Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 332
Oración del Santo Padre en la Capilla
de las Apariciones de Fátima
El Papa entrega la Rosa de Oro a la Virgen de Fátima
Santo Padre:
Señora Nuestra y Madre de todos los hombres y mujeres, aquí estoy como un hijo que viene a visitar a su Madre y lo hace en compañía de una multitud de hermanos y hermanas. Como Sucesor de Pedro, al que se le confió la misión de presidir el servicio de la caridad en la Iglesia de Cristo y de confirmar a todos en la fe y en la esperanza, quiero presentar a tu Corazón Inmaculado las alegrías y las esperanzas, así como los problemas y los sufrimientos de cada uno de estos hijos e hijas tuyos, que se encuentran en Cova de Iria o que nos acompañan desde la distancia.
Madre amabilísima, tú conoces a cada uno por su nombre, con su rostro y con su historia, y quieres a todos con amor materno, que fluye del mismo corazón de Dios Amor. Te confío a todos y los consagro a ti, María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra.
Cantores y asamblea:
Nosotros te cantamos y aclamamos, María (v.1)
Santo Padre:
El Venerable Papa Juan Pablo II, que te visitó tres veces, aquí en Fátima, y te agradeció aquella “mano invisible” que lo libró de la muerte, en el atentado del trece de mayo, en la Plaza de San Pedro, hace casi treinta años, quiso ofrecer al Santuario de Fátima la bala que lo hirió gravemente y que fue colocada en tu corona de Reina de la Paz. Nos consuela profundamente saber que estás coronada no sólo con la plata y el oro de nuestras alegrías y esperanzas, sino también con la “bala” de nuestras preocupaciones y sufrimientos.
Te agradezco, Madre querida, las oraciones y sacrificios que los Pastorcillos de Fátima realizaron por el Papa, animados por los sentimientos que tú les habías infundido en las apariciones. Agradezco igualmente a todos aquellos que, cada día, rezan por el Sucesor de Pedro y sus intenciones, para que el Papa sea fuerte en la fe, audaz en la esperanza y ferviente en el amor.
Cantores y asamblea:
Nosotros te cantamos y aclamamos, María (v.2)
Santo Padre:
Madre querida por todos nosotros, te entrego aquí en tu Santuario de Fátima, la Rosa de Oro que he traído desde Roma, como regalo de gratitud del Papa, por las maravillas que el Omnipotente ha realizado por tu mediación en los corazones de tantos peregrinos que vienen a esta tu casa materna.
Estoy seguro de que los Pastorcillos de Fátima, los Beatos Francisco y Jacinta y la Sierva de Dios Lucía de Jesús, nos acompañan en este momento de súplica y júbilo.
Cantores y asamblea:
Nosotros te cantamos y aclamamos, María (v.5)
ACTO DE CONSAGRACIÓN DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Iglesia de la Santísima Trinidad - Fátima Miércoles 12 de mayo de 2010
Madre Inmaculada, en este lugar de gracia, convocados por el amor de tu Hijo Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros, hijos en el Hijo y sacerdotes suyos, nos consagramos a tu Corazón materno, para cumplir fielmente la voluntad del Padre.
Somos conscientes de que, sin Jesús, no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5) y de que, sólo por Él, con Él y en Él, seremos instrumentos de salvación para el mundo.
Esposa del Espíritu Santo, alcánzanos el don inestimable de la transformación en Cristo. Por la misma potencia del Espíritu que, extendiendo su sombra sobre Ti, te hizo Madre del Salvador, ayúdanos para que Cristo, tu Hijo, nazca también en nosotros. Y, de este modo, la Iglesia pueda ser renovada por santos sacerdotes, transfigurados por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Madre de Misericordia, ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado a ser como Él: luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5,13-14).
Ayúdanos, con tu poderosa intercesión, a no desmerecer esta vocación sublime, a no ceder a nuestros egoísmos, ni a las lisonjas del mundo, ni a las tentaciones del Maligno.
Presérvanos con tu pureza, custódianos con tu humildad y rodéanos con tu amor maternal, que se refleja en tantas almas consagradas a ti y que son para nosotros auténticas madres espirituales.
Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra sino con la vida, nuestro “aquí estoy”.
Guiados por ti, queremos ser Apóstoles de la Divina Misericordia, llenos de gozo por poder celebrar diariamente el Santo Sacrificio del Altar y ofrecer a todos los que nos lo pidan el sacramento de la Reconciliación.
Abogada y Mediadora de la gracia, tu que estas unida a la única mediación universal de Cristo, pide a Dios, para nosotros, un corazón completamente renovado, que ame a Dios con todas sus fuerzas y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.
Repite al Señor esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3), para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros, como una nueva efusión, el Espíritu Santo.
Lleno de admiración y de gratitud por tu presencia continua entre nosotros, en nombre de todos los sacerdotes, también yo quiero exclamar: “¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)
Madre nuestra desde siempre, no te canses de “visitarnos”, consolarnos, sostenernos. Ven en nuestra ayuda y líbranos de todos los peligros que nos acechan. Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal.
Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo.
Así sea.
A. M. D. G. et B. M. V.
Ad Maiorem Dei Gloriam et Beatae Mariae Virginis
A Mayor Gloria de Dios y de la Bienaventurada Virgen María.