Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 142

 

Los Sacerdotes visitantes.

Vivencias inolvidables durante las Apariciones.

 

Muchos Sacerdotes y seminaristas
presenciaron los éxtasis de las niñas

 

 

Varios Sacerdotes tienen un capítulo especial dedicado por la importancia de los hechos que vivieron y la importancia de su testimonio. Tal es el caso del P. Luis María Andréu y el Santo P. Pío de Pietrelcina.

Pero hay también muchos casos singulares que muestran la especial atención de la Santísima Virgen para los sacerdotes y para todos los que subieron a Garabandal para saber la verdad o para confiar a la Santísima Virgen sus preocupaciones.

El P. José Ramón García de la Riva cuenta un caso singular vivido por él que le conmovió mucho. Avelina cuenta otro caso muy especial de otro Sacerdote y Don Valentín, el párroco, lo sucedido a otros tres Sacerdotes.

 

El reverendo don José Ramón García de la Riva, que tantas vivencias tuvo de las Apariciones de la Santísima Virgen en Garabandal, cuenta que:

"Cierto día, en casa de Loli, concretamente en el bar o taberna, y sobre la mesilla que allí había para recibir los objetos que se deseaba besase la Virgen, yo coloqué un crucifijo.

Por la noche, me encontraba yo en la cocina de Conchita, sentado, cuando llegó Loli en éxtasis, acompañada de su padre y otras personas. Se arrodilló allí, dio a besar el crucifijo que llevaba en la mano y se quedó quieta ante mí.

Quería darme algo; pero yo, a causa de mi miopía y porque estaba más pendiente de su rostro que de sus manos, no me daba cuenta, hasta que Ceferino, su padre, me dijo:

-- Mire, que le da un crucifijo.

 ¡Fue uno de los momentos más conmovedores de mi vida!

Se trataba exactamente del crucifijo que yo había dejado por la mañana, sin ser visto, en su casa y que tan intrigada la había tenido a ella todo el día".

A Don José Ramón le conmovió la delicadeza de la Santísima Virgen de venir a entregarle personalmente la Cruz besada por Ella, incluso estando él en otro lugar, hecho que iba a ser frecuente durante las apariciones.

 

Otro caso singular ocurrió en los primeros días de septiembre de 1961.

Estaba el P. Andréu en la taberna-tienda de Ceferino, cuando, bruscamente, entra un cura tocado de boina que se dirige a él con cierta agresividad:

-- Oiga, ¿es usted el Padre Andréu?

-- Para servirle.

-- Pues yo vengo a decirle que esto ¡no me gusta nada!

--  ¿Hace mucho que está aquí?

-- Diez minutos.

-- ¡Hombre! Yo llevo ya aquí cuatro semanas y todavía no acabo de ver con toda claridad; y usted, a los diez minutos...

Se trataba de un cura asturiano, de aspecto fuerte. El Padre Andréu llamó al doctor Ortiz, de Santander, que andaba también por allí, y le dijo:

-- Oiga, doctor Ortiz; aquí está este sacerdote que se interesa mucho por esto; usted puede explicarle algunas cosas.

El doctor Ortiz se lo llevó. A los diez minutos, el cura estaba de vuelta con un talante totalmente distinto: pálido, trémulo, demudado, dijo:

-- P. Andréu: ¡Esto es verdad! Yo soy un convencido.

-- Oiga, vamos despacio. Hace diez minutos esto no le gustaba nada, ¿y ahora ya es usted un convencido? ¿No le parece que va muy de prisa?.

Es que, vea usted lo que me ha pasado. Andaba con este señor Ortiz por ahí, cuando aparece en éxtasis una de las niñas, la que se llama Jacinta, y viene junto a mí, y me santigua, y había a mi lado un hombrín, y le santiguó también, y luego me daba a besar la cruz, y se la daba también al hombrín; después volvió a santiguarme a mí, y santiguó lo mismo al hombrín.

En esto, yo pensé:

-- Si es verdad que es la Virgen que se aparece, que se acabe el éxtasis.

