Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 312
Relato de D. Máximo Foerschler sobre su visita a Garabandal y curación del P. Ramón Andreu S.J.
Máximo Foeschler, a la derecha de la foto, P. Ramón María Andréu S.J. y Muriel Catherine, que se convirtieron a la Fe católica después de sus visitas a Garabandal, en tiempos de las Apariciones.
Relato de D. Máximo Foerschler sobre su primera visita a Garabandal y curación del P. Ramón Andreu S.J.
14 de Octubre 1961.
“Muy afectado por la muerte del P. Luis Andreu, S.J., con quien me unía una larga y buena amistad, así como con todos los demás hermanos, sentía verdadera ansia por conocer de cerca lo que ocurría en San Sebastián de Garabandal. Tanto había oído hablar y tan diversas eran las opiniones, que tenía muchísimo interés en ver por mis propios ojos lo que sucedía en aquel pueblo, que procuro relatar sin pasión de ninguna clase, por lo que más adelante expondré.
Quiero anticipar que no profeso la religión Católica, que soy de confesión protestante evangélica, fervoroso creyente desde mi infancia, gracias a la ejemplar educación cristiana por parte de mis padres.
El día 14 de Octubre de 1961 fue el día elegido para dicha visita, para conocer los sucesos de aquel pueblo, ya que tenía interés en ver lo que pasaba antes de la fecha anunciada del “mensaje” que era el 18 de Octubre de 1961.
Ese día salí de Aguilar de Campoo hacia las cuatro de la tarde, acompañado del P. Ramón Andreu S.J., Don Rafael Fontaneda y un hijo de éste. Tuvimos la desgracia de sufrir un choque con otro vehículo en sitio muy peligroso, y afortunadamente no nos pasó aparentemente nada a ninguno de los ocupantes de nuestro coche.
Después de la pérdida de varias horas en la carretera, llegamos cerca de las 10 de la noche a Cossío para iniciar el ascenso a San Sebastián de Garabandal, adonde llegamos alrededor de las 11 de la noche, tras una subida accidentada y con mucho pánico, haciendo el último kilómetro a pié, diluviando y metido en barro hasta las rodillas, alumbrándonos con linternas.
Nos cruzamos con muchas personas que regresaban del pueblo, totalmente desilusionadas, ya que no habían visto ni una sola visión de las niñas. Nos decían que “más valía volver.”
Cuando estábamos a 50 metros de las primeras casas vimos correr mucha gente con linternas y me decían que tenía que ser Mari Cruz que salía en ese momento de su casa en éxtasis. Cuando llegamos comprobamos que efectivamente era así y se encontraba delante de la taberna del Sr. Ceferino, formando todas las personas un gran corro alrededor de ella. Pasamos al interior de dicha taberna donde se encontraban Jacinta y María Dolores. A los pocos momentos de entrar, entró en trance Mari Loli que subió seguidamente al piso superior donde tenía frente a la escalera una mesa cubierta de un mantel blanco, con muchas estampas, rosarios, etc. Que dio a besar seguidamente. Tuvo una conversación en voz baja, pero siempre sonriendo, hasta que se puso de pié y dio a besar el crucifijo a todos los asistentes en el local.
Hacia las once y media se puso malo el P. Ramón con un tobillo muy hinchado y con fuertes dolores, quedando muy pálido y con fuertes sudores fríos. Examinado por dos doctores de Santander y Burgos, este último especialista en huesos, dictaminaron fuerte derrame con esguince o fractura, recomendando hacer una radiografía cuanto antes. Se vendó el tobillo y se aplicó una bolsa de hielo, llevándole a la cama hacia las 12 de la noche.
Hacia la una de la madrugada y como estaba cenando, le llevé una cerveza, encontrándose con el padre, Jacinta sentada en una silla delante de la mesilla de noche, y Mari Loli estaba sentada en el borde de la cama. Al verme entrar, el P. Ramón me dijo, que cuando su hermano José María había venido de Venezuela estaba Jacinta en cama con anginas y la visitaron y ahora la Virgen le había dicho que el Padre estaba malo y que viniera ella a verle. En ese mismo momento entró en trance y como la silla tenía un respaldo muy alto, sentí que la chica se había dado un golpe muy fuerte contra dicho respaldo por tener la cabeza muy levantada, y como yo estaba sentado detrás de ella, intenté meter mi mano entre el cuello y el respaldo, llevándome la primera gran sorpresa, de que aquella criatura estaba tan unida a la silla y tan rígido todo, que parecía un bloque de granito de una tonelada. Le miré los ojos, que en circunstancias normales los tiene con un cerquillo rojo alrededor, y observé, que estos habían casi desaparecido. Mientras que Jacinta estaba en visión, la pequeña Mari Loli no paraba en decirla: “Dile a la Virgen que me llame.” Al volver del trance preguntó el padre Ramón a Jacinta si estaba contenta a lo que contestó, “sí, padre, mucho.” Al preguntarle de qué le había dicho la Virgen, contestó simplemente: “No.”
Muy impresionado con lo vivido me levanté para reunirme con los demás amigos en casa de Ceferino, cuando el padre Ramón me dijo por señas que Mari Loli ya tenía dos llamadas y antes de abandonar el dormitorio entró en trance Mari Loli.
