Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 123
Madre de Dios y Madre nuestra (3).
Historias bellísimas de las Apariciones.
La Virgen espera a que Miguel bese el Crucifijo
La familia de Jacinta: Jacinta y sus padres Simón y María, en el centro. Mari Carmen, la que fue "niña pequeña testigo", está a su lado, Miguel Angel, tiene un año mas que Jacinta.
Dice Miguel Angel, hermano de Jacinta:
Un día yo estaba en la cama, en un cuarto oscuro porque no había luz. Las tres estaban en éxtasis e iban a darme el Crucifijo a besar. Yo no lo quería besar. Yo estaba despierto y no lo quería besar. Igual se tiraron allí un cuarto de hora. Estábamos a oscuras y me lo ponían sobre la boca.
Ellas no sabían si yo lo besaba o no. Ellas me lo pegaba en los labios; pero yo no le besaba. Ellas no veían y, en el momento que lo besé, ellas se marcharon.
Yo oí lo de las negaciones.
Dice Miguel Angel:
También, en otra ocasión, yo oí lo de las negaciones.
Me habían dicho ellas que tenia que llegar el día en que lo iban a negar. Y entonces le decían ellas a la Virgen:-- ¿Cómo vamos a negar que te hemos visto si te estamos viendo ahora?; ¿Cómo será posible que lleguemos a negarlo?.
Eso, yo lo oí.
Nunca se olvidaban de los Difuntos.
Dice Miguel Angel:
Una noche iba con Jacinta y Loli, que tenían costumbre de ir al cementerio. Iba con tanto miedo que las dejé solas. Se marcharon para el cementerio. Me quedé viendo por donde iban. Yo tenía un año más que ellas y no me atrevía a ir. Entonces llegaron ellas solas; luego vino más gente y entonces fuimos allá con ellas.
Ellas no tenían miedo de ir al cementerio, no, nada. Allí metían la mano por la verja de la puerta, que es de hierro. Entre las barras de hierro,
metían el brazo entero, con el Crucifijo en la mano, y lo daban a besar a unas cuarenta o cien personas, para arriba, para abajo, como si tuviesen alturas diferentes, daban a besar el Crucifijo a un gran número de personas difuntas.Muchas veces las niñas en éxtasis tenían costumbre de ir a llevar el Crucifijo a las personas enfermas y ancianos. Algunas veces a uno que era muy anciano o que estaba ya para morir o que estaba muy enfermo, iban allá por la noche y rezaban dos o tres rosarios con él.
¡A cada una puso su rosario!.
Dice Piedad:
Un día vinieron a mi casa treinta señoras de Segovia. Traían un kilo de rosarios, todos mezclados en una bolsa. ¡Un kilo!. No eran capaces de desenredarlos. Dije yo:
-- Déselos esta noche a Loli; ya verán.
Loli, en éxtasis, lo desenredó todo con facilidad, sin mirar; se los dio a besar a la Virgen y luego ¡a cada una puso su rosario!. Esto lo ví yo, en su casa, en la taberna, en la otra casa que tenían antes. Y una de las señoras se emocionó tanto que lloró a lágrima viva y se tuvo que salir. Hoy es monja.
¡Subió por la pared hasta las colmenas!
Dice Jesús, hijo de Piedad:
Una noche, estando aquí cenando, me dije:
-- Esta noche voy a hacer una prueba. Si me resulta lo que pienso, lo creo.
En casa de Conchita, en el huerto, hay unas colmenas. Aquellos huertos ya están un poco arreglados; entonces había más maleza.
Pensé:
-- Esta noche me voy a esconder entre las colmenas y, si es verdad que es la Virgen, ha de subir allí la muchacha donde yo esté.
Salió Conchita en éxtasis de casa y estaba la gente amontonada allí, delante de la casa, e hizo fila. Conchita
subió por la pared hasta las colmenas, al rincón donde estaba yo; ella no me podía ver ni podía saber que estaba allí porque miraba a lo alto. ¿Quién se lo dijo?. Fue la Virgen que la llevó allá para que yo creyese. Desde entonces creo firmemente.
