Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 66

 

Don Luis Navas Carrillo,
abogado y cursillista de cristiandad.

Don Luis narra con gran sentimiento los éxtasis de las niñas:

La niña se hallaba del todo transfigurada; su rostro era radiante y lleno de luz; su expresión no era de ella, sino angelical, parecía como si desprendiera un halo sobrenatural y a todos nos embargaba una sensación de serenidad y de paz, como de estar en el regazo de la Madre y Señora.

 

La Sierra de Peña Sagra, en lo alto de la foto. Los Pinos y el Pueblo de Garabandal en el centro, parcialmente tapado por el cerro de la entrada.

 

Don Luis Navas Carrillo, abogado y "cursillista de cristiandad", una obra de apostolado católico comprometido,  además de vivir los sucesos de aquellos días en Garabandal, escribió un relato de los mismos.

Dice Don Luis:

Día 29 de junio de 1962, festividad de San Pedro y San Pablo:

Don Luis viene de Palencia a Cosío directamente por el Puerto de Piedras Luengas.

Después de pasar el Puerto de Piedras Luengas, de contemplar la maravillosa panorámica de los Picos de Europa, tomamos la carretera sinuosa y estrecha en dirección a los Saltos del Nansa, llegando a Cosío ya entrada la tarde.

Por un camino no transitable para vehículos y malamente para personas, iniciamos la subida con agradable temperatura y cielo despejado hasta San Sebastián de Garabandal sin borrar todavía de nuestras memorias aquel plomizo y lluvioso diez y ocho de octubre de 1961, día del primer Mensaje.

La suave brisa de la montaña purificaba nuestros cuerpos y preparaba nuestros espíritus para recibir la acción benéfica de la Virgen María.

Tuvimos tiempo de descansar como una hora y media, cuando ya entrada la noche nos dijeron por una de las calles del pueblo que las niñas caminaban en éxtasis. Fácilmente las encontramos y nos unimos al grupo que las seguía hacia los Pinos, perdiéndolas de vista un poco más arriba del "Cuadro".

Mari Loli, Conchita, Jacinta y Mari Cruz, en éxtasis,
en el sitio llamado el "cuadro" que describe Don Luis.

 

El "cuadro" es un lugar de la Calleja.

Esta palabra, "cuadro", es fácil que a muchas personas no les diga nada. Consiste en una piedra alargada entre otras dos más pequeñas, una a cada lado de la mayor, donde con frecuencia caen de rodillas las videntes con una exactitud matemática; allí se colocó un cuadro de madera, hecho con troncos de arbol y estacas, para protegerlas de la multitud que las arrollaban, tocaban e incluso pinchaban, deseosas de satisfacer su curiosidad y sobre todo palpar aquella rigidez que chocaba contra las mismas piedras.

Nos quedamos a cierta distancia siguiendo instrucciones que las había dado la Virgen y quedando fuera de nuestro alcance, esperamos un poco angustiados e incluso algunos creían oír u oían débiles gemidos, acaso recordando los fuertes sollozos de la víspera del Corpus.

Más tarde bajaron un poco pero lo suficiente para que con la poca luz que proyectaba una linterna potente, contempláramos cómo las niñas caían y se incorporaban repetidamente sobre aquel suelo pedregoso, prestándole un encanto especial las luces de las linternas que portaban las niñas y con las que habían acudido a la cita de la Señora. Adelantados sobre los demás, ligeramente, aparecía el padre de Mari Loli y la madre de Jacinta.

El silencio simulaba el eco de la noche estrellada y serena que nos ayudaba a meditar, asociándonos en espíritu a las niñas que, terminada la visión, reflejaban en sus rostros lágrimas mal limpiadas y un aspecto serio y triste que contrastaba con el risueño y alegre que les es característico y habitual.

Durante este primer día mi espíritu quedó templado y preparado para recibir todo aquello que él fuese capaz de captar de esas percepciones que escapan a los sentidos y que solamente es posible recoger abriendo los ojos de la fe.

El día 30 de junio, sábado, fue el día más grandioso y emocionante de los tres que pasé en San Sebastián de Garabandal y reviví en mi alma los días gozosos y esperanzadores del Cursillo de Cristiandad.

Los "Cursillos de Cristiandad", a los que se refiere don Luis, son un tiempo de retiro espiritual para reflexionar seriamente sobre la vida cristiana propia, para mejorarla y para vivir plenamente la vida cristiana como católicos comprometidos.

Un incipiente amor filial iba penetrando por las grietas abiertas en mi corazón, un ardiente deseo junto con el reconocimiento de mis propias miserias y el recuerdo del esquilón de la Ermita que ésta Virgen del Carmen tiene en mi pueblo, iba saturando mi espíritu, resonando sus campanadas hasta en lo más recóndito de mi alma.

 

Conchita sale de su casa, en éxtasis, rezando el Rosario.

Ya de noche, esperábamos en casa de Conchita, su madre la mandaba ponerse unas "catiuskas" de goma. Como si presintiera la hora de la llamada, la niña cae en éxtasis, sale de su casa y comienza el rezo del Santo Rosario por las calles, callejas y caminos del pueblo, arrastrando tras de sí a todos los forasteros y otras personas de la Aldea.

Se rezaban unos misterios y se cantaban otros, su voz musical y tono de auténtica, genuina, sincere y profunda piedad se iba apoderando de todos nosotros, embargándonos una sensación especial de bienestar y placidez.

Nunca las había visto caminar de espaldas; este andar, por su armonía, gracia y ritmo me parecía una danza celestial; durante el trayecto la vidente encuentra el coche de Fidelín, haciendo la señal de la cruz sobre el volante y la vuelve a repetir sobre el parabrisas.

