Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 269

 

Carmen Arellano y Josefina Álvarez salen ilesas.

Un gravísimo accidente de automóvil terminó bien
al invocar a la Virgen de Garabandal.

 

La Virgen dijo: Estaré siempre con todos mis hijos.

 

 

Carmen Arellano y Josefina Álvarez salen ilesas.

Un gravísimo accidente de automóvil se resolvió bien al invocar a la Virgen de Garabandal.

Josefina Álvarez, natural de Cangas de Narcea, Asturias, España, y residente actualmente en Gijón, Asturias, cuenta que salió ilesa al invocar a la Virgen de Garabandal tras un gravísimo accidente de automóvil.

Sucedió durante un viaje que hizo a Lima, Perú, en Suramérica. Viajaba ella y Carmen Arellano en un automóvil antiguo de los que llevaban barras metálicas en la parte superior del parabrisas y dobles barras en los asientos. Carmen Arellano tenía siete hijos y viajaba en la parte de delante, al lado del conductor. Josefina viajaba justo detrás de ella, en el asiento de atrás. En un cruce, otro automóvil se empotró literalmente contra la parte frontal delantera derecha del automóvil, saliendo Carmen despedida contra la barra superior del parabrisas.

Del mismo modo, Josefina salió despedida contra las barras del asiento delantero y sintió como sus huesos se rompían. Un brazo y las costillas y las dos piernas se empotraron contra las barras del asiento. En este momento invocó a la Virgen de Garabandal.

Dice Josefina que pidió a la Santísima Virgen de Garabandal por Carmen, por ser madre de siete hijos, para que saliera viva, ya que ella pensaba que moriría allí mismo. Dice:

-- me sentía rota por dentro y a punto de morir.

De pronto, Josefina sintió que sus huesos se pusieron bien y pudo salir del auto materialmente destrozado. Carmen, tras ser examinada en el hospital y, finalizado el hematoma de su cabeza, estaba perfectamente bien. Todos esperaban saber de Josefina porque era imposible que no tuviera hematomas ni huesos rotos. Lo cierto es que "nada de nada". Ella, que pidió por Carmen, fue la que salió más completamente ilesa.

Cuenta Josefina que, dando gracias a la Santísima Virgen en los Pinos, y ya de noche, se iluminaron, con una hermosa luz, las estrellas de la corona de la Virgen. Estas y otras señales las recibió durante sus viajes a Garabandal a donde subió en varias ocasiones con gente de Asturias.

 

En el lugar de los Pinos, es muy frecuente encontrar
gente rezando o meditando con gran fervor.

 

Un caso especial le sucedió a Josefina con su hermana Lola. Subieron a Garabandal y no tenían calzado de repuesto. Vino un fuerte aguacero y bajaba agua a torrentes por la calleja. Cuando bajaron por el agua, llegaron al pueblo y se encontraron que sus zapatos y sus pies estaban del todo secos.

Parecen increíbles estas historias pero otros testigos dicen que fue así, como ella lo cuenta. Esto de "no mojarse" ya sucedió varias veces durante las Apariciones.

 

Loli levanta a Jacinta, con toda facilidad, para
 los besos de despedida de la Virgen.

 

Cuenta D. Plácido Ruiloba de Santander, esto que sucedió a Jacinta:

Ocurrió otra cosa en el curso de una malísima noche. Llovía a torrentes. Jacinta cayó en éxtasis y yo me ofrecí para acompañarla solo. Se me aceptó y aproveché para hacer una prueba.

La niña, como siempre, andaba con la cabeza inclinada hacia atrás, las manos muy apretadas sobre un crucifijo. Sólo íbamos la niña y yo. Yo la protegía con un paraguas de esos que llamamos familiares, prestado por una señora del pueblo.

Mi brazo, sosteniendo el paraguas, pasaba sobre los hombros de la niña y me dije que quizás podría conducirla a mi gusto. Mis dudas me ayudaban, y teniendo en cuenta la gran oscuridad, la lluvia que caía, el paraguas que nos tapaba la visión, yo me repetía que si, que podría conducirla a donde quisiera.

Pero constaté que no, y que sin duda de ninguna especie, la niña continuaba llevando otro camino completamente distinto del que yo intentaba imponerle.

Terminé por decirme que, decididamente, esta niña que elevaba los ojos en un ángulo increíble, debía ir tras una luz que yo no percibía. Como el éxtasis se prolongaba y el camino se volvía impracticable, mi brazo se fatigaba de sostener el paraguas, lo cerré aunque la lluvia continuaba sin cesar, y la acompañé todavía durante veinte minutos, de suerte que yo iba empapado como una sopa. Mis pies nadaban dentro de los zapatos.

Al cabo de veinte minutos, pasamos ante una casa iluminada por una pequeña bombilla eléctrica, lo que me permitió constatar con estupor que los hombros y la cabeza de la niña estaban completamente secas.

Con el fin de asegurarme mejor, pasé mi mano mojada tres veces sobre sus cabellos, y mi mano se secaba como con una toalla. Todo esto, lo afirmo y estoy dispuesto a jurarlo con la mano sobre los Santos Evangelios.

 

 

A. M. D. G.

 


 

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