Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

Capítulo 10

 

Palabras del Papa Pablo VI a Conchita.

«Conchita, Yo te bendigo y conmigo te bendice toda la Iglesia»
 

Audiencia del Papa a Conchita, visita al Padre Pío, testimonio de Joey Lomangino.

Vieron el Milagro.

El P. Luis Andreu y el Santo P. Pío de Pietrelcina vieron por adelantado el  gran Milagro.

P. Luis Andreu.

Foto: El Padre Luis contemplando a las videntes en éxtasis con intensa atención. La foto se tomó durante una de sus visitas a la aldea antes del 8 de Agosto de 1961.

El 8 de Agosto de 1961, acompañado de unas 20 personas de Aguilar de Campoo, el Padre Luis María Andreu llegó a San Sebastián de Garabandal para presenciar los acontecimientos que estaban ocurriendo allí. Esta era su tercera visita, y sería también la última.

    El párroco. Don Valentín Marichalar, tuvo que ausentarse ese día a Torrelavega, y le pidió al Padre Luis que, mientras él estuviese fuera, hiciese las veces de párroco. Aunque algo escéptico acerca de los sucesos que ocurrían en la aldea, el Padre Luis aceptó el encargo llevado de su devoción y de su sentido de lealtad a la Iglesia.

Ese día memorable también estuvieron presentes el Rev. Padre Antonio Royo Marín, O.P., destacado teólogo especializado en la espiritualidad de los seglares y en la teología mística, D. Andrés Pardo, seminarista a la sazón, y hoy en día Secretario de la Comisión Nacional Española de Liturgia y D. Rafael Fontaneda, propietario de la famosa compañía de galletas que lleva su nombre.

Se pide una prueba

A las 2:11 de la tarde comenzó un éxtasis. Las niñas le hablaron a su Visión. Se las oyó repetir que la mayoría de la gente no creía en las apariciones, que la Virgen María tenía que darles una prueba. "¡Dánosla enseguida! Nos dices que nos la vas a dar, que la vas a dar", dijo Loli. Y Conchita, añadió:

-- ¿Sabes lo que te quiero decir? Tienes que dar una prueba. Tienes que dar una prueba... Les diste una prueba a la gente en Lourdes y en Fátima.

    Poco antes de terminar el éxtasis, la Virgen les dijo a las niñas que habría otra aparición esa tarde. Nuestra Señora no les había respondido a las videntes cuando le pidieron una prueba, aunque en casos semejantes, lo había hecho con palabras tales como "ya creerán".

    Esa tarde, como todas las tardes en San Sebastián de Garabandal, el rosario se rezó en la Iglesia de la aldea. Y después, aún en la Iglesia, las videntes cayeron en éxtasis. Al salir del templo se detuvieron y rezaron en distintos lugares, tal y como lo habían hacho antes en otras ocasiones. Cuando llegaron al sitio en que se esperaba que terminase la aparición, las videntes, inesperadamente, subieron por una ladera de mucha pendiente que conduce a un pequeño Pinar, de nueve pinos, en un cerro sobre la aldea.

Es precisamente en estos pinos donde tendrá lugar el gran milagro que se ha profetizado, que dejará una señal sobrenatural, permanente y visible, y donde se deberá construir una capilla en honor de San Miguel Arcángel.

    Era un martes, alrededor de las 10:00 de la noche y el Padre Luis se encontraba entre la muchedumbre que seguía a las videntes.

 

¡Milagro!

 

Tan pronto como las niñas llegaron al Pinar, Loli habló de la capilla que habría de construirse en honor de San Miguel Arcángel, Protector del Pueblo de Dios, es decir, la Iglesia Universal, la "Israel escatológica".

Se arrodillaron, cantaron un cántico en honor de San Miguel: San Miguel Arcángel, gran batallador... y besaron a la Virgen María.

    Durante el diálogo entre las niñas y Nuestra Señora, Conchita de nuevo volvió a pedirle una prueba, como había hecho antes esa misma tarde; decía a la Virgen:

-- como no dimos ninguna prueba la gente no cree.

Y mientras las niñas seguían en éxtasis sucedió que el Padre Luis, que había estado observando a las niñas con mucha atención, se sintió repentinamente invadido de una honda emoción y le oímos decir cuatro veces y con una voz muy alta:

-- ¡Milagro!.

