Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 43

 

Paquita Cuenca,  Pilar Cuenca Mazón,
Angelina y Andrea González.

 

Iglesia de San Sebastián de Garabandal en tiempos de las Apariciones. La Virgen decía que: «venía con frecuencia a la Iglesia, con las niñas, porque quería estar donde está su Hijo en el Sagrario».

 

Paquita Cuenca.

Paquita es viuda de Serafín González, el hermano de Conchita.

La primera aparición fue un domingo, pero yo me enteré el lunes por la mañana. Me dijeron que a las chiquillas se les había aparecido un Angel.

Me acuerdo del primer éxtasis que vi. ¡Todos estábamos impresionados!. ¡Unas caras!. Era en la Calleja, no había nada más que los del pueblo. Estaba aquel día todo el pueblo con una cara de susto; y los hombres allí, ¡con unas caras!.

Todo esto me impresionó muchísimo. Los primeros éxtasis los vi todos, hasta un mes o dos por lo menos; todos los vi, menos el primer día.

Las niñas tenían unas caras transformadas, impresionaba mucho verlas, sobre todo, algunas veces, parecían ángeles. Al salir de los éxtasis se quedaban ¡con una risuca!, normales. Nunca jamás las vi cansadas.

También vi a Conchita el dia del Milagro de la Forma. Yo lo vi. Pero ya estaba la Forma sobre la lengua. Estábamos junto a su casa y cuando fue a salir había muchísima gente. Nosotras nos agarrames a un guardia por detrás, a su cinturón, que estaba muy cerca, e íbamos siguiendo; pero, como había mucha gente, yo ya cuando la quise ver ya la vi con la Forma en la lengua.

La Forma me pareció un poco más grande que las otras y así como un poquitín más esponjosa y mas blanca. Me parecía un poquitín mayor que las otras, pero no lo vi muy cerca tampoco; lo vi, pero un poco lejos.

Foto: Paquita lleva la leña para el hogar.

Un día, le dijo Conchita a una prima carnal de ella, que iba a haber un milagro para el día 18 de Julio de 1962, y dice así ella:

-- A mí me parece un milagrucu. Como todos los días veo la comunión, pues a mi no me parece milagro, me parece muy chicu.

Quería decir que ese día, aunque lo viera la gente, como ella ya lo veía todos los días, para ella le parecía muy pequeño, igual por eso le llamó ella el Milagrucu, que ella decía que le parecía muy chiquitín.

El éxtasis, si venía con algo en la mano, quedaba sujeto y con frecuencia eran personas a las que esto servía de prueba que no olvidaban; era un modo por el que se hacía mas patente la realidad de las Apariciones. Nunca pasaba nada malo pero les quedaba grabado en la mente a todos.

Mi hermana se llama Tere, está en Los Corrales, tiene dos meses más que Conchita, estaban jugando al corro y de repente se quedó en éxtasis Mari Cruz, que era mucho más pequeña que ella, y se quedó agarrada al dedo. ¡Y que no la podía soltar!. Y eso que era más pequeña que ella. Tere sudaba y la Guardia Civil estaba echando gente para atrás y ella allí agarrada. ¡Que no podía soltarse!. ¡Tenía una sudada la pobre muchacha!.

Otro día Loli, estando cogiendo agua bendita, que muchas veces se juntan dos y le da una a otra, el dedo de la otra le quedó como pegado y la otra fue no sé cuánto por ahí que no podía soltarse; esa se llama Trini, era del pueblo, pero no vive aquí.

En esta ocasión Dios permite que el médico pueda levantar a Conchita del suelo más de medio metro, pero, de repente, Conchita aumenta de peso y cae de las manos del médico como una roca. Hubo muchas señales como esta, de que todo estaba siendo guiado de lo alto para que creyesen en la presencia de la Visión.

Todos vimos cuando los médicos les hacían toda clase de pruebas. Un día, a un médico se le cayó de bastante altura Conchita de entre las manos y se cayó, ¡pum!, un golpe fuerte, pero no se hizo daño. Yo oí decir, que las pinchaban; yo nunca lo vi. Ahora que levantarla lo vi. También vi que le quería torcer la cabeza y que no podía, ese médico era don José Luis, médico de cabecera de Puentenansa.

Cuando empezaban los éxtasis las cogía el cura, las examinaba una por una y todas coincidían en todo. Don Valentín las fue metiendo una a una en la sacristía para preguntarles y todas coincidían viendo lo mismo.

Unos decían que los éxtasis los causaba un profesor que había traído aquí Taquio(Eustaquio) y que las drogaba, se llamaba Manín. Porque él, después que terminaban los éxtasis, las llevaba para preguntarles a ver qué veían y le echaban la culpa a él. Un día estaba yo en casa de ese Taquio y se nos llenó la casa de Guardias Civiles, todos a por el profesor. El pobre muchacho, con una cara de susto, allí les enseñó la documentación y todo.

