Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 94
El Corazón de Jesús rescata a Aniceta
de una muerte segura.Relato de María Josefa Álvarez Álvarez, testigo de las Apariciones.
Conchita tiene su cara transformada por la Visión,
va seguida de su madre y otras vecinas.
María Josefa Álvarez Álvarez.
María Josefa fue maestra nacional en la hermosa Villa de Colunga, Asturias, y ha subido en numerosas ocasiones a Garabandal con grupos de peregrinos. Amiga personal de Aniceta González, madre de la vidente Conchita, relata esto que Aniceta le contó en su casa.
Dice María Josefa:
Yo era de esas amigas de toda confianza que he dormido varias veces en casa de Aniceta y a la que ella ha contado muchas cosas cuando Aniceta quedó sola en su casa, viviendo en el pueblo.
Aniceta me contó que viniendo con su hija Conchita desde Torrelavega a Cabezón de la Sal, en tren, vio a un señor de aspecto extraño que miraba fijamente a las dos, a ella y a su hija Conchita.
Al llegar a la estación de Cabezón de la Sal, sin haberse parado del todo el tren, este señor la empuja precipitadamente de la puerta de salida a la vía del tren, quedando atrapada entre la vía y el andén, con el tren en movimiento. En este momento de su caída, Aniceta invoca al Corazón de Jesús quién se le aparece vestido todo de blanco y tomándola de la mano la sube directamente al andén, y hecho esto desapareció.
En Cabezón de la Sal se toma un autobús que sube hasta Polaciones pasando por Cosío, desde donde subían andando al pueblo.
Ya en el camino de subida al pueblo y llegando al antiguo puente que estaba más abajo que el actual, justo antes de las últimas vueltas de subida al pueblo de Garabandal, vuelven a encontrarse con este señor y, con temor, pero confiadas en el Corazón de Jesús y rezando con toda confianza, continúan su camino en tanto que este señor desaparece un rato después.
Aniceta confiesa que tenía mucho miedo al demonio pero que este miedo se le pasaba completamente cuando iba con su hija en éxtasis.
Otro relato fue el de un sueño misterioso:
Un día Aniceta soñó que iba por la entrada del pueblo y se encuentra con una extraña monja que le dijo que ese día tenía que alojarse en su casa, pero sintió en el sueño una premonición de que no debía hacerlo. Al día siguiente, yendo a la Iglesia, al pasar por la entrada del pueblo se encontró con esta monja que vio en sueños y que le dijo las mismas palabras. Aniceta, invocando al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen, siguió su camino hacia la Iglesia, en tanto que la extraña monja, al ver que no la hacía caso, desapareció.
En este escrito María Josefa Álvarez relata cómo fue su primera subida a Garabandal.
Dice María Josefa:
En noviembre de 1962 me encontraba en Colunga, Asturias, en una cafetería con unas amigas. Hacía un año, desde 1961, se rumoreaba que se aparecía la Santísima Virgen en un pueblo de Santander llamado San Sebastián de Garabandal.
Aunque este pueblo está próximo a Asturias, tenía muy difícil acceso ya que no había coches de línea y el pueblo estaba en un lugar al que se llegaba desde Asturias por una estrecha carretera que saliendo de Pesués llegaba hasta Palencia. Esta carretera pasaba por Cosío, a seis kilómetros de Garabandal. De Cosío a Garabandal el camino se hacía a pié o a lomos de algún burro o caballo.
Este grupo de amigas acordamos ir a Garabandal en taxi. Cuando llegamos a Cosío era completamente de noche. Una señora que venía con nosotros llamada Doña Aurora Vallín nos dijo que subiría por la mañana y el joven taxista llamado Julián decidió quedarse con ella en Cosío. Los demás emprendimos la subida a Garabandal.
Llegamos al pueblo y había un grupo de gente, serían unos 200, e íbamos de unas casas a otras donde se suponía o la Santísima Virgen les había dicho que vendría. Esa noche estaban avisadas por la Santísima Virgen, Conchita, Jacinta y María Dolores.
Después de recorrer de puerta en puerta las casas de las que tenían aparición, nos sentamos en un banco que había delante de la ventana de la casa de Conchita. La cocina estaba llena y la puerta abierta. Se rezaba el rosario y nosotras contestábamos desde fuera.