Este detalle curioso me sugería el pensamiento de que acaso la Virgen bendecía y aprobaba con este signo al único taxista que se arriesgaba diariamente a subir por un camino muy parecido al que conduce al Parador de Aliva; a continuación sorprende a la cuñada del P. Andréu, haciendo sobre su rostro la señal de la cruz con el crucifijo de un modo solemne y a la vez lleno de unción, quedando visiblemente emocionada.

 

Conchita da a besar el Crucifijo a Mari Cruz.

Entró más tarde en casa de un vecino, también fue en busca de Mari Cruz. La puerta estaba ya cerrada, la golpeó con fuerza y persistentemente hasta que fue abierta, sube por una escalera pendiente, llevando el crucifijo a los labios de su compañera a quien no olvida ni en los momentos de visión pidiendo a la Virgen se le aparezca con la misma frecuencia que a ellas.

 

No se olvida nunca de rezar por los difuntos.

Nos lleva al Cementerio; frente a la puerta del mismo se detuvo breves instantes e hizo la señal de la cruz como si impartiera una bendición, por la forma que adoptó.

Pone las medallas a sus primos, Pepe Luis y Mari Carmen.

Al regreso, entra en casa de su tía Maximina; sus primos, dos niños de corta edad, se encontraban dormidos; les destapa hasta encontrarles la ropa interior, prendiéndoles a cada uno su medalla sin equivocarse, pues ambos tenían su correspondiente inscripción comprobándolo el P. Pasionista.

Por fin llegó la carrera extática que era para mí una novedad; no pudimos seguirla y menos alcanzarles; resultaba curioso ver cómo, antes de iniciarla, se detenía y extendiendo ligeramente los brazos salió como una exhalación sin tropezar con las esquinas, tapias, setos o piedras que acechan por todas partes, sin olvidar también los balcones de baja altura capaces de lastimar nuestras cabezas, como ocurrió con la mía.

Las carreras extáticas eran un modo de ir a otro lugar sin que las siga la gente para estar a solas con la Virgen y con alguna otra persona. Por ejemplo fueron a ver a Matilde, que se lo pidió, y a Avelina cuando estaba a solas cuidando de una niña inválida.

 

Siempre van a visitar a Jesús en el Santísimo Sacramento.

El Rosario concluyó en el mismo Pórtico de la Iglesia con el canto de la salve. Me llamó la atención sobremanera cuando en el rezo del Credo, después de "santa Iglesia católica" añadiesen "apostólica y romana", que, según me han dicho, solo lo dicen en éxtasis; también observé cómo rezan el rosario sin auxiliarse de medio alguno para la cuenta exacta de las diez avemarías de cada misterio.

La segunda visión la tuvo Mari Loli.

Presencié la entrada en su casa; sube por unas escaleras casi verticales, recorre todas las dependencias y enseguida el padre intuye que busca les sandalias de goma; se les coloca próximas a sus pies, se las pone en esta situación y acto seguido cae violentamente de rodillas, se contorsiona hacia atrás dándose fuertemente con la cabeza en el suelo de madera. Por insinuación de su madre, Jacinta le pregunta:

-- ¿Cómo te has dado ese golpe?.

Todos oímos salir de aquellos labios entreabiertos y esbozando una débil sonrisa estas palabras:

-- ¿Qué golpe?.

Durante los éxtasis, no sienten los dolores de ningún golpe. La Santísima Virgen las protege continuamente y no sufren daño. También se comunican entre sí, aun cuando alguna esté fuera del trance. Días más tarde al contarle este detalle al padre Rodrigo S.J., me explicó la comunicación existente entre las videntes, aún cuando no estén en visión al mismo tiempo.

Ahora las dos en éxtasis, Jacinta y Loli, las vi marchar hacia los pinos con el rezo del segundo Rosario de la noche; en la cima cayeron primero de rodillas y después de espaldas.

Mi mayor sorpresa llegó cuando comienzan el descenso del monte vueltas de espaldas, abandonando el camino para llegar a encontrarlo hacia la mitad del mismo, cortándole transversalmente, sin seguir vereda alguna y después de salvar un corte vertical de cerca de un metro de altura.

Me imagino que la Señora que contemplaban, se había parado de pronto para que ellas se deslizaran suavemente, sirviéndoles de guía en su marcha hasta el pueblo.

 

No quedó calle ni calleja que no presenciara este Rosario nocturno.

No pudieron sustraerse ni los mozos que cantaban en una cantina cuando entraron las niñas dándoles a besar el crucifijo y adoptando aquellos una actitud de completo respeto a pesar de la momentánea interrupción de sus cantos.

 

El pueblo de San Sebastían de Garabandal, al pié del monte Hormazo, bendito por la Santísima Virgen del Carmen en todas sus calles y callejas.

 

Mari Loli pierde una sandalia.

Vuelve sobre el mismo camino, completamente de espaldas, hasta tropezar justamente con el pie desnudo en la sandalia perdida, se la puso sin necesidad de los manos, después se detiene unos segundos, levanta ligeramente los brazos y sale a una velocidad de vértigo propia de un especialista en los cien metros libres.

 

A pesar de las piedras y de la velocidad pudo detenerse frente a Concepción Zorrilla.

Esta Señora era miembro de una Compañía de Teatro extranjera, que acababa de actuar días entes en el Teatro Español de Madrid. Esta mujer buena, abierta y sincera, había acudido a este pueblecito escondido de la geografía hispana, desviando su ruta hacía Paris, de regreso ya para el Uruguay.