El P. Luis tenía un aspecto tan grave, tan serio y tan emocionado que Pepe Díez, le dijo al Padre François Turner, que por un momento sus compungidas facciones tenían la apariencia de una "enorme lágrima".

    Hubo, además un aspecto singular de este éxtasis del Padre Luis, que relatan las videntes:

-- Podíamos verle. En nuestros éxtasis nunca veíamos a nadie, excepto a la Santísima Virgen. Pero vimos al Padre Luis, y la Santísima Virgen nos dijo que él también la veía a Ella y veía el Milagro.

Foto: Mari Loli, Conchita y Jacinta.

Conchita también mencionó este acontecimiento en una carta dirigida al Padre Ramón Andreu, el 27 de Noviembre de 1964:

-- "Y la Virgen nos dijo entonces que él la estaba viendo y que veía también el Milagro que Dios Nuestro Señor iba a hacer".

El sacerdote jesuita Padre Luis María Andréu fue el primer sacerdote que vio a la Virgen de Garabandal al mismo tiempo que la veían las niñas,  también vio el Milagro que viene.

La Virgen le dijo que pronto estaría con Ella en el Cielo y cuando bajó del pueblo dijo al párroco D. Valentín:

-- Hoy he recibido una prueba ciertísima; lo que las niñas dicen es verdad.

Durante el viaje de vuelta dijo:

-- Para mí ya no hay duda de que lo que dicen las niñas es verdad, qué gracia mas grande me ha dado la Virgen, qué Madre mas buena tenemos en el Cielo, hoy es el día mas feliz de mi vida.

Murió poco después de felicidad y sin dolor alguno. 

El Padre Ramón Andreu S.J., su hermano, no estuvo en Garabandal el 8 de Agosto; regresó el día 14 y después de una conversación con las videntes, anotó en su cuaderno:

El Padre Luis estaba con las cuatro niñas que se habían arrodillado en éxtasis. Gotas de sudor le caían por la frente. La Virgen le miraba, parecía decirle: "Muy pronto estarás conmigo".

Otro testimonio proviene de Avelina González, una de las vecinas del pueblo que vieron al Padre Luis descender del Pinar después del éxtasis nocturno del 8 de Agosto de 1961.

Dice la Sra. Avelina:

El Padre subió hasta los Pinos ese día. Cuando regresó del Pinar le oí decir: "¡Qué milagro me ha hecho la Virgen!". Sí, le oí decir eso.

En el éxtasis de la tarde, Nuestra Señora no respondió a las peticiones de una prueba que le hacían las videntes, pero respondió posteriormente, al anochecer, de esta manera tan extraordinaria, por mediación del Padre Luis.

 

El Santo Padre Pío.

 

Llega una carta del Padre Pío.

Santo Padre Pio de Pietrelcina   El 3 de marzo de 1962 las cuatro jóvenes videntes, Conchita, Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz recibieron una carta anónima en San Sebastián de Garabandal. Este hecho fue confirmado por el Dr. Celestino Ortiz, un incuestionable testigo, y sobre él hace un recuento el Padre Eusebio García de Pesquera en su libro Se fue con prisas a la Montaña; de aquí tomamos el siguiente texto:

    Félix López, un antiguo alumno del Seminario Mayor de Derio (Bilbao) quien es hoy día el profesor de escuela de Garabandal, estaba reunido con algunas personas en la cocina de Conchita. La niña recibió una carta que no entendió, así que le solicitó a Félix que se la tradujera. Estaba escrita en italiano y Félix, después de leerla dijo: «Por su estilo bien podría ser del Padre Pío». Conchita le preguntó si conocía la dirección del Padre Pío y al recibir una contestación afirmativa le pidió que le ayudara a escribirle una carta para dar respuesta a la suya y manifestarle su agradecimiento.

    Habiendo terminado la carta la dejaron sobre la mesa de la cocina, sin doblarla. Después de un rato, Conchita entró en éxtasis y rezó el Rosario. Al regresar a su estado normal Félix le preguntó: «¿Preguntaste a la Virgen sí la carta era del Padre Pío?» «Sí, y me dió una respuesta para enviarle.» La niña subió a su habitación, regresando poco más tarde con un papel escrito a mano. Delante de todos metió el papel en el sobre, que había ya sido dirigido al Padre Pío por el profesor, sellándolo luego.