Otros decían que era don Valentín. ¡Hombre, por Dios!. No sabían qué decir. Sí, hasta eso llegué a oir yo: ¡Que si se lo daría don Valentín en las Formas cuando comulgaban!.

Además, ese profesor que le echaban la culpa, no estaba aquí cuando empezaron las Apariciones, porque empezaron un domingo y él vino un martes. Estoy segura de esto porque bajé yo con dos caballos para que subiera Taquio en caballo. Fui yo la que les dije a ellos que las crías decían que se les aparecía un Angel, y me decía Taquio:

-- ¡Anda!. No me digas estas cosas.

Después lloraba él, cuando subía a verlo. Ese Taquio ya se murió, era un indiano de aquí y su madre le mandaba subir. Su madre era ya mayor y él no quería ir. Y ya un día dice su madre:

-- Pues, si no subes tú, subo yo.

Porque ella sabía que entonces iba a subir él porque ella estaba muy achacosa y no podía subir; al decirle eso, subió él y lloraba al ver los éxtasis de las niñas. Decía que, el día del Milagro, el vendría de Méjico como fuera y, si por el camino se enterase, se volvería acá desde donde estuviese.

Le llaman Taquio, el "indiano", porque se fue a Méjico y después que vienen les llaman indianos.

Esto que ví, yo digo a veces que es el mayor milagro que he visto. He visto salir sola a Conchita de los Pinos, porque si vamos dos juntas ya es un poco más fácil, se pueden ayudar un poco. Salir sola de las Pinos, con la cabeza doblada para atrás y llegar hasta la puerta de su casa, con la noche oscura y andando para atrás. Eso lo he visto yo, y dar vueltas por todos los callejos hasta llegar a su casa. También iba mucho al Cementerio a rezar y yo fui alguna noche con ella.

Muchas veces dudaba, unas veces me parecía bien, otras veces pensaba que qué sería. Un día, el 17 de octubre del primer año, estaba un montón de gente exagerado. Estaba pensado:

-- Mira que si me traerían a mi la Cruz ahora a besar, entonces sí que se me quitarían mis dudas.

No sé si pasaron tres minutos cuando se me planta, entre toda la gente allí, para darme la cruz a besar, una de ellas, Loli. Había miles de personas y me dió la cruz y yo estaba metida entre la gente. Estuve pensando eso y eso me pasó, cierto.

 


 

Pilar Cuenca Mazón.

Pilar Cuenca Mazón.

Yo iba a las apariciones como iban muchas. No me atrevía ni a torcarlas. Yo las tenía como respeto. Se ponían a levantarlas algunos y no las levantaban, no eran capaces de levantarlas, que estaban qué sé yo, como si fuera un trozo de madera que no se podría levantar, una cosa muerta.

Y yo, después, iba a acompañarlas al rosario. Lo más que iba era con Conchita, si daba la casualidad, lo mismo con una que con otra.

Pasaba por aquí y le decía:

-- Cuando vayas a rezar el rosario me llamas.

Y yo iba y la acompañaba. Rezaban el Rosario muy bien. ¡Uy!, Un rosario qua llama la atención, era digno de rezar con ellas.

Decían:

-- Santa María, ... Madre de Dios...

Así, con un reposo, despacio y una forma de decir que era de llamar la atención. Todo lo que nos enseñaban era bueno. Porque santiguarse era una cosa maravillosa, despacio, todo acompasado, una cosa que antes no lo hacían, no lo veíamos. Y las letanías que ellas dijeron tampoco las decíamos antes.

Un día, estábamos en la cama mi hija y yo. Sentimos rezar por ahí. Era Aniceta y su hija. Una noche muy mala, tronando, relampagueando y nevando. Salimos de la cama la hija y yo y las acompañamos. Luego ya salieron algunos otros vecinos. Fuimos al cementerio con ella, rezando y quitándole la nieve de encima de la cara.

¡Era una cosa maravillosa!, ¡una cosa de maravilla!. Yo también le di a besar algunos objetos a Conchita y me dijo que la Virgen los había besado, y después me los devolvió.

No me acuerdo qué fecha era. Pero una noche de miedo. Cuando vienen los truenos, mete respeto. Aquí en las montañas suenan fuerte y en Peña Sagra todavía más que aquí en el pueblo, pero en el pueblo bastante. Relampagueaba y nevaba. Íbamos la madre, otra que se llamaba Matilde, mi hija y yo. Ese éxtasis duró bastante porque iba rezando y anduvimos por el pueblo y luego fuimos al portal de la iglesia y de la iglesia al cementerio.