Dentro del silencio y el recogimiento de la noche Mari Loli puso fin a sus dudas e inquietudes, extendiendo el brazo con la mirada hacia adelante sin volver la cabeza hacia su lado para darla a besar el crucifijo que, si bien lo rechazó por dos veces, no pudo vencer la violencia de esta criatura que llega con el crucifijo a sus labios, arrancándola lágrimas que hicieron brotar en su alma una alegría y felicidad interior como nunca había experimentado y muy diferente a la de los escenarios.

Se consideraba indigna de besar el Crucifijo.

Más tarde, ella misma confesó que si había rechazado el crucifijo fue porque se consideraba indigna de besarlo. Tuve la oportunidad el mismo día de su marcha de sacarle una fotografía junto con Maria Dolores para que pudiera rememorar este episodio en las lejanas tierras de su país.

Sobre este episodio hay mas detalles del doctor Ricardo Puncernau.

Dice don Ricardo:

Al poco rato se corrió el rumor que Conchita había caído en éxtasis. Poco después Jacinta y Mari Loli. Y finalmente Mari Cruz. En estado de trance se juntaron las cuatro y luego siguieron juntas rezando el Rosario que la gente que las seguía contestaba.

Heché un vistazo a la curiosa procesión y entré en la taberna de Ceferino a tomar una coca-cola. En la taberna había una chica uruguaya que trabajaba en el "Folies Bergére" de Paris. Pronto entablamos conversación. Me dijo que ella no solamente no creía en aquellas apariciones, sino que no creía en nada de la religión. Había venido a Garabandal por simple curiosidad.

Al cabo de un rato le propuse salir fuera para ver lo que ocurría con las videntes. Las vimos de lejos, agazapados en la sombra de una casa, cómo se dirigían rezando el Rosario hacia la iglesia del pueblo.

Desde nuestro escondido observatorio mirábamos lo que pasaba. De pronto vimos que Conchita, en trance, se destacaba de la procesión y se dirigía, andando normal pero con inusitada rapidez, hacia nosotros, que permanecíamos escondidos en la sombra apoyados en la pared de una casa.

Llevaba un pequeño crucifijo en la mano. Se dirigió a mi compañera y le puso, a viva fuerza, el crucifijo en la boca para que lo besara, una, dos y tres veces.

La Virgen María, también venía por las bailarinas del "Folies Bergére". Después, Conchita, igualmente en trance, se unió a las demás y siguieron rezando el Rosario.

Mi compañera, la bailarina, se puso a llorar a moco tendido, con unos grandes y sentidos sollozos, tan desconsolados que pensé que le daba un ataque.

La acompañé hasta los bancos de madera que estaban en el exterior y adosados a la pared de la taberna del Ceferino. Se arremolinó la gente e intenté calmarla.

Al fin, pudo explicar lo que había pensado en su interior:

-- Si es verdad que se aparece la Virgen que venga una de las niñas a darme una prueba.

Apenas hube pensado ésto, cuando Conchita vino corriendo hacia mí a darme a besar el Crucifijo. Yo no quería besarle y le aguantaba la mano. Pero ella con una fuerza inusitada me puso el crucifijo pegado a los labios y no me quedó más remedio que besarlo. Una, dos, y tres veces, yo la incrédula, la atea, la que no creía en nada. Ello me emocionó sobremanera.

Nos volvimos a ver en el tren, de vuelta camino de Bilbao. Más tarde supe, porque nos escribimos algunas veces, que dejó el "Folies Bergére" y regresó con su familia al Uruguay.

Continúa Don Luis Navas Carrillo.

El Rosario terminó en el pórtico de la Iglesia.

Dice don Luis:

Cantaron el canto de la Salve; después vi como se elevaban de puntillas ofreciendo las mejillas para besar; después de haber sido besadas por la Virgen, se elevaban la una a la otra para besar ellas a la Virgen, como si la Señora se hubiera distanciado lo suficiente pera hacer más palpable que Ella estaba junto o al menos cerca de nosotros.

Mi curiosidad me llevó a preguntar por qué las niñas van tantas veces a la Iglesia, en éxtasis, encontrándose cerrada; la respuesta ya estaba dada de hace tiempo:

-- A la Virgen le gusta ir cerca de donde está su Hijo Jesús.

Mi fe fortalecida y aumentada me decía lo mismo que el corazón:

-- Pocas veces la Virgen se ha manifestado con tantas muestras de amor de nuestra madre a sus hijos los hombres y comencé a entender, a sentir, a vivir intensamente la devoción a la Blanca Señora.

Aprovechamos un rato para cambiar impresiones y comunicarnos todas las incidencias y detalles que pudieran haber escapado a nuestra atención que se prolongó hasta altas horas de la noche con la segunda aparición de Jacinta, Mari Loli y Conchita, que se sucedieron por este orden.

Estábamos en la cocina de Jacinta.

Ella dormía vestida, echada sobre la cama en una habitación que se comunica con la cocina; se encontraban, además de sus padres, Máximo Foerschler, el protestante convertido recientemente por mediación de esta niña a quien él llama con mucha frecuencia: “mi Jacinta” y alguna otra persona.

A su madre la fue difícil despertarla del primer sueño, luego se sentó sobre le cama, se frotaba los ojos y se le abría la boca; pocas palabras habíamos cambiado con ella cuando cayó de rodillas en visión, se levanta, sale a la cocina, ofrece distintos objetos a besar a la Virgen y así terminó esta aparición.

El día de mi llegada la había entregado una fotografía que la hice con Mari Cruz; observé que durante el éxtasis también se llevó la foto; cuando la pregunté si la Virgen la había besado, me contestó:

-- Se la he enseñado pero no la ha besado.

Una estampa que la daba a besar a la Virgen, en principio por el lado en blanco, la volvió instintivamente al lado correcto.

 

Me agradó mucho contemplar las deferencias que estas niñas guardan con los sacerdotes.

