niñas, que hablan así: "Hoy no me llamó la Virgen. Hoy me llamó. Ya he tenido una llamada, o dos, etc."

No les resulta fácil describir la naturaleza de las llamadas. Dicen que es como una alegría por dentro, alegría clara, inconfundible, que nunca falla. Es como sí la Virgen dijese, en la primera llamada: ¡Jacinta!; en la segunda; ¡Jacinta! ¡Ven!; en la tercera: ¡Jacinta, corre, corre, corre! Pero todo sin palabras externas.

Casos observados por mí mismo: Estaba un día Loli sirviendo un vaso de agua al señor Matutano, para que tomase una aspirina, y según lo estaba sirviendo, sintió la tercera llamada. Dejó la jarra y vaso, exclamando: ¡Vamos, papá, que me llama!.

En otra ocasión, estaba yo con Jacinta y Loli y tres sacerdotes. Al avisarme ellas que habían tenido la segunda llamada, salí con uno de los sacerdotes hacia la casa de Conchita, y allí le pregunté:

-- ¿Cuántas llamadas has tenido?.

-- Dos, Padre.

-- Entonces Mari Cruz, que estaba allí, dijo:

-- A mí no me ha llamado la Virgen.

-- Pues entonces vete a casa, le dije yo. Y obedeció.

Los objetos besados por la Virgen: 

Al principio de las Apariciones las piedras han sido cosa muy frecuente en las visiones de las niñas. Se trata de piedras pequeñas, como del tamaño de un caramelo. Las recogen del suelo en estado de trance, o las llevan ya preparadas de antemano; se las dan a besar a la Virgen, y después las entregan a distintas personas, como recuerdo, o como señal de perdón.

Se ha visto frecuentemente que la misma visión pedía a las niñas más piedras; pero ellas no las encontraban. Con motivo de estas piedras besadas por la Virgen se han podido observar fenómenos de "hierognosis", conocimiento interior en orden a distinguir de las demás cosas, las santas o sagradas. Por ejemplo, cierto día una de las niñas, en trance, tenía un montoncito de piedras para ofrecer al beso de la Virgen; al levantar una hacia la visión, se la oyó decir con toda claridad: "¿Qué?, ¿que ya está besada?, ¡Ah! es la de Andrés".

Esto del beso de las piedras pequeñas ocurrió sobre todo en las primeras semanas; luego, la Virgen besaba objetos religiosos: crucifijos, rosarios, medallas, estampas y anillos o alianzas de matrimonio. Lo corriente es ver a las niñas con rosarios, medallas y cristos colgados al cuello; son los que el público les da para que la Virgen los bese.  

Fue un hecho comprobadísimo que las niñas, a pesar de la multitud de objetos que pasaban por sus manos y que ellas daban a besar sin ningún orden preestablecido, jamás se confundieron al devolver cada uno de tales objetos a quien correspondiera; la Virgen las guiaba; y esto, sin mirar, con la cara en alto, y estando a veces los interesados a sus espaldas, o deliberadamente arrinconados.

Conchita estaba un día en la cocina de su casa, rodeada de personas que esperaban el momento de la aparición; sobre la mesa que servía para las comidas familiares, iban amontonándose los objetos que ella debería dar a besar; alguien puso también allí una bonita polvera de mujer; la niña y los circunstantes quisieron hacerle desistir: ¿cómo la Virgen iba a besar un objeto profano. Sin embargo, la polvera allí quedó. Llegó el éxtasis, y los circunstantes vieron con asombro que la mano de la vidente, sin que ella mirara, se iba, primero que a ningún otro objeto, hacia la discutida polvera; la levantó hacia la Virgen y luego la dejó con todo respeto sobre la mesa.

Tan pronto como el éxtasis terminó, se pidieron explicaciones a Conchita, y ella declaró que la Virgen le había pedido inmediatamente la polvera, para besarla, diciendo que "era algo de su Hijo": ella no sabía más. Durante la guerra civil, aquella polvera había servido para llevar las Hostias para dar la Comunión. ¡Había sido, por tanto, como un copón!. El suceso es rigurosamente histórico. Fue don Ramón Pifarré Segarra, farmacéutico de Sans (Barcelona) quien llevó la polvera a casa de Conchita. Visitaba Garabandal con su hija Asunción.

La Virgen dijo que Jesús hará prodigios mediante los objetos besados por Ella, antes y después del Milagro, y las personas que lleven con fe tales objetos, pasarán en esta vida el purgatorio.

Don Máximo Förschler nos dice:

Era el día 14, segundo sábado de octubre, octava de aquella especialísima fiesta del Rosario que había habido en Garabandal. Faltando unos treinta kilómetros para llegar a Cosío, tuvimos un tremendo choque con otro coche; el accidente pudo tener consecuencias fatales, y sólo posteriormente he llegado a comprender que fue sin duda la Santísima Virgen quien nos libró de una muerte segura. Por causa de lo ocurrido, llegamos a San Sebastián de Garabandal muy tarde, sobre las once de la noche. Pero con la suerte de poder presenciar, apenas llegados, dos éxtasis.

Nos retiramos a la casa donde teníamos hospedaje y, en seguida, a eso de las doce, el P. Ramón Andreu se puso muy malo, con mareos, sudores fríos, fortísimos dolores en el tobillo izquierdo, que aparecía muy inflamado. Había en el pueblo un médico de Santander y un especialista en huesos, de Burgos . La casa donde se alojaban el P. Andreu y el señor Förschler era la de la señora Epifanía, "Fania". Los doctores eran don Celestino Ortiz Pérez de Santander y el señor Renedo, de Burgos.