¡Una granizada terrible!
Dice Piedad:
Una noche tronaba muchísimo. También nevaba. Me asomo a la ventana a ver lo que pasaba y veo venir por allá a Aniceta con Conchita en éxtasis.
Dije:
-- Pues no voy a dejar a Aniceta sola y que haga este sacrificio. Yo voy a acompañar a la Virgen.
Granizaba; Conchita andaba con los brazos extendidos y la cabeza para arriba y llevaba una Cruz en la mano. Le daban los granizos en la cara. Yo lloraba al ver a la cría. Entonces yo cogí una manta, me echo la manta encima y bajé.
Era como a eso de las once o las doce de la noche. No había nadie más que su madre con ella. Fuimos hasta la iglesia, por donde vive Pepe; fuimos al cuadro.
Vino una granizada terrible, y venga los granizos dándole a Conchita en los ojos y la cara. Yo me estremecía, y ella nada, natural. Después se metió en casa y me dijo su madre:
-- Si quieres entrar, hija mía, entra.
Digo yo:
-- ¡Ay!, ya me voy; es que me dio muchísima lástima de que fueses sola y además quería acompañar a la Virgen y a tu hija.
Y me vine para casa.
Se trasformó de manera inexplicable.
La entrada en éxtasis de María Dolores.
Dice Maria Josefa Lueje:
De repente Loli saltó desde donde estaba, una altura de casi un metro, y
al caer de rodillas sonaron las piernas como si se las hubiese roto.El golpe fue muy fuerte. En este momento asistí a algo que creo no vuelva a ver en este mundo. La cara de la niña, ya en éxtasis, se trasformó de manera inexplicable.
De regordeta y colorada, como suelen ser los niños de aldea que se crían y crecen en ambientes sanos, se afinó y embelleció de forma que resulta difícil de decir. Era como si en pocos minutos hubiese adelgazado, afinado y empalidecido. Su voz se volvió dulcísima e impresionaba.
Serían las tres de la madrugada y hacía muchísimo frío. Sin embargo salió a recorrer el pueblo con la cabeza vuelta hacia arriba, casi pegada a la espalda. Iba muy de prisa y no tropezaba con nada, sin que nadie la ayudase o guiase.
Subió unas escaleras de piedra, sin barandilla, en una casa donde
había un enfermo en coma desde hacía varios días. Nosotros quedamos afuera, pero un hijo del enfermo nos aseguró que, al entrar la niña, había recobrado el conocimiento al ponerle el Crucifijo sobre el pecho y después curó. Loli bajó las escaleras de forma escalofriante, por la velocidad y sin ver donde ponía los pies. A continuación nos llevó al pórtico de la Iglesia.Rezamos un Rosario inolvidable. Nunca ví a persona humana que lo hiciese con aquella devoción. Aquella voz, creo no la olvidaré mientras viva. Apetecía quedarse allí para siempre.
Al terminar de rezar, volvimos a la tienda de Ceferino y, caída de rodillas, Loli empezó a dar a besar los objetos a la Virgen.
Quedamos impresionadísimos al ver que no se equivocaba nunca al entregarlos, sin tener ella la menor idea de quienes eran sus dueños ya que los recogimos antes de entrar en Garabandal.
En algún momento la niña dudaba y daba la impresión de que la Visión le decía a quién correspondía. Esto ocurrió con las medallas de las dos hermanas; puso la suya a la soltera, luego abrió la cadena de la casada, se la puso también y luego se dirigió resueltamente al marido, al que le entregó crucifijo y alianza. Puedo asegurar que Loli ignoraba el parentesco de ambos.
Las niñas querían vestir como Ella.
Dice Manolo Lantero:
En una ocasión Loli, en éxtasis, estaba hablando con la Virgen y "literalmente" le decía :
--
Como Tú quisiera llevalas yo, sobre tó pa venir a vete a Tí.Parece ser que la Virgen algo le decía sobre las faldas y la niña, al contemplar a la Virgen con su vestido hasta los tobillos, le decía que quisiera vestir como Ella, sobre todo para venir a verla.