Son dignas de Santa Teresa de Jesús. Eran cuatro los que se encontraban por el pueblo ese sábado, día 30 de junio de 1962; y la Virgen debía de estar contenta, pues, según las niñas:

-- A la Virgen le gusta que vengan sacerdotes y gentes sin fe.

Permanecían respetuosamente de rodillas un P. Pasionista y un P. Carmelita; a los dos les incorporó suavemente ella, haciéndoles poner de pie. El P. Pasionista me decía al día siguiente:

-- Peso setenta y ocho kilos y, encima, me puse a hacer fuerza hacia abajo; pues bien, la niña me puso en pie con gran facilidad.

Del P. Carmelita me edificaba su humildad y silencio; había llegado aquella misma tarde de Burgos y se la pasó casi entera atendiendo a la gente, repartiendo e imponiendo escapularios. Yo sentí una dulce emoción; me venían a la memoria aquellos meses de mayo, el de "las flores a María", de mis tiempos de estudiante en el Instituto de Burgos.

 

Del domingo, día 1 de julio, dice don Luis Navas:

Este día se nos hizo algo más larga la espera. La primera aparición, que fue de Conchita, empezó sobre las diez de la noche. La gente, incluida su entrañable y agradecida amiga Mercedes Salisachs, había abandonado ya su casa, creída de que ya no habría nada.

Con frecuencia decimos "caidas violentas" de rodillas. Lo que sucede es que las niñas, al entrar en éxtasis, están como fuera de la tierra. Su peso aumenta enormemente y caen a gran velocidad; tánto, que la vista las pierde y ya están de rodillas. El sonido es como el de un cuerpo pesado que golpea el suelo a gran velocidad y en el que las niñas no sienten dolor ni se hacen daño alguno; al contrario, hay que decir que:

-- interiormente, las niñas sienten una felicidad inmensa al ver en este momento a la Virgen.

Yo tuve la suerte de ir a aquella hora en busca de una niña paralítica a quien había recomendado permaneciese en casa de Conchita hasta que fuese a recogerla; allí encontré al doctor Ricardo Puncernau de Barcelona. Conchita cayó violentamente de rodillas al comenzar su visión, y nos ofreció a besar el crucifijo; cuando le llegó el turno al doctor, la niña hizo algo diferente:

-- con un solo movimiento de su brazo extendido, le dio, por tres veces, el Crucifijo a besar.

 

Me había quejado a Conchita de que nunca me había ella ofrecido el crucifijo.

Por eso, sentí ahora un gran consuelo al ver cómo me lo presentaba, pues bien sabía yo que las niñas no obran por su propia cuenta al dar a besar el crucifijo o al levantar cartas y rosarios hacia la visión; lo hacen según las indicaciones de la Virgen. Me ayudó a comprender esto algo que había leído del P. Pío:

-- Muchas veces Dios hace que me olvide de unas personas por las que tengo intención expresa de rezar y me presenta otras por las que debo interceder para su salvación.

 

El médico había entregado a Conchita una carta, para que pidiera a la Virgen la curación de un paciente.

A la mañana siguiente vi a la niña escribiendo la contestación recibida; después dio al doctor el encargo de no abrir la carta hasta que estuviese en presencia del enfermo, aquejado, según oí, de un mal incurable.

La segunda aparición fue con Loli. La emoción de unos besos.

Resultó emocionante el momento de darnos a besar el crucifijo; primeramente, como de costumbre; después, dándolo primero a la Virgen y luego a la persona. Cuando llegó el turno de ocho personas que habían llegado aquel mismo día de Cádiz, quedé verdaderamente edificado del recogimiento y la fe con que esos gaditanos depositaron su beso en el Santo Cristo.

Había durado el éxtasis de Loli una hora y veinte minutos; ¡ochenta minutos que a mí me parecieron diez!. Algo muy fuerte tenía que embargar así el espíritu cuando de esta manera se perdía la noción del tiempo.

Después de una clara noche de luna, amaneció un día espléndido.

Era el día de la partida. Yo me afiancé aún más en el propósito hecho con motivo de mi viaje anterior:

-- rezar diariamente en familia el Santo Rosario.

Recordando para los momentos difíciles o de tibieza las palabras transmitidas por las videntes de parte de la Virgen:

-- Las Avemarías son las flores que a Ella más le gustan.

Con un saludo "de colores", expresión muy típica de los Cursillos de Cristiandad, referencia a mantener el alma en la luminosa alegría de la Gracia, del P. Pasionista y unos grandes deseos de volver otra vez, terminó nuestra estancia en San Sebastián de Garabandal, el lunes día 2 de julio de 1962.

 

Don Luis Navas subió a Garabandal en otras ocasiones.

El 14 de julio de 1962, sábado, don Luis Navas, esta vez acompañado de su anciana madre, sube a Garabandal y se dedica a recoger impresiones por el pueblo, del mayor número posible de personas; charla un buen rato con la madre de Mari Cruz, quien en un momento dado tiene este desahogo:

-- Yo creo a mi hija cuando dice que ella ve a la Virgen.

A primera hora de la tarde, mientras esperaban el comienzo del rosario en la iglesia, bajo una lluvia fina, se presentaron en el pueblo un buen grupo de personas que venían de Córdoba y otros lugares, así como el sacerdote de El Aiún, pequeña ciudad africana en la costa del Atlántico, la capital de la provincia del Sahara, que se encontraba ocasionalmente en el vecino pueblo de Celis.

El lunes, 16 de julio de 1962, tenía un especial relieve por ser la fiesta de la Virgen del Carmen, Nuestra Señora del Monte Carmelo.

