Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Las benditas Almas del Purgatorio.

Quien lleve con fe y confianza los objetos besados por la Santísima Virgen pasará su purgatorio en esta vida.

 

Durante la Santa Misa, infinidad de almas salen del Purgatorio.

 

Ofrecer misas, rezar el Rosario pidiendo por las benditas Almas del Purgatorio son algunas de las mas grandes obras de caridad que pueden hacerse en esta vida.

La razón es que en el Purgatorio no se puede merecer, tan solo satisfacer por los pecados cometidos, en tanto que en la tierra se puede merecer por un alma para que suba al Cielo, en especial en la Santa Misa y por medio de las Oraciones a las que han sido concedidas indulgencias y por la indulgencia plenaria.

Las almas del purgatorio no quieren volver acá a la tierra porque consideran la vida en la tierra como un sitio de oscuridad donde el alma se puede perder, mientras que allí, incluso si tuvieran que sufrir muchos años, saben con una certeza absoluta que irán al Cielo. Esta inmensa ansiedad de verse purificadas y de ser dignas del amor de Dios es lo que hace sufrir por amor a Dios en el purgatorio.

La Santísima Virgen nos lo enseñó así en las Apariciones de Garabandal. En su preocupación constante por llevarnos al Cielo, nos dio un gracia grandísima:

-- La de llevarnos al Cielo por medio de los objetos besados por Ella.

 Conchita lo ha dicho más de una vez, por encargo de la Virgen:

-- "Jesús hará prodigios mediante los objetos besados por Ella, antes y después del Milagro, y las personas que usen con fe tales objetos, pasarán en esta vida el purgatorio."

Es decir, pasarán ya aquí, lo que de otro modo tendrían que pasar después de su muerte. Nadie puede entrar en el Cielo si no ha expiado debidamente por sus faltas. Pasar en este mundo lo que debemos por nuestros pecados es mucho mejor que pasarlo en el otro, porque aquí, al mismo tiempo que "satisfacemos", "merecemos"; en cambio, allá sólo es posible "satisfacer".

 

La ansiedad de la Bendita Madre Nuestra de llevarnos al Cielo, la expresa en el segundo mensaje :

-- Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación.

Nadie puede condenarse si no quiere, expresamente y con plena conciencia, separarse de Dios.

Dice la Santísima Virgen:

-- Si le pedís perdón a Dios, con alma sincera, Él os perdona.

 

Solo se puede ir al Cielo completamente limpio de faltas y pecados.

Conchita decía a la Virgen:

-- ¿Cómo es el cielo?... ¿En el cielo no se puede entrar ni con un pecado chiquitito?

Mari Loli:

-- Virgen Santísima, ¡que no te abandone!, ¡que te quiera toda mi vida!. ¡Ay!, que yo nunca te deje. Que te quiera siempre, siempre, hasta la muerte. ¡Virgen Santísima, no nos desampares!.

Conchita:

-- ¿Cuesta mucho la conversión de los pecadores?. Yo rezaré para que vengan muchos y se conviertan y los buenos se hagan mejores.

 

Las visitas al cementerio de las niñas en éxtasis y el rezo por los familiares difuntos cuando visitaban las casas fueron frecuentes durante las Apariciones. Además siempre se rezaba por los difuntos en el Rosario.

Una de las costumbres del pueblo era que al anochecer, una mujer recorre las calles, según vieja costumbre, tocando una campanilla para invitar a los vecinos a rezar por las almas o ánimas del purgatorio.

Foto: María, madre de Jacinta, recorre las calles del pueblo tocando la campanilla.

El mes de noviembre empezó con dos jornadas, que litúrgica y religiosamente eran muy distinguidas: día 1, fiesta de Todos los Santos; día 2, conmemoración de todos los Fieles Difuntos.

El pueblo Garabandal, que tradicionalmente venía concediendo muy especial atención a rogar por las almas de los muertos, vivió con intensidad aquella doble jornada, asociándose a las celebraciones de la iglesia, y en torno a sus niñas videntes, que tantas veces en sus éxtasis habían ido por las casas a rezar por los difuntos de cada una y que, no pocas veces también, se habían llegado al cementerio para encomendar a Dios desde allí a todos los que tenían sus restos en aquel humildísimo "camposanto".