¡En el mismo momento la niña baja la cabeza y se me queda mirando enteramente normal!

Yo me quedé sin aliento, y le digo:

-- Pero, ¿es que no ves a la Virgen?.

-- No, señor.

-- ¿Por qué?.

-- Porque se me retiró.

Y la niña se dio media vuelta y marchaba. No habría dado cuatro pasos, cuando cayó de nuevo en éxtasis, y otra vez vino donde nosotros, y me santiguó a mí, y luego santiguó al hombrín; y me dio a besar la cruz a mí, y se la dio a besar al hombrín.

-- Oiga, oiga.

Le interrumpió el P. Andréu,

-- Señáleme quién es ese hombrín.

El que llamaba "el hombrín" era un cura párroco que venía vestido de paisano y  que llevaba ya tiempo terriblemente atormentado por grandes dudas sobre la validez de su ordenación sacerdotal. Sólo Dios sabe lo que venía sufriendo a causa de aquellos escrúpulos.

Cuando oyó hablar de las Apariciones y de las maravillas que allí sucedían, pensó que tal vez pudiera estar allí la salida para sus dudas. Tan pronto como pudo, vino a Garabandal vestido de paisano.

Para éste sacerdote ya fue una primera y consoladora respuesta a sus dudas interiores, al poco de llegar, el que la niña, tan marcadamente, fuera repitiendo en él todo lo que hacía antes al sacerdote aquel que tenía al lado. Pero no le bastó. Después de la primera alegría, le volvieron las dudas.

Pensó:

-- Yo no puedo marchar así; necesito más pruebas.

Pasó la noche en el pueblo y esperó a ver si al día siguiente obtenía esas pruebas absolutamente convincentes que tanto necesitaba. Llegó el nuevo día y no tuvo que estar esperando, como de ordinario, hasta la caída de la tarde. Ya por la mañana hubo un éxtasis y él en primera línea.

Cuando la niña extática empezó a dar a besar el crucifijo, la gente se colocó rápidamente en fila a lo largo del trayecto, para que la niña lo pudiera hacer mejor.

El hombrín se situó como uno cualquiera en medio de la fila; y desde allí observaba con qué gracia celestial la vidente ofrecía su crucifijo, y con qué emoción lo iban besando los alineados, uno tras otro. Pero no se contentó con observar; hizo esta petición a la Santísima Virgen:

-- Si de verdad yo soy sacerdote, que la niña, en vez de darme a besar el crucifijo, como a los demás, que venga y me santigüe con él.

La niña llegaba entonces frente al brigada de la Guardia Civil; se para ante él, se sonríe, y sin mirarle, le santigua lentamente. Luego continúa su recorrido por la fila, dando a besar el crucifijo. Llega ante el hombrín, ¡y le santigua!

La respuesta parecía clarísima; pero no tardó en pensar:

-- Esto no vale, porque también ha santiguado al brigada, y el brigada no es cura. Si en vez de esto, hubiera dado a besar el crucifijo a todos, sin excepción, y a mí, sólo a mí, me hubiera santiguado tres veces, entonces sí que no habría duda.

No acababa de pensarlo, cuando la niña interrumpe su recorrido y marcha al comienzo de la fila, para ir dando de nuevo a besar el crucifijo. Llega otra vez ante el brigada y se le oyó preguntar:

-- ¿Qué?.

Tras una brevísima pausa, se sonríe, y le da a besar la santa imagen, como a los demás y ya de nuevo está ante el hombrín. La niña, con todo cuidado, le va santiguando respetuosamente ¡hasta tres veces!.

Y algo más; le dice clarísimamente:

-- Sí.

Aquello fue el colmo; trató de disimular sus lágrimas mientras la niña seguía por la fila, y se marchó a la iglesia tan pronto como pudo.

Allí, en la sacristía, deshizo un envoltorio que llevaba con él, se vistió con más emoción que nunca su sotana de sacerdote, y cayó luego de rodillas ante el sagrario, sin acertar a expresar al Señor y a la Madre todo lo que sentía de emoción y agradecimiento.

 Loli y Conchita en éxtasis.