Dice don Luis:

Celebramos la festividad de Nuestra Señora del Carmen, pero sin misa, porque en dicho día tocaba tenerla al pueblo de Cosío. Esto me hizo estar pendiente de la Comunión del Ángel, pues al no haber sacerdote que repartiera la comunión, bien podía esperarse que viniera Él, como otras veces, a dársela a las niñas.

Subí temprano a los Pinos; gozábase allí de una maravillosa vista y de agradable temperatura, pues era un día de pleno sol. Mirando hacia abajo, divisé a una de las videntes, sin distinguir bien cuál de ellas, sentada en el "Cuadro" y acompañada de dos o tres personas.

Supuse que se trataba de la esperada Comunión, y bajé apresuradamente. Era Mari Loli, que estaba en el rezo de su rosario matinal; me uní devotamente a aquel rezo y esperé. No hubo nada, y bajé al pueblo.

Me enteré pronto de que Conchita no había subido a los Pinos, como yo lo había esperado, por haber comido descuidadamente un poco de pan; pero que subiría horas más tarde, hacia la una.

La acompañamos allá. Comenzaron a aparecer algunas nubes por el cielo, mientras esperábamos; rezamos una estación a Jesús Sacramentado; luego un rosario entero; algunos pajarillos que revoloteaban por allí, nos acompañaban con sus cantos.

El sol se iba oscureciendo progresivamente al espesarse las nubes como se oscurecía mi esperanza de poder contemplar, ¡siquiera una vez!, aquel extraordinario suceso de las "Comuniones místicas" del que tanto había oído hablar.

Conchita esperaba de pie, recostada en uno de los nueve pinos que hay allí, guareciéndose del airecillo húmedo que empezó a soplar y que fue tornándose frío. El cielo se cerró del todo y el ángel no apareció, a pesar de haberle estado esperando hasta cerca de las cuatro de la tarde.

Bastante decepcionado, bajamos al pueblo para comer, y yo me eché una siesta, en previsión de que luego, muy probablemente, habríamos de pasar la noche casi en blanco.

El rosario de la iglesia no fue a la hora de los días festivos, sino al oscurecer, como en los días laborables. Y nada más salir, Mari Loli quedó en éxtasis junto a su casa, acompañada de Jacinta.

A continuación del rosario, las niñas rezaron el credo; y, como de costumbre, siempre que lo rezan en éxtasis, añadieron a lo de "Iglesia católica" lo de "apostólica y romana". Asimismo, en vez de decir:

-- Nuestra Señora Bien Aparecida, Reina y Madre de la Montaña.

Decían:

-- Reina y Señora de todo lo creado.

Desde los días del santo obispo de Santander, don José Eguino Trecu, se había establecido en las iglesias de la diócesis la práctica de concluir el rosario con la invocación:

-- Nuestra Señora Bien Aparecida, Reina y Madre de la Montaña, ruega por nosotros.

Repetida tres veces y seguida cada vez de un Avemaría.

 

Despues de su recorrido por el pueblo me emocionó su despedida:

Es una escena conmovedora, que llega a lo más hondo del corazón, cuando estas niñas, con sonrisas angelicales, totalmente transfiguradas por una radiante belleza, irguiéndose levemente de puntillas, ofrecen sus dos mejillas al beso de la Santísima Virgen; y después de esto, alternándose, una levanta a la otra en brazos sin esfuerzo alguno, para llegar hasta la Virgen, y nuevamente besar y ser besadas.

Saqué la conclusión de que la mera curiosidad si bien puede ser al principio el motivo determinante de la subida a Garabandal, pronto entra en quiebra, por no tener allí lugar apropiado.

Lo que allí se respira, va llevando poco a poco a la Oración y el sacrificio, hasta gustar la paz y la serenidad de ese pequeño Tabor, el monte de la Transfiguración del Señor.

 

El día 17, martes, la llegada de forasteros adquirió un ritmo impresionante y el pensamiento de todos estaba en lo que iba a ocurrir el día siguiente, según el anuncio de Conchita.

Dice Don Luis:

Hablando con el señor cura del pueblo, me dijo que acababa de recibir el informe, totalmente favorable, del neuropsiquiatra de Barcelona, don Ricardo Puncernau. Este doctor, durante varios días había tratado a las niñas, por separado y juntas, había paseado con ellas, les había expuesto sus dudas y sus ideas, que ellas recibieron siempre con toda amabilidad y naturalidad.

Estas niñas, fuera de sus visiones, en nada se distinguen de las demás niñas del pueblo. Por lo que se refiere al trabajo de cada día, recuerdo que una madrugada nos habíamos acostado a las seis, con plena luz, y a las diez ya estaba María Dolores en la Iglesia, asistiendo a misa.

Poco después la sorprendí en repetidos viajes que hacía del prado a su casa, llevando sobre la espalda enormes coloños de hierba; puede así sacarle unas fotos llenas de colorido y tipismo.

La noche de este día 17 noté la falta de Mari Loli en el rosario. Cuando salimos, su madre la andaba buscando con aire preocupado. Un joven y yo subimos hasta los Pinos, por si acaso se encontraba allí siguiendo alguna "llamada"; pero allí sólo estaban los nueve árboles, como centinelas de la noche. De vuelta al pueblo, María Dolores había aparecido ya, en casa de unos amigos de Aguilar de Campoo, donde, enfrascada en la conversación, se le había pasado el tiempo sin darse cuenta.

Su padre la riñó y castigó; me apenaba ver el semblante entristecido de aquella pobre criatura, instrumento de que se había servido la Madre para darme tantas y tan inmerecidas muestras de amor; pero ella debía de comprender las razones de su padre, pues si su rostro aparecía nublado, no se descubría en él nada de protesta ni rebeldía frente a aquél que así ejercía su autoridad.