Hacia la mitad de la noche entre los dos días, Jacinta tuvo éxtasis en su casa. La niña, después de dar a besar a la visión algunas estampas, se santiguó devotísimamente con el crucifijo, y salió a la calle. Fue primero a casa de Loli, y dio a besar el crucifijo a ella y a dos o tres personas más; de allí se dirigió a la iglesia, y ante sus puertas comenzó el rosario, que luego se continuó por las calles del pueblo. Fue en verdad un rosario muy emocionante. ¡A aquellas horas, en aquel silencio, alumbrados sólo por algunas linternas o faroles caseros!

Después del rosario, la niña recitó el Credo, y luego cantó la Salve y varias canciones a la Virgen, algunas de ellas, para invitar a la gente al rezo del santo rosario.

Hacia la una y media de la noche, Loli, en su casa, a la espera de un éxtasis y como continuación a la "vigilia" de Jacinta, rezaba una estación a Jesús Sacramentado y diversas oraciones "por las benditas almas del Purgatorio".

El día 4 empezaron los éxtasis a las ocho de la mañana, y de ellos quedó principalmente el encargo de la Virgen de levantarse en adelante temprano, para tener diariamente, muy de mañana, un rosario de aurora en la calleja.

 

Los éxtasis del mes de noviembre de 1962, comenzaban después del rosario en la iglesia. En uno de ellos, la gente iba ya para sus casas, cuando el arrobamiento sorprendió a las tres niñas, Conchita, María Dolores y Jacinta.

Las tres se pusieron a recorrer el pueblo, cogidas del brazo y llevando cada una su pequeño crucifijo en la mano. Con la cara vuelta hacia arriba, ellas aparecían extrañamente bellas a la luz de las linternas. Absolutamente insensibles a cuanto las rodeaba, sin saber incluso que se movían, ellas caminaban seguidas de los lugareños, que rezaban o cantaban.

Subieron rápidamente a los Pinos y el descenso fue impresionante: ¡de espaldas, por aquellos caminos pedregosos y resbaladizos, con la cara constantemente vuelta al cielo! Llegadas al pórtico de la iglesia, empezaron a dar vueltas en torno a la misma.

Hasta cinco veces volvieron ellas a recorrer el pueblo, llevando detrás a la multitud. Rezaron una estación ante las puertas del cementerio, por las almas del Purgatorio.

Finalmente, después de una última vuelta alrededor de la iglesia, se detuvieron ante sus puertas y empezaron a levantarse la una a la otra, para recibir de la Virgen el beso de despedida y darle también el suyo; cayeron, como al principio, de rodillas –pero con más duro golpe aún–, y súbitamente volvieron a ser las niñas sencillas y sonrientes que ya conocemos.

 

Aniceta, madre de Conchita, recuerda una noche con tiempo malísimo, noche "pestífera", dice ella, en que hubo de acompañar a su hija extática hasta el cementerio.

La buena mujer confiesa que es muy miedosa, y por nada del mundo andaría ella sola de noche, y menos camino del camposanto; sólo le ha desaparecido este miedo cuando iba con alguna niña en éxtasis: entonces se sentía otra.

Pues bien, esa noche, ella y Conchita, enteramente solas, se fueron por aquellos caminos tan solitarios, oscuros y embarrados; se estuvieron largo rato rezando por los difuntos a las puertas del cementerio; volvieron después al pueblo, y la marcha en solitario continuó, pues Conchita, siempre extática, se puso a recorrer sus calles y callejas, cantando el rosario, al que contestaba su madre lo mejor que podía.

Dice Aniceta que Conchita por entonces cantaba muy mal, pero en éxtasis se transfiguraba y lo hacía de maravilla; al fin, salieron algunas personas de sus casas y se les agregaron.

 

En este relato se incluyen algunos cánticos de las niñas que nos recuerdan que nuestro destino es el Cielo y que en esta vida estamos de paso.

Dice Simón, el padre de Jacinta:

Cuando más me emocioné fue la noche de la Encarnación, porque yo pensaba:

-- Esto, si es cosa de Dios, el día de la Encarnación tiene que haber algo especial.

