Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 286
Dios lo puede todo.
Los truenos pararon repentinamente y el miedo de su madre
desapareció por completo cuando Conchita rezó.
Conchita cayó de rodillas, rezó y al instante cesaron los truenos.
Un suceso poco conocido sucedió una noche de invierno de 1962, cuando Aniceta y su hija Conchita, a solas en su casa, esperaban la tercera llamada de la Virgen sobre las tres de la mañana. Era una noche terrible, según lo contó Aniceta años después. Llovía, tronaba, relampagueaba y caía mucho pedrisco.
Dice Aniceta a su hija:
-- Conchita, dile a la Virgen que esta noche no salgas, que yo quiero acompañarte pero tengo muchísimo miedo a los truenos.
A poco de decir esto, Conchita quedó en éxtasis y Aniceta se puso del lado de la puerta como esperando pararla y que no saliese. Conchita anda hacia adelante, retira a su madre suavemente a un lado, abre la puerta y sale. Nada más salir, un relámpago iluminó la noche como si fuese de día y con sol, según cuenta su madre Aniceta. El miedo de su madre era enorme.
En este mismo momento, al ver la Santísima Virgen el miedo de su madre, Conchita, en éxtasis, se gira hacia ella, cae de rodillas, rezó, persignó a su madre y la dio a besar el Crucifijo. Al instante, cesaron los truenos y todo el miedo de su madre desapareció. El primer lugar a donde la Virgen llevó a Conchita fue a rezar por los difuntos en el Cementerio.
-- Por nada del mundo saldría yo de noche, y menos, camino del cementerio. Pero, acompañando a mi hija en éxtasis, se me quitó el miedo completamente, después que me persignó y me dio a besar el Crucifijo.
dijo Aniceta, recordando este día.
Conchita persigna con la Cruz a su madre Aniceta quien dice: "se me quitó el miedo completamente, después que me persignó y me dio a besar el Crucifijo".
Y no solo fueron al cementerio sino que volvieron al pueblo cantando el rosario en voz baja. Alguna gente, que miraba por la ventana desde el interior de casa, salió y cada vez más gente fue saliendo. Subió Conchita a los Pinos, todo el tiempo cantando el Rosario, ahora con voz alta y clara para que la oyera toda la gente y todos respondiendo con gran devoción.
Finalmente, bajó de rodillas y de espaldas toda la pendiente de los pinos, la Campuca y la calleja, hasta el lugar donde la Comunión visible y luego a su casa donde cesó el éxtasis. Estaba seca y fresca como si no hubiese salido de casa. Habían pasado más de dos horas y para Conchita todo le pareció un momento; ¡tal era la felicidad de estar con la Virgen!.
Peregrinos de varios países junto al pino de la Virgen.
Anduve por un suelo lleno de piedras como si fuera una alfombra.
Dice Marichu (María Herrero) que esto le sucedió el día del Primer Mensaje, el 18 de Octubre de 1961, cuando perdió los zapatos antes de llegar a Cosío:
«Yo bajé con la multitud, y como muchos, en parte descontenta y en parte impresionada. Ya no se oía, como a la subida, a grupos que rezaban el rosario o cantaban himnos. Por debajo del pueblo es cuando empecé a sentir más miedo; la avalancha de gente bajaba con prisas, a toda velocidad, resbalando por el barro y empujando. Para que no faltara nada, se desencadenó una tormenta como no he visto. Los truenos retumbaban atronadores por aquellos valles, y los rayos caían sin cesar, cegándonos de luz. ¡Cuánto invoqué a San Miguel!.
El antiguo camino se volvía más difícil de transitar
con el barro, la lluvia y las piedras.
Como me resbalaba y perdía el equilibrio, y temía que la gente acabara pisoteándome, me senté en el suelo, a un lado del camino, abrumada por el miedo. Dos hombres, cuyo rostro no pude reconocer por la oscuridad, me tomaron cada cual por un brazo, y así pude llegar hasta Cosío. No sé quiénes serían; pero de todo corazón digo: ¡Que Dios se lo pague!.
El último kilómetro tuve que hacerlo descalza sobre aquel lodazal de piedras sueltas; se me rompieron los zapatos y tuve que tirarlos. Sin embargo, crease milagro o no, no sufrí el menor roce en mis pies, se me quedaron tan intactos como si hubiese bajado sobre una alfombra»
Se lo pedí a la Virgen, rezamos tres Ave Marías y pudimos llegar al pueblo.