 

Este 17 de julio de 1962 es la víspera del Milagro de la Comunión visible de Conchita.

Dice don Luis:

Durante el día habían estado llegando innumerables coches. Las casas se llenaban, resultando dificilísimo encontrar una cama para dormir. Otra vez, ya llenas las casas, los pajares volvieron a estar en pleno servicio para dormir, para que muchos encontraran descanso.

Pero bastantes renunciaron a él, por no perderse las escenas de aquella noche que estuvo casi toda ocupada por esperas y éxtasis. Primero fue el de Jacinta; luego, a las 5:15 de la madrugada, ya con las primeras luces del nuevo día, el de Mari Loli. Esta estuvo primeramente en el "Cuadro" y luego tomó la dirección de la iglesia, acompañada por un grupo de personas.

Me adelanté a entrar en la iglesia, y vi a un sacerdote forastero, ya revestido de ornamentos sagradas, que disponía el altar para celebrar misa. No pudo disimular la sorpresa que le produjo la inesperada llegada de aquel cortejo y empezó a decir:

-- ¡Que no entre!, ¡que no entre!.

Sus temores se calmaron en seguida, pues la vidente, a pesar de estar abierta la puerta, se detuvo a la entrada y cayó de rodillas allí, acabándose el trance.

Recordé entonces cómo en otras ocasiones, desde que la autoridad eclesiástica ordenó tener cerradas las puertas de la iglesia durante los éxtasis de las niñas, éstas se detenían a la entrada del templo y a veces se les oía decir:

-- ¡Ah!, ¿que no quiere el señor Obispo?.

 

El dia 18 de Julio de 1962, día del Milagro de la Comunión.

La jornada del 18 de julio, que empezaba de tan singular manera, continuó con unos aires que la hacían muy distinta de tantas otras jornadas. Para los forasteros, estaba sobre todo la expectación del milagro anunciado por Conchita; para los del pueblo, era la fiesta principal del año, el día en que volvían a encontrarse con familiares y amigos que habitualmente estaban lejos.

La fiesta, oficialmente, era en honor del mártir San Sebastián, titular de la parroquia y patrono del pueblo; desde hacía años, se había trasladado del 20 de enero, el verdadero día del santo, a esta fecha del 18 de julio, por causa de contar con mejor tiempo y mayores facilidades para la llegada de parientes o invitados.

Dice don Luis Navas:

Asistimos a la misa mayor, cantada, en la que oficiaban tres sacerdotes. Era hermoso contemplar tantas comuniones, especialmente de los forasteros que habían acudido por lo del milagro; hubo que fraccionar las Formas en varias partes.

A medida que el tiempo pasaba, crecía nuestro desasosiego, que llegó a alcanzar tensión de verdadera angustia, cuando expiraba la tarde. Achacábamos al baile el motivo del retraso, quizá de la no realización del prodigio; llenos de perplejidad, el tiempo se nos iba, haciendo multitud de conjeturas.

Para mí, personalmente, no pedía nada, pues ya no tenía necesidad del milagro para creer en las apariciones; pero me dolía profundamente que, de no realizarse lo anunciado, quedaran por tierra, junto con la fe, los buenos propósitos de innumerables personas, principalmente de las que habían acudido por primera vez a Garabandal.

¡No podía olvidar lo ocurrido el 18 de octubre de 1961, día del primer mensaje, en el que la gente esperaba un milagro y eso que entonces las niñas no habían anunciado prodigio alguno!.

No dejaba de recordar cómo, días antes, la vidente había dictado una nota para el sacerdote de Santander, señor Odriozola, invitándole a estar presente cuando le diera el Ángel la Comunión; anunciaba este hecho en términos categóricos, con firmeza y seguridad absoluta.

Ella no había dicho hora, y el día solar no acababa hasta la 1,20 de nuestros relojes; pero cada minuto que transcurría, aumentaba mi intranquilidad.

En casa de Conchita:

Doña Paquina de la Roza Velarde, esposa del doctor Ortiz, recuerda que en casa de Conchita estaban, aparte de los más allegados, familiares de la vidente, una jovencita de Aguilar, un sacerdote de Madrid, el P. Justo, franciscano; el P. Bravo, jesuita de Comillas, y un padre dominico, Etelvino González de Asturias.

Dice don Luis:

Serían las dos menos veinte o menos cuarto de la noche cuando, poco después de salir a la calle, y nada más doblar una esquina a la izquierda, donde menos se esperaba, frente a la casa de su amiga Olguita, la vidente cae de rodillas y tiene lugar la Comunión.

Dice Conchita, la niña vidente:

Se me apareció el Ángel en una habitación. Y el Ángel estuvo un poco conmigo, y me dijo igual que otros días:

-- Reza el "Yo, pecador", y piensa a Quién vas a recibir.

Yo lo hice. Después me dió la Comunión. Y después de que me dió la Comunión, me dijo que dijera el "Alma de Cristo" y que diera gracias y que estuviese con la lengua fuera, con la Sagrada Forma, hasta que Él se fuera y la Virgen viniera. Y yo así lo hice.

 

Don Luis no fué testigo de la Comunión porque creyó que tendría lugar en el sitio de la calleja llamado "el cuadro", donde las primeras Apariciones. Él se fue a este lugar y esperó allí.

Dice don Luis:

Pensaba durante la espera:

-- Si no tengo la suerte de ver el milagro, por lo menos, ¡que se realice!.

Cuando Conchita llegó al "Cuadro", yo ignoraba si había recibido ya la comunión. Pero advertí que llevaba la boca entreabierta; lo vi bien, porque me encontraba en situación privilegiada, que me había asegurado previamente por si acaso tenía lugar allí.