Se les llamó, y después del reconocimiento, diagnosticaron que, aparte del evidente derrame, había probable fractura del tobillo, o seria fisura, como mínimo. Le aplicaron un adecuado vendaje y una bolsa de hielo que se pudo encontrar, y entre varios le llevamos en brazos a la cama: sus dolores eran horrorosos. Tan fuertes eran sus dolores, que no pudo ni aguantar sobre el pie el ligerísimo peso de una sábana que le extendieron encima para que no lo tuviera totalmente al descubierto. El hielo de la bolsa era el único hielo que pudo encontrarse en el pueblo y se lo trajeron de la nevera o frigorífico del indiano.

Como viejo amigo del padre, quedé yo a cuidarle durante la noche, en una segunda cama que había o dispusieron en la habitación. Después de muy largo rato, debían de ser ya las tres y media de la madrugada, empezamos a oír ruido en la calle, y que la gente pedía a voces que la dueña de la casa abriese la puerta, porque Jacinta estaba allí en éxtasis, queriendo entrar.

Bien pronto apareció en la habitación, se fue hacia el Padre y le dio a besar el crucifijo. Jacinta entró en la habitación con crucifijo en la mano y diciendo a la Visión: "El Padre está ¡mu malísimo! ... ¡cúralo... que delira cuánto... cúralo!".

En el mismo momento en que el Padre besaba el crucifijo que le tendía la niña, le desaparecieron por completo los dolores. Empezaba ya la niña a tener ademanes o gestos como de despedida de la visión, cuando de repente se para, hace una flexión hacia atrás, hacia donde yo estaba, y me da también a mí el crucifijo a besar ¡por dos veces!.

Cuando marchó la niña, nos pusimos, naturalmente, a comentar todos los detalles; y el Padre Ramón me confesó que había pedido muy de veras, en su interior, que la niña, antes de marcharse, me diera también a mí a besar el crucifijo. Tuve para pensar durante las pocas horas que quedaban de la noche.

De esto mismo se supo mas, por el testimonio del P. Andreu:

Poco después de haber besado el crucifijo que le ofreciera Jacinta, vio él que ésta empezaba a santiguarse y a ofrecer sus mejillas a unos besos invisibles: señal inequívoca de que el éxtasis iba a concluir. Entonces él, rápidamente, formuló en si interior una petición a la Virgen: que la niña diera también a besar el crucifijo a don Máximo. El buen señor, horas antes, había seguido a las videntes en sus trances, sin obtener de ellas ninguna muestra de atención; más bien, lo contrario, pues cuantas veces ellas dieron el crucifijo a los circunstantes, siempre le saltaron a él.

Apenas había el Padre formulado su secretísima petición, Jacinta se detuvo y exclamó: "¿Qué?". Quedó en actitud de escucha, y añadió en seguida: "¡Ah!" Empezó a inclinarse más y más hacia atrás, hasta que pudo llegar con el crucifijo a la boca del señor Förschler, a quien no podía ver, por tenerle a su espalda. Instantes después, volvió la niña en sí. Los relojes estaban a punto de dar las cuatro de la madrugada de aquel domingo, 15 de octubre.

Clareaba ya la mañana de ese día, cuando se presentaron varios franceses, y detrás, uno de los dos médicos, a preguntar por el Padre. Serían las ocho, aproximadamente. El Padre dijo al médico que habían cesado del todo los dolores, y que podía mover el pie sin dificultad. Era bastante sorprendente; mas como medida de precaución le aconsejaron que no pisar con aquel pie, y que aguardase la llegada de una ambulancia de Santander; la lesión había sido seria y, normalmente, tardaría de quince a veinte días en curar.

El médico encontró al Padre sentado en el borde de la cama:

-- Pero ¿qué hace usted, Padre?.

-- Ya ve: trato de levantarme.

-- ¡No haga usted eso!. Es un disparate. Vamos a ver el tobillo.

El médico se puso con una rodilla en tierra, para examinarlo mejor. Luego levantó la cabeza hacia el Padre, mirándole de cierta manera, y le dijo:

-- ¡Qué bromista es usted!. Vamos, enséñeme el tobillo malo.

El Padre, le enseñó el otro tobillo, que era precisamente "el bueno". El médico lo examinó con toda atención, lo comparó con el otro, y acabó levantando de nuevo la cabeza hacia el Padre, mientras decía con una expresión difícil de definir: "¡Pero qué cosas más raras pasan en este pueblo!".

Cuando marcharon los médicos, el Padre se empeñó en que le calzáramos, pues no sentía dolor alguno. Fue a ponerse en pie, y lo hizo sin dificultad. Entonces decidió celebrar él la misa del pueblo, desistiendo de avisar a don Valentín para que subiera, como ya habíamos acordado. Mandó tocar las campanas a misa.

Don Máximo, en estas fechas previas a su conversión, todavia era protestante, y dice:

Yo mismo le acompañé a la iglesia; y cuando iba a empezar el acto, como yo de la misa no entendía nada, busqué un lugar a propósito en el último banco, y me dediqué a observar desde allí atentamente cómo marchaba lo de su pie; durante toda la ceremonia se movió, se arrodilló y levantó sin dificultad.

Le dije mis observaciones, después de la misa, y él hizo delante de mí varios movimientos o flexiones de pie sin molestia alguna; y al fin me confió cómo había sido. Fué que Jacinta después del éxtasis en casa de Fania le dijo: "Padre, la Virgen me ha dicho que está usted malo; pero me ha mandado a decirle que está usted curado". En el mismo instante le desaparecieron los dolores y quedó sano.

 

A. M. D. G.


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