 

La noche del Milagro de la Comunión visible de Conchita.

Aquella noche, algunos dijeron que iba a ser ahí arriba, donde la Capilla y allí fui con varias personas. Y después no fue allí fue ahí donde la casa de Matilde, cerca de la casa de Conchita.

Las hijas mías lo vieron, o sea, no vieron llegar la Forma, la vieron ya posada en la lengua. Aquella noche hasta lloraban, sobre todo la mayor. No había consuelo para ella; ella la vió en la lengua. Mis hijas se llaman María Asunción y la otra Serafina.

Una cosa preciosa que ví fué lo de las coronas y el Niño Jesús.

¡Ay lo de las coronas!. Se daban el niño Jesús unas a otras, ahí en el portal de la iglesia. Después se daban la una a la otra la corona y venga a ponérsela, y se levantaban una a otra.

Eso lo vi yo, una niña que levantaba a la otra con mucha facilidad, ¡como si levantaba una pluma!. Y veía también que las pinchaban por los piés cuando estaban en éxtasis en el Cuadro. Les enfocaban las linternas a los ojos y no los cerraban. Cuando terminaban los éxtasis, quedaban sonriendo. Nada, nada de cansadas. Lo que vi lo digo con toda el alma y todo corazón.

Un día íbamos a misa y cayó María Dolores en éxtasis junto a la pila, en la iglesia. Estaba una que se llama Carmen y su marido Rafael, eran de Aguilar de Campoo. En el éxtasis Loli decía que estaba hablando con el Padre Andréu, que había muerto. Al estar diciendo eso, esta Carmen y el marido, lloraban allí al oir a Loli.

Nosotros no oíamos lo que decía la niña, ellos sí, que estaban allí mismo junto a ella. Esta señora y su marido dijeron que la niña estaba hablando con el Padre Luis Andréu y estaban llorando al oírla a ella porque ellos estaban con el Padre Andréu cuando se murió.

 


 

Angelina González.

 

Angelina González.

Conocía bien a las niñas, iguales que las otras. Antes de las Apariciones nada de especial en ellas.

Cuando las niñas iban por el pueblo, corriendo con velocidad, no tropezaban con nada. Y, cuando la nieve, subían por ahí arriba y por aquí, por lo malo, no siempre buscaban el mejor camino, subían igual de bien por las piedras.

Cuando iban con velocidad, ¡ay, Dios mío, ¡cualquiera las seguía!. Muchísimo me costaba. Y cuando se les terminaba el éxtasis, no parecían cansadas después de esas carreras. Se veían frescas, muy bien.

Un día, en casa de Aniceta, María Dolores dice al salir del éxtasis:

-- ¡Ay, madre mía!, ¡qué oscuro está y qué claridad había!.

Entonces interviene una señora que dice:

-- Una vez, también allí en la «calleja», dijo lo mismo.

Cuando andaban por las piedras y el barro, no tenían heridas o marcas. Las piernas estaban limpias. Y cuando andaban de rodillas por ahí, no noté nada. Se manchaban mucho, pero no se les pegaba el barro. Estaban limpias del todo.

Cuando vino el médico de cabecera, Dr. Gullón, le ponía las manos en la cara a la niña a ver si le podía torcer la cabeza y no podía.

Una vez estaba mi hermano en la cocina, sentado a la lumbre; andaba malo. Entró María Dolores y se arrodilló; estuvo un rato allí al par de él. Estuvo un rato rezando y se marchó estando en éxtasis.

¡Ah!, también me emocioné mucho cuando la niña iba al Cementerio. Conchita iba al cementerio y por entre las rejas daba el Crucifijo a besar. Fuí con ella más de una vez.

Las noches de los gritos, ¡ay, qué espantoso!, ¡no quiero ni recordarlo!. ¡Yo pasé unos miedos!. Nos dijeron del Castigo que va a venir si no nos convertimos. Pensaba que el Castigo ya venía ese día.

Estábamos en la «calleja», y había un Padre franciscano allí. Oí decir que iba a Liébana, pero se confundió de camino y vino aquí; Dios nos lo envió para que nos confesásemos con él. Los del pueblo, todo el mundo, nos quedamos allí, haciendo fuego con palos.

Se oía a las niñas dar unos gritos terribles y, en el momento que ellas gritaban, ese Padre se ponía a rezar y paraban los gritos. Las crias gritaban y lloraban mucho. Me daba muchísimo miedo, y la verdad que no quería ni acercarme. Las otras personas también tenían mucho miedo, ¡oh, sí!. Decían:

-- ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! ... ¡Ay, Virgen del Carmen!...

En la primera linea estában: María, mi madre y Maximina. Mi madre lo pasó mal; ¡daba unos gritos!. Fueron dos noches. Me acuerdo que decían los mozos:

-- Yo mañana, que era el dia del Corpus, voy a confesar.