Lo que sigue, lo cuenta Alejandro Roca:
La subida aquí a Garabandal fue con un SEAT 600, en agosto de 1962 y cuando llegué a Cosío me dijeron:
-- con el coche no podrá subir, tendrá que subir a pié, ayer mismo lo intentó un coche como este y tuvo que volver atrás.
Pero yo no desistí sino que rezamos tres Ave Marías y con más o menos tropiezos llegamos a Garabandal. En estos cinco días que estuvimos aquí, en cuatro ocasiones distintas, las niñas en éxtasis y con el Crucifijo besado por la Santísima Virgen fueron al coche y le hicieron la señal de la Cruz.
Pudo tener la hija que tanto deseaba:
Dice Alejandro:
Yo estuve aquí en la segunda quincena del mes de Agosto del año 1962, cinco días, y un amigo mío y su esposa vinieron en Octubre de 1962. Estuvieron solamente un día. Cuando llegaron fueron a casa de Mari Loli. Entonces, Mari Loli tenia que cuidar de su hermanita que se llama Lupita, que estaba en pañales. La esposa de mi amigo le dijo a Mari Loli: dame la niña que yo te la cuido. Mari Loli, que entonces tenía trece años, le da a su hermanita y ella sale a jugar.
Cuando, por la noche, pusieron a la niña en la cuna, Mari Loli, contenta y agradecida, se sentó en las rodillas de esta señora; estuvieron charlando y jugando. Esta señora le pidió muchas cosas y entre estas que a ella le hubiese gustado mucho tener una nena. Le decía a Loli: cuando tú veas a la Santísima Virgen, pídeselo. Esto lo pidió así porque tenían dos niños pequeños. Hace unos meses que habían tenido que operarla y quedó inútil para más descendencia.
El marido dejó encima de la mesa de Mari Loli su alianza de boda para que la Santísima Virgen la besara. He visto a Mari Loli llevando de veinte a treinta alianzas matrimoniales que, excepto algunas labradas o con grabado, eran prácticamente iguales en apariencia y después de darlas a besar a la Virgen las ponía en el dedo de sus dueños sin equivocarse jamás ni de dedo ni de persona.
El anillo de mi amigo era un poco labrado y cuando vio que Mari Loli lo cogía de la mesa para darlo a besar a la Virgen, él se agachó y acurrucó en el último rincón del mostrador pero Mari Loli, con la cara mirando a lo alto, fue a buscarlo detrás del mostrador. Entonces él se levantó pero le mostró la mano incorrecta; entonces la niña le apartó la mano y le puso el anillo en el dedo de la otra mano, que era lo correcto, quedando él admirado de todo ello, ya que había hecho esto a modo de prueba.
Lo mas extraordinario fue para su esposa ya que, cuando acabó el éxtasis, Mari Loli fue corriendo hacia esta señora y le dijo:
-- me dijo la Virgen que todo lo tuyo que sí.
La señora le dijo:
-- ¿qué es todo lo mío?.
Le dice Mari Loli:
-- pues, todo, lo de la niña también.
Cuando vinieron a Barcelona, nos lo contaron y fueron a ver a una religiosa hermana del marido que, como hermana del marido, tampoco creía en Garabandal, pero cuando le contaron que la Santísima Virgen había dicho que su cuñada tendría una nena, ella decía:
-- mira, si la tienes, cree en Garabandal.
Sabía por el propio doctor que su cuñada no podía tener más hijos, ninguna posibilidad. Pues bien, a los diez meses de esto, su cuñada tuvo una niña, tal como le dijo la Virgen a Mari Loli. Esto les convenció a todos de la realidad de las Apariciones.
Las niñas, con la Virgen, no se hacían daño, ni siquiera descalzas.
Prosigue Alejandro Roca:
Un día, Mari Loli, bajando de los pinos, a media calleja, se le cayeron los zapatos y continuó por el pueblo descalza, andando por las piedras del pueblo. Era por la noche, había poca gente y fuimos con ella hasta la puerta de la Iglesia donde terminó el éxtasis. La niña, en éxtasis, no se hizo el menor daño en los pies descalzos. Sin embargo, nada más salir del éxtasis y querer andar dijo: ¡Uy!, al pisar una piedra afilada, y tuvo que ponerse enseguida los zapatos.
A. M. D. G. et B. M. V.
Ad Maiorem Dei Gloriam et Beatae Mariae Virginis
A Mayor Gloria de Dios y de la Bienaventurada Virgen María.