Tengo que decir que a pesar de estar a últimos de noviembre y de estar en plena calle, no sentimos ningún frío, el clima era más benigno que en el mes de agosto. A las seis de la mañana la gente de dentro de la cocina decidió salir para que nosotros entrásemos por si teníamos frío.
Conchita y su madre estaban sentadas a ambos lados del fogón. Aniceta estaba más despierta y yo le dije:
-- ¿Por qué, sabiendo que la Virgen no viene hasta mas tarde, no se acuestan?.
Aniceta me contestó:
-- Sabiendo que la Santísima Virgen viene, lo menos que podemos hacer es esperarla levantadas.
Gran razón.
Al entrar en la cocina yo me puse al lado de Conchita y le pregunté cómo era eso de las llamadas y me dijo que en la primera llamada sentía dentro como una gran alegría y que de la primera a la segunda había un espacio largo de tiempo. La segunda llamada era una alegría mayor y la tercera llamada era salir corriendo a donde la Virgen la llevase. El tiempo entre la segunda llamada y la tercera era más corto.
Estando hablando conmigo cayó fulminada de rodillas y sonó un golpe como si se hubiera roto las dos rodillas, tal fue el ruido que se produjo. Yo pensé que si hubiera caído sobre mis pies hubiesen roto.
Lo sucedido fue a las siete de la mañana. Conchita se levantó y se dirigió hacia la ventana. Allí dio el crucifijo a besar a Plácido Ruiloba de Santander y a otro señor que me parece recordar que era un Sacerdote.
La cogieron por los codos y tomó el camino de los Pinos. Corría mucho y nosotros la seguimos pero no la alcanzábamos, solo los dos señores que la acompañaban seguían a su lado sin que yo comprendiese por qué ellos podían correr tanto y nosotros no. Iban agarrados a los codos de la niña y es esta la causa por la que podían seguirla.
Se paró donde la primera Aparición, hablaba con la Santísima Virgen siempre mirando hacia el cielo. Al llegar al recodo del camino se paró de nuevo y en voz alta habló con la Aparición algunas palabras sueltas que no entendí pues me encontraba a unos tres metros de distancia.
Conchita se paró al llegar donde la primera Aparición del Ángel. Más arriba se ve el recodo, el giro suave a la derecha de esta calleja pedregosa.
Conchita, más tarde, bajó luego de rodillas y de espalda por toda esta calleja que entonces era todavía más pedregosa que en la foto.
Llama mucho la atención la sublime veneración de la Santísima Virgen, ya que, habiendo sido señalado por Dios el lugar de los Pinos con su Presencia, que será visible con la Señal, desde el día del Milagro, Ella llevaba a las niñas de cara a los Pinos; es decir las niñas subían de frente y bajaban de espaldas para no dar la espalda a este lugar.
Al llegar al pueblo el sitio a quien la Virgen dirigía su Visión preferente era la Iglesia, el Sagrario donde está Jesús, y la Virgen invertía el caminar de las niñas para que fuesen de frente al Santísimo, cosa que siempre sucedió dentro de la Iglesia.
Prosigue María Josefa con su relato, Conchita subiendo por la calleja:
Terminó la calleja de piedras y, al empezar el campo, había una piedra llana casi enterrada por el campo, que ahora está descubierta, y allí cayó de rodillas, tan fuertemente que parecía que se hubiese roto las rodillas a juzgar por el ruido del golpe.
En ese momento comenzó el Santo Rosario. Rezaba lentamente, sus palabras acariciaban y nunca empezaba hasta que hubiésemos contestado todos, que rezábamos muy despacio y con gran respeto. Todo el rosario lo rezó de rodillas con la cabeza para atrás, mirando al cielo. Su cabeza estaba casi horizontal y su pelo cubría toda la espalda de forma vertical.
Entre misterio y misterio cantaba una canción a la Virgen. Fue un rosario inolvidable, con tanta paz, que no olvidaré nunca.
Cuando llegamos al pueblo vimos a Jacinta y María Dolores y con ellas iba Mari Cruz, no extática sino cogida del brazo de una de las dos. Conchita tomó el camino que iba por encima de un huerto y casa de Loli y las otras iban paralelas por la calle de mas abajo y luego llegaron juntas a la puerta de la Iglesia.