    La carta que había llegado a Conchita, sin firma y sin dirección de retorno pero con estampilla italiana, decía lo siguiente:

Queridas Niñas:

A las nueve de esta mañana la Santa Virgen Maria me ha hablado de vosotras, queridas niñas, de vuestras visiones y me ha dicho:

“Benditas niñas de San Sebastián de Garabandal yo os prometo que estaré con vosotras hasta el fin de vuestra vida y vosotras estaréis conmigo hasta el fin del mundo y luego en el gozo del paraiso”.

Con la presente os remito una copia del Santo Rosario de Fátima que la Santísima Virgen me ha ordenado de enviaros. Este Rosario ha sido dictado por la Santísima Virgen y quiere que sea propagado para la salvación de los pecadores y para la preservación de la humanidad de los peores castigos con que el buen Dios está amenazando.

Una sola es la recomendación:  Rezad y haced rezar, porque el mundo está en el camino de la perdición. No creen en vosotras ni en vuestros coloquios con la blanca Señora pero creerán cuando sea demasiado tarde.

3 de Marzo de 1962.

Entrevista a Conchita, sobre esta carta.

P. Conchita, ¿recuerdas algo sobre esta carta?

Conchita: Recuerdo haber recibido en el correo una carta dirigida a mí y a las otras tres niñas, Jacinta, Loli y Mari Cruz. Me preguntaba qué contenía y, como no estaba firmada, la metí en el bolsillo hasta que ví a la Santísima Virgen ese día. Cuando se apareció le mostré la carta y le pregunté quién nos la había enviado. La Virgen dijo que era del Padre Pío. Como no sabía quien era el Padre Pío, no pregunté nada más. Después de la aparición conté a la gente sobre la carta; un seminarista que estaba presente me explicó acerca del Padre Pío y de dónde era él. Entonces le escribí una carta diciéndole que me gustaría verle cuando visitase mi país. El entonces me envió una pequeña carta diciendo: «¿Crees que puedo subir por la chimenea?» Yo sólo tenía 12 años en esa época y no sabía nada de los claustros.

La Visita de Conchita al Padre Pío.

    En febrero de 1967, Conchita llegó a Roma con su madre, un sacerdote español, el padre Luis Luna, el Profesor Enrico Medi y la Princesa Cecilia de Borbón-Parma. Había sido llamada allí por el Cardenal Ottaviani, prefecto del Santo Oficio, llamado hoy la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue durante esta visita que Conchita tuvo una audiencia privada con el Papa Pablo VI, durante la cual sólo cinco personas estuvieron presentes con el Pontífice. El Papa le dijo «Conchita, Yo te bendigo y conmigo te bendice toda la Iglesia» . Tenemos sobre esto el confiable testimonio del Profesor Medi, entonces presidente de la Asociación Europea de Energía Atómica y amigo del Papa, y quien era uno de los cinco presentes.

    Como Conchita tuvo que esperar un día antes de su reunión con el Cardenal Ottaviani, el Profesor Medi sugirió que ya que tenían algo de tiempo libre fueran a San Giovanni Rotondo a ver al Padre Pío.

    A continuación el testimonio de la propia Conchita acerca de la visita:

    Todos estuvimos de acuerdo, así que salimos para el Monasterio en el auto alquilado del Profesor Medi. Llegamos como a las nueve de la noche y nos dijeron que no podríamos ver al Padre Pío hasta la mañana siguiente en su Misa de cinco.

    Antes de Misa, el Padre Luna y el Profesor fueron a la sacristía. El Profesor me contó más tarde lo que ocurrió allí. Dijo que el Padre Luna había dicho al Padre Pío que la Princesa de España estaba allí para verle. El Padre Pío dijo entonces al Padre Luna: «No me siento bien y no podré verla hasta más tarde hoy». El Profesor Medi dijo entonces: «Hay otra persona que quiere verlo también. Conchita quiere hablar con usted.» Padre Pío dijo entonces: «¿Conchita de Garabandal? Vengan a las ocho de la mañana».