Entonces las niñas fueron a su casa y vinieron todas con unas faldas de la abuela o de la tía hasta los calcaños. Era de lo mas gracioso aquello.
De esta frase que yo oí decir a la niña, tomó nota don Valentín, el párroco, que se me acercó y me preguntó: ¿qué dicen? y le dije: pues mire, Loli acaba de decir exactamente esto y él tomó nota, en un cuadernito, de la frase de la niña. Me acuerdo perfectamente de la frase y además con la misma expresión de ella:
-- Como Tú quisiera lleva(r)las yo, sobre tó(do) pa(ra) venir a ve(r)te a Tí.
¡Lloré emocionado y pedí a Dios perdón!
El Doctor José de la Vega pide a Dios una prueba para creer.
Dice D. José:
Foto: Conchita y Mari Loli en éxtasis.
Medio pueblo y todos los forasteros, incluidos los niños, la seguíamos alucinados. Acabábamos de verla en su modesta cocina campesina, en donde charlaba con nosotros medio dormida, por la hora, las cuatro de la mañana, entrar bruscamente en éxtasis cayendo de rodillas sin quemarse, sobre las calientes piedras del hogar encendido.
Como transportada por ángeles, se levantó y empezó a recorrer el pueblo. Íbamos en pos de ella dando trompicones en la oscuridad de la noche y salpicando barro hasta las orejas.
Ardientemente pedía a Dios fe, "como la fe del carbonero", tan comentada en los sermones parroquiales, para poder sentir, como los demás, la enorme emoción de creer milagro lo que no podía explicarme.
Siguiendo a la pequeña iluminada recorrimos casi todas las callejuelas del pueblo, fuimos al atrio de la Iglesia, al cementerio y al monte donde por vez primera vieron a la Virgen.
La dureza del camino, la oscuridad y mi torpeza de hombre de ciudad me hacían tropezar con tanta piedra suelta, quedándome poco a poco rezagado. No podía más y decidí esperar el regreso. Mi mujer no quiso detenerse a pesar de ir como jadeante y siguió adelante pidiendo ayuda a mi incredulidad.
De pronto, la niña se detiene sin llegar a la cima y retrocede camino abajo andando de espaldas, rozando apenas las piedras del camino sin dejar de mirar y sonreír al cielo.
Al llegar a la altura en que yo esperaba se detiene y se arrodilla sobre los guijarros dando un fuerte golpe con sus rodillas y no se hizo daño, como si sobre una alfombra se tratase, levantó la cruz al cielo y me la dio a besar.
Alrededor de su cuello cuelgan las medallas y rosarios de muchos de los asistentes. Busca con sus manos una cadena determinada mientras susurra, más que habla, con su invisible aparición:
-- Dime cuál es. ¿Es esta?.
Levanta en su mano la medalla para darla a besar a la Virgen de su visión y oímos todos que vuelve a murmurar:
-- Pues dime de quién es.
Sin dudar ya más se vuelve hacia mi mujer y abriendo y cerrando el cierre de oro de la cadenita, la coloca en su cuello.
Emocionada y llorosa, mi mujer cae de rodillas, como yo y como muchos de los que presenciamos tan hermosa escena. La niña le hace besar la medalla besada por la Virgen y la ayuda a levantarse del suelo con una sonrisa angelical que nunca olvidaremos.
De la misma manera y con iguales o parecidas palabras me coloca a mí mi propia medalla besada por la Virgen. Yo no pude contener más la emoción y lloré cayendo de rodillas.
En ese momento encontré la explicación de todo lo que no comprendía. En la celestial expresión de esa niña vi el reflejo de la presencia invisible de la Virgen del Carmen sobre nuestras cabezas.
De rodillas lloré emocionado y pedí a Dios perdón por mi incredulidad.
A. M. D. G.