Llegó el día 24 de marzo de 1962. A las doce de la noche cayó Jacinta en éxtasis en casa, salió a la calle y nosotros con ella. Fue al portal de la iglesia, estuvo un poco allí y se fue a casa de Ceferino adonde había poca gente. Era ya cerca de la una cuando cae Loli en éxtasis también. Salieron a la calle las dos y salíamos con ella y, al salir a la calle, pasaba Conchita en éxtasis con su familia y se juntaron allí las tres.

Van al portal de la iglesia y comienzan a rezar el rosario. Empezaron a cantar los misterios, lo que no habían hecho nunca. ¡Unas voces angélicas!. Y lo que más me emocionó es cuando dijeron:

-- Dice la Virgen que canten todos en voz alta.

Yo cantaba con una emoción grandísima. Todo el que pudo salir de la cama, salió. Cuando se terminó el rosario, todo el pueblo estaba allí. Anduvieron varias veces por las calles, un rosario cantado es largo. Todo el pueblo estaba emocionadísimo.

Después de rezar el rosario yo dije para mi:

-- Mira, para la Encarnación deberían cantar unos cantares.

Es como si adivinasen mis pensamientos, porque se pusieron a cantar cánticos muy bonitos y cuando cantaban los del Ave María, nosotros también cantábamos: ¡Ave, Ave!, ¡Ave María!.

 

Hombres, mujeres y niños,
ya sabéis nuestro mensaje,
la Virgen quiere se cumpla,
para bien de los hogares.

La Virgen quiere se cumpla,
para bien de los hogares.

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Seguid cristianos la Virgen,
con humildad y fervor,
pedidla nos haga un sitio,
en la celestial mansión.

Pedidla nos haga un sitio,
en la celestial mansión.

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La Virgen nos ha avisado,
con esta, ya van tres veces,
Ay, Virgencita del Carmen,
qué pena nos da la muerte.

 Ay, Virgencita del Carmen,
qué pena nos da la muerte.

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Hombres, mujeres y niños,
rezad el Santo Rosario,
para allá en el otro mundo,
hallar el eterno descanso.

Para allá en el otro mundo,
hallar el eterno descanso.

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¡Oh Virgencita del Carmen!,
cuanto gusto nos has dao,
con aparecerte a nos,
con tu Niño tan salao.

Con aparecerte a nos,
con tu Niño tan salao.

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¡Oh Virgen María!, flores te traemos,
el Santo Rosario, a Ti te ofrecemos.

¡Ave, Ave!, ¡Ave María!,
¡Ave, Ave!, ¡Ave María!.

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Las modas te arrastran al fuego infernal,
vestid con decencia si os queréis salvar.

¡Ave, Ave!, ¡Ave María!,
¡Ave, Ave!, ¡Ave María!.

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¡Oh Virgen María!, tus ojos fijad,
en los corazones del mundo humano.

¡Ave, Ave!, ¡Ave María!,
¡Ave, Ave!, ¡Ave María!.

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El 13 de Mayo, la Virgen María,
bajó de los Cielos a Cova de Iría.

¡Ave, Ave!, ¡Ave María!,
¡Ave, Ave!, ¡Ave María!.

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De vuestros hijitos, Oh Madre escuchad,
la tierna plegaria y dadnos la paz.
 

¡Ave, Ave!, ¡Ave María!,
¡Ave, Ave!, ¡Ave María!.

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Sobre este día dice Maximina en una carta:

Pero lo más grande fue el domingo, día de la Encarnación.

Empezaron a las nueve y media de la noche y terminaron a las doce. Empezaron el Rosario cantado; luego dijeron que decía la Virgen que cantara toda la gente. Mire, cantábamos todos con una emoción bárbara; no se lo pueden figurar.

Fuimos cantando al cementerio; allí, de rodillas, rezaron un misterio; era a la puerta, cuando en esto Conchita que estira un brazo, con el crucifijo en la mano, a través de las rejas de la puerta, y parecía que le estaba dando a besar. Conmovía. Hasta a los corazones más duros.