Después de estar allí algún tiempo, la vidente bajó de espaldas hacia el pueblo y yo la seguí con dificultad por las calles, pues se me habían caído las gafas.

Fue entonces cuando me enteré de que ya había recibido la comunión y cómo había sido. No me quedaba más que pedir perdón por haber dudado a última hora y aceptar el no haber visto nada.

 

Don Luis Navas presenció el 2 de octubre, después de haberlo deseado tanto, una Comunión de manos del Ángel:

Poco antes de las 6,30 de la mañana nos dirigimos a la iglesia; era todavía de noche. A metro y medio de la puerta Loli cayó de rodillas y entró en visión.

¡Fue algo que me impresionó más que ninguna otra cosa de cuantas había visto en las videntes!. La unción al hacer la señal de la cruz, el dramatismo de aquella lengua que sale y que se esconde, con el movimiento de garganta propio de quien traga algo; la oración de acción de gracias, me pareció todo tan serio como digno del mayor respeto.

Don Valentín, el párroco, dice:

Suele durar el éxtasis pocos minutos; pero es emocionante. La niña cae de rodillas, muy bajito reza el "Yo pecador", hace la señal de la cruz, junta sus manos ante el pecho, saca la lengua, se ve perfectamente cómo traga, vuelve a hacer la señal de la cruz, y se le oye decir bajito:

-- Alma de Cristo, santifícame...

Nuevamente se santigua y queda en estado normal. Parece que las oraciones para después de la comunión se las va diciendo el Ángel.

 

Del dia siguiente, 19 de Julio, escribe don Luis:

Sobre las once de la mañana del jueves 19 de julio, marché a Torrelavega para llevar al tren a mi madre y a mi hermana. Durante el viaje a Torrelavega cambiábamos impresiones sobre todo lo ocurrido.

Me preocupaba la fuerte impresión que las apariciones habían causado en mi madre y traté de convencerla para que no pusiera demasiado énfasis y calor en defender su credibilidad. Con todo, yo sentía alegría al verla tan completamente emocionada recordando las muchas cosas que habían dejado huella en su corazón, un viejo corazón de setenta años pero que conservaba toda su sensibilidad.

Al oírla, se asomaban las lágrimas a nuestros ojos, porque hablaba con lenguaje adecuado de todo lo visto y oído. Y a quien vive y siente lo que dice, ¿quién se le puede resistir?.

En Torrelavega, en el "Hostal Gloria", me esperaba el padre de Loli; habíamos quedado en comer y volver juntos. Allí coincidimos con el señor cura párroco, don Valentín, que iba a Santander a dar cuenta al señor Obispo de todo lo ocurrido el día anterior.

Regresamos al atardecer, con tiempo suficiente para asistir a la primera aparición, única de ese día, que fue precisamente la de su hija. Nos tuvo en vela hasta más de las cuatro y media de la madrugada. Y a las seis, cuando yo apenas acababa de conciliar el sueño, me llamó el padre de Jacinta para ir a rezar el rosario a la Calleja.

La niña esperaba allí, sentada sobre las piedras. Lo rezamos en soledad y silencio, y luego fuimos a la iglesia; ante sus puertas, todavía cerradas, hicimos el rezo de una visita a Jesús Sacramentado.

Entonces comprendí el sacrificio que suponía para una niña como Jacinta el levantarse todos los días a las seis de la mañana; si en un principio esto había sido un mandato de la Virgen, hacía meses que había dejado de serlo y, sin embargo, la niña seguía acudiendo, sólo por complacer a la azulada y blanca Señora.

Después de comer, para estar preparado a lo que pudiera traernos la noche, dormí una buena siesta; había ya cambiado las horas de sueño con la facilidad de los niños. La habitación en que descansaba tenía semejanza con un sótano; era fresca y no había moscas, que tanto abundan en el pueblo, a causa del ganado; me daba la sensación de hallarme en una catacumba, en ambiente de gran recogimiento y fervor, digno de unos Ejercicios Espirituales, con una alegría interior y una paz similares a las que proporciona un cursillo de cristiandad, bajo la mirada cariñosa y directa de la "Reina y Señora de cielos y tierra", según el título que le dan a veces en sus éxtasis las niñas videntes.

Durante el día, comentando con algunas personas su fallida esperanza de recibir aquel día la comunión por mano del ángel, Conchita había dicho:

-- ¡Qué pena que el ángel no haya venido!.

Preguntada por algunos sobre el motivo de recibir dicha comunión con mucha más frecuencia que las otras, contestó:

-- Es que soy la peor de todas.

Me dijeron que esta respuesta se la había dado el ángel cuando la niña insistía en saber la razón de aquella diferencia.

El día 21 de Julio de 1962, sábado, cuando apenas llevaba durmiendo una hora, me despertó de nuevo el padre de Jacinta con unos golpecitos en la ventana de mi habitación; iban a ser las seis y la niña subía ya para el "cuadro" a rezar el acostumbrado rosario de la aurora. También nosotros fuimos para allá, acompañados de una viejecita. Encontramos a Jacinta sentada; había colocado un papel encima de la piedra para evitar la humedad de la lluvia, que había caído en escasa cantidad.

Cuando terminamos el rosario, y como el día anterior, nos dirigimos a la iglesia, en cuyo pórtico rezamos la visita a Jesús Sacramentado.

 

A las once de la noche ocurrió el primer éxtasis.

Fue algo maravilloso; no podía imaginarse nada comparable. El silencio era absoluto y la atención completa. La niña ofreció a la visión cuanto se hallaba dispuesto sobre la mesa para ese fin. Yo había puesto una colección de estampas compradas en Cabezón de la Sal y cuyo tema era los títulos de la letanía.