 

Otro caso singular nos lo cuenta Avelina.

Dice Avelina:

Bajaba yo de la hierba de un prado que Tina tiene muy cerca de los pinos y me encontré con tres señores. Me dicen,

-- Buenos días señora.

-- Buenos días.

-- ¿Usted es de aquí?.

-- Sí, de aquí soy.

-- ¿Qué?, esto es cuento, ¿no?.

Dijo un señor ya muy mayor, el pelo blanco como el mío. Y dice:

-- Yo vengo por venir, que esto no debe ser cierto.

-- Bueno, ¿Usted no ha visto ningún éxtasis, verdad?.

-- Ah, no señora, que acabo de llegar.

-- Entonces ya me lo dirá después. Después que vea alguno ya me dirá si es cuento o realidad. Quisiera volver a verle a usted. Pues ¿cómo, siendo usted tan mayor, se le ocurrió venir a este pueblo si era cuento?.

-- Porque me dio gana de venir.

-- Pues algo lo llamó aquí, sino no venía.

A la tarde hubo Aparición y dejábamos todo abandonado, hierba y todo. Cuando había Apariciones no nos ocupábamos nada mas que de ir a ver a las niñas.

Fueron las Apariciones en la Iglesia y llegamos a la Iglesia y yo me subí al coro para verlo mejor allí y más tranquila. Estaban las niñas dando la Cruz a besar y yo me estaba fijando en el señor, en el viejo ese.

Entonces le dan la Cruz a besar y veo que el señor si no se sienta se cae, de la emoción que sintió. Estaba sentado así, con las manos teniendo por la cabeza. Dije yo, algo le pasó a ese señor. Cuando todo terminó, bajo del coro y salgo detrás del señor y le doy en el hombro. Y le digo:

-- Y ahora, ¿qué me dice?.

No era de hablarme de la emoción.

-- ¡Ay señora, ay señora!.

Que no era posible de poderme hablar. Estuvo así un rato sin poder decirme lo que le había pasado.

-- Ay señora, ¡es tanta verdad!, como usted me decía que tenía que verlo, esto sí que es verdad. Que sí, es cierto que está aquí la Virgen. A mi nunca me pasó una cosa como esta de sentirlo así.

Era un sacerdote que había venido vestido de paisano para saber si las apariciones eran verdad.

 

Don Valentín, el párroco, relata algunos casos mas:

Un día, estando Conchita en éxtasis, le oí decir:

-- ¡Ah, que hay dos sacerdotes aquí, Don Valentín y otro!

Miré a mi espalda pero no veía a ningún sacerdote. La niña había dicho que había dos sacerdotes. ¿Cómo podía saber ella del otro sacerdote si venía vestido de paisano?.

En una ocasión, un sacerdote dominico vino vestido de paisano y estaba dando una vuelta por el pueblo. Entró en la casa de Conchita mientras estaba en éxtasis. Llevaba con él un crucifijo de misionero. Se lo ofreció a Conchita para que la Virgen lo besase. En éxtasis, Conchita le preguntó:

-- ¿Cómo es que vienes vestido de esa manera si estás mucho mejor vestido de blanco?.

En otra ocasión vino un sacerdote en un autobús desde Oviedo. Vino porque la gente quería que viniese, ya que él todavía no creía nada. Una de las niñas empezó a ofrecer el crucifijo a todos para besarlo.

Mas tarde me dijo que pensó:

-- Si todo esto es sobrenatural que la niña, al llegar a mi, vuelva a su estado normal.

Cuando llegó a él volvió a su estado normal. Este sacerdote se retiró a un lado y comenzó a llorar. Entonces la gente vino a preguntarle, ¿por qué lloras?. El contestó. "Por favor, dejarme, todo esto es muy serio". Hay muchos casos como estos que he dicho, dice don Valentín.

Especialísimo fue lo que le sucedió al P. Luis María Andréu S.J. y al Santo P. Pío de Pietrelcina, ambos vieron el futuro milagro. Por su importancia, tienen un capítulo especial, el capítulo 10.

 

A. M. D. G.

 


 

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