Luego volvimos otra vez por el pueblo, cantando hasta terminar. Se cantó la Salve, el "Cantemos al Amor de los amores", y luego otros cantares que discurrían ellas estando en éxtasis; y decían ellas:

-- ¡Ay, qué contenta está la Virgen, porque hay mucha gente!; ¡Cómo sonríe y cómo nos mira a todos!.

 

Un suceso singular tuvo lugar a primeros de noviembre de 1962.

En este mes de noviembre, la atención de las niñas a favor de los difuntos no podía faltar. De aquí, sus visitas en éxtasis al Cementerio.

Dice Maximina en una carta a los señores Ortiz (6-XI-62):

 Ahora es, muchos días, el rosario cantado por el pueblo. Conchita va mucho al cementerio, y el otro día fueron ella y María Dolores. Andaban cantando el rosario; ahora nos mandan que cantemos todos, y fuimos con ellas al cementerio; allí dejaron de cantar y rezaron con muchísima devoción; nunca entran dentro, pero ese día abrió Conchita la puerta y entramos. ¡Ay!, ¡no saben el respeto tan grandísimo que nos dio a todos!.

Lo primero fueron donde está el padre de Conchita; se arrodillaron con una devoción terrible, posaban la cruz en el suelo; en las sepulturas; en aquel entonces las sepulturas eran en tierra; y luego se la daban a besar a la Virgen; lo mismo que hacía una, hacía la otra.

Después fueron a la tumba de mi marido; también se arrodillaron, yo lo pasé muy mal; de allí vinieron a mí y me dan a besar el crucifijo mucho rato. Después van donde otra tumba y después, donde mi madre. Ustedes ya saben cómo llevan en éxtasis las cabezas sin ver nada, ¡y cómo acertaban con las sepulturas!.

Yo lo que digo es que mi marido, dos años que estuvo conmigo, para mí fue buenísimo. Y mi madre, en este mundo, sufrió muchísimo. Era devotísima de la Virgen; yo casi siempre la vi con el hábito de los Dolores.

Lo que sucedió en el cementerio nos recuerda nuestro destino, que es Dios, en el Cielo. La Santísima Virgen nos recuerda que los cuerpos de los que murieron también serán un día glorificados como nos dice el dogma de la Resurrección de los muertos.

Los que están en la otra vida nos quieren de un modo especial, mucho mas que cuando estaban acá; nos ven a la luz de Dios y cuidan de los que estamos de paso aquí en esta vida. También las Almas del Purgatorio, en su camino hacia el Cielo, piden por nosotros y desean fervientemente que pidamos por ellas.

 

El Cementerio de Garabandal. En tiempo de las Apariciones, las tumbas eran sencillas sepulturas en tierra. Al fondo se ve la puerta de hierro donde las niñas, en éxtasis, rezaron con tanta frecuencia.

 

En Garabandal, era una bendición este recuerdo diario que se tenía de las Almas del Purgatorio; al atardecer, todos los días, salía una mujer del pueblo tocando una campanilla para que todos rezasen por las Almas del Purgatorio.

 

Sobre esto nos dice Miguel, el hermano de Jacinta:

Una noche iba con Jacinta y Loli, que tenían costumbre de ir al cementerio. Iba con tanto miedo que las dejé solas. Se marcharon para el cementerio. Me quedé viendo por donde iban. Yo tenía un año más que ellas y no me atrevía a ir. Entonces llegaron ellas solas; luego vino más gente y entonces fuimos allá con ellas.

Ellas no tenían miedo de ir al cementerio, no, nada. Allí metían la mano por la verja de la puerta, que es de hierro. Entre las barras de hierro, metían el brazo entero, con el Crucifijo en la mano, y lo daban a besar a unas cuarenta o cien personas, para arriba, para abajo, como si tuviesen alturas diferentes, daban a besar el Crucifijo a un gran número de personas difuntas.

Muchas veces las niñas, en éxtasis, tenían costumbre de ir a llevar el Crucifijo a las personas enfermas y ancianos. Algunas veces a uno que era muy anciano o que estaba ya para morir o que estaba muy enfermo, iban allá por la noche y rezaban dos o tres Rosarios con él.

 

De esto mismo nos dice Don Juan Álvarez Seco:

Yo he rezado el santo Rosario con las videntes y con la Virgen, al igual que otras personas que también seguían a Conchita; en uno de los misterios se dirigía al Cementerio, por un camino lleno de agua y cieno.