Hacia las dos de la madrugada nos fuimos todos a dormir y me alojé en la habitación del P. Ramón. Estuvimos haciendo comentarios sobre todo lo sucedido y hacia las tres de la madrugada oímos muchas voces y gente en la calle, gritando a la dueña de la casa dónde nos hospedábamos: “Pifania abre, que viene Jacinta.” Desde el momento en que la dueña abrió el cerrojo de la puerta de la calle, hasta que Jacinta se presentó ante las camas en el primer piso, no pasaron dos segundos. Traía la cabeza muy levantada y en las manos un crucifijo. Iba acompañaba por Mari Loli, el padre de ésta y muchísimas personas más, entre ellas unas chicas de Cádiz. Jacinta se dirigió directamente al padre Andreu y le dio el crucifijo a besar. Yo estaba acostado a espalda de ella, pero a mi no me lo ofreció y tampoco a Cuquí. De momento, y cuando ya se estaba despidiendo de la visión, volvió el brazo, pero sin dejar de mirar al punto fijo, me acercó a besar el crucifijo, pero tan exacto delante de mi boca, que ni me tocó, ni tuve que auparme. Entonces le dijo Mari Loli: “Falta otra persona para besar,” preguntando Jacinta “quién.” Dio un paso adelante y lo dio a besar a Cuquí. Acto seguido volvió del trance y quedaron allí hasta cerca de las 4 de la madrugada.
En vista del estado del pié del P. Ramón, avisaron por la noche al P. Valentín a Cossío para que dijese la Misa al día siguiente. A las 8 de la mañana vinieron ya algunos médicos para interesarse por el pié del P. Ramón. A las 9 de la mañana se levantó el P. Ramón y una vez calzado pudo ponerse de pié con gran sorpresa de todos. Acto seguido mandó tocar a Misa, que pudo decir con toda normalidad e incluso pudo hacer flexiones con el pié, con gran asombro de todos.
Clareaba ya la mañana de ese día, domingo, 15 de octubre. Cuando se presentaron varios franceses, y detrás, uno de los dos médicos, a preguntar por el Padre. Serían las ocho, aproximadamente.
El Padre dijo al médico que le habían cesado del todo los dolores, y que podía mover el pié sin dificultad. Era bastante sorprendente; mas como medida de precaución le aconsejaron que no pisara con aquel pie, y que aguardase la llegada de una ambulancia que se podía pedir a la "Casa de Salud Valdecilla" de Santander; la lesión había sido seria y, normalmente, tardaría de quince a veinte días en curar.
El médico encontró al Padre sentado en el borde de la cama:
-- Pero ¿qué hace usted, Padre?.
-- Ya ve, trato de levantarme.
-- ¡No haga usted eso! Es un disparate. Vamos a ver el tobillo.
El médico se puso con una rodilla en tierra, para examinarlo mejor. Luego levantó la cabeza hacia el Padre y le dijo:
-- ¡Qué bromista es usted!. Vamos, enséñeme el tobillo malo.
El Padre, con aparente indiferencia, le enseñó el otro tobillo, que era precisamente "el bueno". El médico lo examinó con toda atención, lo comparó con el otro, y acabó levantando de nuevo la cabeza hacia el Padre, mientras decía con una expresión difícil de definir:
-- ¡Pero qué cosas más raras pasan en este pueblo!.
Cuando marcharon los médicos, el Padre se empeñó en que le calzáramos, pues no sentía dolor alguno. Fue a ponerse en pie, y lo hizo sin dificultad. Entonces decidió celebrar él la Misa del pueblo, desistiendo de avisar a don Valentín para que subiera, como ya habíamos acordado. Mandó tocar las campanas a Misa, y nos pusimos a buscarle un bastón.
Yo mismo le acompañé a la Iglesia; y cuando iba a empezar el acto, como yo de la misa no entendía nada, busqué un lugar a propósito en el último banco, y me dediqué a observar desde allí atentamente cómo marchaba lo de su pié; durante toda la ceremonia se movió, se arrodilló y levantó sin dificultad.
Le dije mis observaciones, después de la misa, y él hizo delante de mí varios movimientos o flexiones del pié sin molestia alguna; al fin me confió que la Santísima Virgen le había curado cuando Jacinta se acercó a él y le dijo:
-- Padre, la Virgen me ha dicho que está usted muy malo; pero me ha mandado a decirle que está usted curado.
En el mismo instante le desaparecieron los dolores.
Firmado:
Máximo Foerschler
Don Máximo se convirtió y pidió el Bautismo.
Don Máximo Foeschler recibió el Bautismo según el rito católico el 31 de marzo de 1962 y el día siguiente, 1 de abril, hacía su Primera Comunión con gran fervor.
Dice don Máximo:
Por estas gracias especiales que he recibido por mediación de la Virgen, que de verdad me ha llevado en sus brazos al Bautismo, y así nuevamente a los brazos del Señor, debo estar eternamente agradecido y no sé cómo dar al Señor y a la Virgen Santísima las gracias que merecen por el milagro obrado en mí.
En visitas posteriores a Garabandal, me han ocurrido muchísimas más cosas, que alargarían desmedidamente mi relato. Sólo quiero declarar algo:
Un día, al volver Mari Loli del éxtasis, me llamó aparte y me comunicó lo que la Santísima Virgen le había dicho de mí. ¡Con lo tímidas que son aquellas niñas, y los doce años que entonces tenían, Mari Loli me estuvo hablando largo rato con la mayor naturalidad!.
Me contó mi vida, y mis casos y cosas, desde mis primeros días hasta aquella fecha. Absolutamente nadie en el pueblo podía conocer tales detalles, ¡algunos, ni mi propia esposa!, y no pocos de ellos me volvieron a mí mismo a la memoria gracias a oírselos a la niña.
Para la Santísima Virgen, nuestra Madre, cada cosa de nuestra vida es importante y cuida de nosotros cada día; por eso digo de corazón:
¡Qué Madre más buena tenemos en el Cielo!.
A. M. D. G. et B. M. V.
Ad Maiorem Dei Gloriam et Beatae Mariae Virginis
A Mayor Gloria de Dios y de la Bienaventurada Virgen María.