Con mayor habilidad que un jugador de cartas, la niña abrió las estampas en abanico y se las presentó así, muy graciosamente, a besar a la Visión. Se hallaba del todo transfigurada; su rostro era radiante y lleno de luz; su expresión no era de ella, sino angelical, parecía como si desprendiera un halo sobrenatural y a todos nos embargaba una sensación de serenidad y de paz, como de estar en el regazo de la Madre y Señora.

 

Del éxtasis de Conchita, que siguió al de Loli, escribe don Luis Navas:

Salió de su casa y recorrió distintas calles del pueblo; dio una vuelta completa alrededor de la iglesia; fue al cementerio y estuvo arrodillada a su puerta; subimos con ella al "cuadro" y de allí bajó de espaldas en maravillosa danza extática; se rezó el rosario y después cantamos la salve:

-- la voz de la vidente no parecía de este mundo.

La expresión de la niña estuvo definida constantemente por una inefable sonrisa, bien lejos del tono casi irónico que tantas veces adopta fuera del éxtasis.

Cuando, ya hacia el final, se puso a devolver cadenas y medallas, comprobó que se le había caído una medalla; preguntó a la Virgen y quedó muy extrañada de su respuesta, pues se la oyó decir:

-- Pero, ¿cómo voy a perderla cerca de la iglesia, si no he salido de casa?.

También se extrañó mucho, después del éxtasis, de vernos a todos sudando, cuando ella no tenía síntoma alguno de excitación o fatiga, ¡y había durado este éxtasis hasta las cuatro y media de la mañana!.

Nos acostamos contentos porque la Virgen nos había deparado una noche, para mí, más feliz y rica de vida interior que la misma del día 18.

Dice el doctor Ricardo Puncernau:

Pensé si sería verdad que la Madre del Cielo velaba y protegía con los brazos extendidos a los habitantes y transeúntes de Garabandal.

Paseando por las callejas oscuras y solitarias del pueblo, yo también tenía esta sensación de protección. Con la cantidad de gente que ha subido a Garabandal, nunca ha ocurrido, que yo sepa, ningún accidente desagradable.

Sigue el relato de don Luis:

Del lunes, día 23, escribe don Luis Navas:

Sobre las diez de la mañana me senté a la puerta de la casa de María Dolores y ésta me dijo que, junto a la puerta de la iglesia e inmediatamente después de la visita que había hecho después de su rosario matinal, ella había recibido la comunión de manos del ángel. Esto yo no lo esperaba, pues hacía tiempo que sólo Conchita recibía la comunión así.

También me dijo que había preguntado al ángel por el motivo de no haberles dado la comunión también a ellas el día 18, pues la gente del pueblo comentaba que seguramente había sido por ser malas, contestándole el Ángel que no.

Hay otro detalle muy significativo ocurrido algún tiempo atrás. Acababa de nacerle a Loli un nuevo hermanito; al lado de él cayó un día en éxtasis y se la oyó hablar de él, manifestando en cierto momento su gran asombro:

-- ¿Cómo?, ¿tan pequeñito y ya en pecado mortal?.

No le dió a besar el Crucifijo hasta que el niño fue bautizado.

Un día, las niñas, hablando sobre los pecados que más ofenden a Dios, colocaron en segundo lugar los que se cometen en el matrimonio; emplearon unas palabras cuyo significado estoy seguro que escapaba a sus rudimentarios conocimientos.

 

Aquel lunes, 23 de julio, don Luis Navas se despedía de Garabandal:

Tonificado por aires puros, tanto espirituales como materiales, mis continuas meditaciones me llevaron a aceptar con alegría interna las contrariedades de la vida, e incluso a mirar sin demasiado temor a la muerte, que al fin y al cabo no es más que una frontera.

He sentido un vivo deseo, y lo he pedido mucho a la Madre de Dios y Madre nuestra, de ser bueno de verdad, no a medias, corrigiendo, por ejemplo, mi brusquedad, mi terquedad, mi obstinación, que se da en mí al lado de una franqueza a veces excesiva, origen de no pocos disgustos y sinsabores; tratando de defender la verdad, no siempre he servido a la caridad y si la caridad es darse, la santidad está en vencerse.

Don Luis subió a Garabandal en más ocasiones. En esta anotación del día 28 de septiembre de 1962 dice:

Era un día de niebla baja a ras de las montañas que fue degenerando en lluvia. Por la tarde asistimos al rosario, y el P. Eliseo nos habló de la Virgen.Yo en aquellos momentos no envidiaba encontrarme en Lourdes, ni siquiera en Fátima; tenía la sensación de estar bajo la influencia directa, inmediata y maternal de la Señora.

Y este desahogo que escuchó don Luis Navas a la misma Conchita:

Le decía a la Virgen:

-- ¿Por qué no me has dejado cenar?. Antes me quitabas de dormir, ahora también de comer. En el Cielo, claro, no se necesita comer, ¡con ver a Dios!. Pero yo, como no veo a Dios, necesito comer.

Esto lo dijo porque, a veces, la Virgen venía justo cuando estaba comiendo.

Y sin embargo, pasadas las Apariciones, Conchita  dice:

-- ¡Quién viviera en aquellos tiempos que veíamos a la Virgen tantas veces!. ¡Aunque tuviéramos que quedarnos sin dormir, no nos importaba. ¡Éramos muy felices!.

 Eran felices del todo y recuerda que cuando salía del éxtasis:

-- Salía como del Cielo, con muchas ganas de amar a Jesús y a María, y de decir de Ellos a la gente, ya que eso es lo único que nos puede alegrar: hablar y escuchar de la Virgen.

 

A. M. D. G.

 


 

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