Se dirigieron a la puerta de la derecha que estaba cerrada y después de permanecer allí un tiempo se dirigieron a la puerta de la izquierda y pasaron allí un tiempo y acto seguido salieron hacia la calle y, al cruzar el umbral de la puerta que da entrada al recinto de la Iglesia, cesó el éxtasis y quedaron normales y sonrientes como si hubiesen dormido toda la noche.
Eran las nueve de la mañana, yo seguí a Conchita su casa. Ella tomó un camino y yo otro distinto pero al llegar a la puerta de su casa nos encontramos y la dije si me dejaba ver sus rodillas.
Se subió un poco el vestido y me dijo:
-- Mire.
Pude comprobar que no tenía ninguna herida, después de bajar por un camino de cantos rodados y con las aristas de las peñas que había debajo.
Unos quince días mas tarde volví a Garabandal.
Había poca gente y la Santísima Virgen había dicho a María Dolores que vendría a visitarla. Nos encontrábamos en su casa Mercedes Salisachs, una señora que la acompañaba y su chófer. De Asturias estábamos, Julián Rodríguez de Oviedo y su mujer Pilar Donate Vigón de Gijón y, de Colunga, Jorge Vigón y su esposa María Josefa Lueje, una chica llamada Humildad, otra llamada María Teresa y yo.
Nos quedamos en casa de María Dolores pues tenían una especie de chigre. La familia se recogió o se acostó en el piso de arriba. Todas las puertas permanecieron abiertas. Nos quedamos sentados, algunos medio dormidos alrededor de una mesa alargada que había en un pequeño espacio como comedor.
A las dos y veinte de la mañana María Dolores bajó del piso de arriba y en seguida entró en éxtasis y con un Crucifijo que traía en las manos nos le dio a besar a todos pero pasó algo especial:
La primera que encontró fue a Pilar Donate Vigón, estábamos en forma semicircular, después nos pasó a todos y le dio el crucifijo a su marido Julián Rodríguez que estaba a mi derecha, o sea el último. Después volvió hacia atrás, nos fue dando a todos el crucifijo a besar pero, cuando llegó a mí, no me lo dio y yo me puse muy triste, pensé:
-- Debo conformarme, debe ser que los demás lo merecen más.
Mari Loli se paró hablando con la Virgen y volvió hasta mí y me puso el crucifijo en los labios por mas tiempo. Sentí gran emoción.
Foto: Mari Loli dando a besar a la Virgen Rosarios y cadenas con medalla.
Después se dirige a una columna de madera que sostenía la parte alta de la casa y de allí tomó la medalla de María Josefa Lueje. Todos habían colgado de un clavo que había en la columna, sus rosarios, medallas y alianzas, menos yo, que no llevaba nada.
Mari Loli dio a besar a la Virgen la medalla de María Josefa Lueje y yo comencé a vigilarla porque pensé:
-- ¿Cómo se la pone, la cadena con la medalla?.
María Josefa era alta y fuerte y la niña era más bien pequeña para sus doce años y no llegaba normalmente a su altura.
La tocó en los codos y María Josefa, sin doblarse, comenzó a entrar en sí misma como si empequeñeciese y la niña le puso la cadena sin ninguna dificultad. Después cogió las de los otros y después de dárselas a besar a la Virgen se las fue colocando o entregando sin equivocarse nunca.
Tomó la alianza de Pilar Donate Vigón y la de su marido y después de dárselas a besar a la Virgen, colocó a Pilar la suya y a su marido la suya, en el dedo anular que era donde la traía siempre. Todo esto lo hacía sin mirar a nadie, sus ojos estaban mirando hacia el cielo y no podía vernos.
Una vez que hubo terminado salió por la puerta y tomó el camino de los pinos. La seguimos, aunque estaba muy oscuro, torció hacia la derecha que había una casa en construcción y subió por un lugar inaccesible para nosotros, pues no había escalera y estaba alto y no veíamos nada.
Allí dio a besar el crucifijo, según dijeron, a una señora que se estaba muriendo y al día siguiente ya estaba bien. La gente decía que si la visitaba Loli que sanaría y así sucedió. La casa creo que era la que tiene unos redondeles en blanco y color.
Esto lo fecho y firmo en Gijón, Asturias, el 16 de Junio del 2004.
María Josefa Álvarez Álvarez.
A. M. D. G.