Yo me acuerdo que aquella noche vino mi hermano del monte y yo no me atrevía ni a ir a casa; al otro día me fui a confesar como todo el mundo, como si nos fuéramos a morir; buena, buena confesión.

Vi muchísimas veces los objetos que daban a besar a la Virgen. Sin mirar, los devolvían a sus dueños, era algo maravilloso. Yo les dí el rosario y me lo devolvieron después.

 


 

Andrea González.

 

Andrea González.

La primera vez, el mismo día o al otro, fui a enterarme. Se lo pregunté a Jacinta, y Jacinta me dijo que sí, que era verdad. Yo pensé que era verdad, porque las niñas eran inocentes. Yo había leído cosas de Bernardita de Lourdes y pensé:

-- aquí, algo hay.

Tenía confianza en ellas; nunca pensé que podían mentir. Además, decía yo:

-- Esto no es del mundo ni del diablo; esto es de Dios.

Eso pensé cuando la gente empezó a hablar de los acontecimientos. La primera vez que vi a las niñas en éxtasis, no sabía qué pensar de aquello, porque se quedaron de una forma que ¡parecían ángeles!.

Donde las vi por primera vez era en la «calleja»; estaban allí las cuatro niñas. Como yo no podía andar bien, iba antes que ellas a ponerme allí. Las ví llegar y cayeron en éxtasis. Tenían caras de ángeles, guapas, muy guapas. Como ángeles, siempre como ángeles. Cuando se acabó el éxtasis, ninguna marca de nerviosismo o de fatiga, nada.

Varias veces entraron en mi casa en éxtasis. Una noche, estaba yo en la cama y pensé:

-- ¡Ay, Virgen Santísima, haz venir a Loli con la Cruz, que me la ponga aquí, en la cabeza, a ver si se me quita ese dolor.

Estaba yo muy mala, ¡con un dolor de cabeza!. Era un pensamiento que tenía pero no lo dije a nadie. Me escuchó la Virgen; Loli vino y me puso la Cruz. Levanté la cabeza y la quería besar. Y en vez de ponérmela en los labios me la puso en la cabeza, sin que yo le dijese nada, ni ella a mí. La tuvo allí un rato y después se fue y mi dolor de cabeza desapareció del todo.

Otra vez vino Jacinta, bendijo esta cama y entró allí donde la otra. Pero yo habia cambiado la almohada ese día y una persona extraña no podía saber dónde se encontraba la cabecera. Veía que Jacinta estaba allí como si buscase algo. Es que le estaba preguntando a la Virgen que dónde la hacía la cruz, que allí no había almohada y le dijo la Virgen donde estaba la cabecera de la cama y le hizo la señal de la cruz.

Cuando dijeron que la gente daba las medallas a besar, allí me fui. Era de noche. Voy a la entrada del pueblo. Me paré en la plaza, la primera del pueblo. Jacinta estaba en éxtasis más abajo.

Me acuerdo que me dijo una hija:

-- Venga acá, madre, a darle la medalla a besar a Jacinta.

-- No, yo no voy, ¡que me busque!.

Dije yo a mi hija Luzdivina.

Y alli me fue a buscar. Vino donde mí, con la medalla, la puso así, y se fue sonriéndose y volvió otra vez. Volvió seis o siete veces.

Entonces, dice María, la madre de Jacinta:

-- ¡Ay, tía!. ¿Todavía no has besado la medalla?.

No, no la he besado. Cada vez que la iba a besar, se volvía sonriendo. Con esto, ya me entra un nerviosísmo que me daba mal. Creía que la Virgen estaba enfadada conmigo; y entomces yo decía para mí:

-- ¡Ay, que gorda!. ¡Ay, Dios mio, que mala soy, que la Virgen no quiere que yo la bese!, ¡que mala soy!.

La Virgen, viendo que ella al principio se hizo de rogar y no quería ir donde Jacinta, le hizo pasar esta pequeña prueba para que lo desease de verdad.

Entonces viene Jaeinta y me da la medalla a besar tantas veces como me lo había negado. Me quedé que no sabía qué hacer de emoción que tuve. Esto no se me olvida nunca. Vaya emoción que me dió. Y luego dije:

-- Pués nó, ¡la Virgen no está enfadada conmigo!.

Tenía unas medallas, se las di a Jacinta y le dije:

-- Ahora se las vas a dar a Santa María para que me las bese.

La Virgen las besó, una por una, todas las medallas que yo le dí. Todo lo que hacía la Virgen con las niñas era precioso y, si nos portábamos mal, nos corregía con amor de Madre.

 

A. M. D. G.

 


 

Índice de capítulos