¡Qué rosario más bien rezado por las videntes, y con cuánta devoción lo hacíamos los que las acompañábamos!.

Al llegar al Cementerio, Conchita introduce la mano con el Crucifijo por entre las rejas, y lo da a besar al parecer, a los muertos, señalando unos más alto que otros, y como si estuvieran colocados en varios coros.

Cuando había terminado y después de andar unos cincuenta metros hacia el pueblo, se vuelve Conchita al Cementerio, introduce la mano por entre las rejas como si al principio alguno no quisiera besar el crucifijo, o como si algún otro difunto se hubiera retrasado en besarlo.

 

Las niñas rezaban por los difuntos en las casas.

Dice Avelina:

Una noche vino Loli con gente, pero la gente quedó abajo. Loli subió y su padre, Ceferino, subió también. En la cama donde había muerto mi marido empezó a hablar ella con la Virgen. Y hablar y hablar. Empezamos Tina y yo a llorar.

-- Pero ¿por qué lloráis?, dijo Ceferino.

-- ¡Ay Dios mío, que no sé qué está diciendo Loli!. ¿Qué dirá?¿Con quién habla?. Con la Virgen sí pero ¿qué le dice?. ¡Dios mío!.

Aquella noche María Dolores estuvo hablando un rato y venga a hablar y nosotras venga a llorar. Decía Ceferino:

-- no lloréis, pero ¿por qué lloráis?.

Ella no sabía donde había muerto mi marido. Loli era una chiquillina, era pequeñina de todo, ¿cómo lo iba a saber?. Estuvo un rato hablando y daba emoción verla, parecía un ángel. Se ponía guapísima Loli en éxtasis, parecía un Angel. Estuvo mucho rato.

No la pudimos escuchar porque llorábamos. Ceferino algo le pudo escuchar porque estaba al lado de ella. Estuvo un rato y salió y nosotras detrás.

 

Dice Maximina:

Una noche tenia en casa durmiendo a Don José Ramón García de la Riva, ese Sacerdote de Barro. Mas o menos a las doce de la noche dan unos golpes a la puerta.

Entonces me llama el hermano de María Dolores:

-- Maximina, levántate que está aquí Loli en éxtasis.

Me levanto, abro la puerta, y lo primero que hace Loli me persignó, sin mirarme, con la cabeza para atrás, después sube arriba. Llama dando con las rodillas en la puerta de Don José Ramón.

Entonces digo:

-- Don José Ramón, aquí está Loli en éxtasis.

El estaba en la cama y dice:

-- ¡que pase!.

 Abrí la puerta y había un peldañuco que era difícil echarse de rodillas y ella desde ese peldañuco se echa de rodillas en la habitación. Era normal que ella hubiese echado las manos adelante pero no las echó. Se tiró de rodillas y cayó normal.

Yo tenia la fotografía de mi marido, que es muerto, a la derecha y el Padre estaba en la cama a la izquierda. Loli, de rodillas, va enfrente de la fotografía de mi marido y estuvo allí como el tiempo de rezar un Padre Nuestro.

Después va a la cama del Sacerdote y le dio el crucifijo a besar y le hace una Cruz en la almohada, estuvo un rato, se levanta,  sale y se va. Dice que fue una noche que dudó y dijo: pues si es cosa de la Virgen que venga a darme una prueba, y así sucedió.

Venían muchas veces en éxtasis a la casa y aunque no hubiese nadie en las camas, entraban en todos los cuartos y me hacían una cruz en las camas.

 

Para terminar, estos besos de despedida de la Santísima Virgen:

Dice Conchita:

Nos besaba casi todos los días, y salía de Ella. Eran besos de despedida en ambas mejillas. Alguna vez le pedí que me dejara besarla, y otras veces la he besado sin pedírselo.

Cuando terminaba de ver a la Virgen:

-- Salía como del Cielo, con muchas ganas de amar a Jesús y a María, y de decir de Ellos a la gente, ya que eso es lo único que nos puede alegrar: hablar y escuchar de la Virgen.

 

A. M. D. G.

 


 

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