    Al llegar, fuimos conducidos a un pequeño cuarto, una celda, que tenía una cama, una silla y una pequeña mesita. Le pregunté al Padre Pío si este era su cuarto y si él dormía ahí, a lo cual respondió: «Oh, no. No pueden ver mi cuarto. Este es un cuarto rico». En ese momento no sabía la clase de hombre santo que era el Padre Pío, como ahora sí lo sé. Entonces yo era muy joven; tenía sólo 16 años.

    La entrevista continúa:

P. ¿Quién estaba en el cuarto contigo?

Conchita: Sólo mi madre, el Padre Luna y un sacerdote del Monasterio que hablaba español y estaba tomando muchas fotos. No recuerdo que la Princesa y el Profesor hubieran estado allí.

P. Puedes decirnos ¿qué se dijo durante tu visita al Padre Pío?

Conchita: Sólo recuerdo un poco. Sí recuerdo que el sacerdote que había estado tomando fotos pidió permiso para ello al Padre Pío, quien le respondió: «Has estado tomándolas desde que llegaste».

    Recuerdo que tenía el crucifijo besado por Nuestra Señora, y que dije al Padre Pío: «Esta es la Cruz besada por la Santísima Virgen. ¿Quisiera besarla?» Padre Pío tomó entonces el Cristo y lo colocó en la palma de su mano izquierda, sobre el estigma. Tomó entonces mi mano, que colocó sobre el crucifijo, cerrando los dedos de esa mano sobre mi mano; con su mano derecha bendijo mi mano y la cruz. Lo mismo hizo con mi madre cuando ella le dijo que por favor bendijera su rosario, también besado por la Virgen. Yo estuve de rodillas durante todo el tiempo que estuve ante él. Me tomó de la mano, con la cruz, mientras que me hablaba.

    El sacerdote que tomó las fotos de Conchita con el Padre Pío vive aún en San Giovanni Rotondo. Estuvo en los Estados Unidos hace varios años promoviendo la Causa de Beatificación del Padre Pío y visitando a Conchita en su casa. Estas fotos son importantes documentos que confirman la entrevista de Conchita con el Padre Pío.

Padre Pío y el Milagro.

    A el Padre Pío le fue concedido un privilegio que tan solo se dió antes al P. Luis Andreu. El P. Pio vió el gran Milagro antes de morir.

Años antes, en la noche del 8 de agosto de 1961, el P. Luis Andreu S.J. tuvo una visión del Milagro mientras observaba a las videntes en éxtasis en los pinos, cerca del pueblo de Garabandal. El Padre Andreu murió de felicidad y sin dolor alguno a la mañana siguiente durante su regreso a casa.

    Una de las profecías de Nuestra Señora en Garabandal en relación con el Milagro fue que el Santo Padre lo verá desde cualquier sitio donde esté, y que el Padre Pío lo vería también. Al morir el Padre Pío en 1968, Conchita quedó perpleja, preguntándose por qué la profecía aparentemente no se había cumplido. Un mes más tarde fue tranquilizada, recibiendo además un regalo precioso.

    En octubre 16 de 1968, Conchita recibió un telegrama de Lourdes, proveniente de una mujer de Roma a quien Conchita conocía. El telegrama pedía a Conchita ir a Lourdes a recibir una carta del Padre Pío dirigida a ella. El Padre Alfred Combe y Bernard L'Huillier de Francia estaban en ese momento en el pueblo y accedieron a llevar a Conchita y a su madre a Lourdes. Partieron esa misma noche. Con el afán, Conchita olvidó su pasaporte. Al llegar a la frontera fueron detenidos durante seis horas, y sólo gracias a un pasaporte especial, firmado por el Gobernador militar de Irun, pudieron pasar la frontera hacia Francia.

    En Lourdes se entrevistaron con los emisarios del Padre Pío de Italia, entre los cuales estaba el Padre Bernardino Cennamo, O.F.M.  El Padre Cennamo no era realmente de San Giovanni Rotondo, sino que pertenecía a otro monasterio. Era, sin embargo, bien conocido por el Padre Pío y por el Padre Pellegrino; éste último fue quien cuidó al Padre Pío durante sus últimos años y quien transcribió la nota para Conchita dictada por el Padre Pío.

    El Padre Cennamo dijo a Conchita que no había creído en las apariciones de Garabandal hasta que el Padre Pío le pidió darle el velo que cubriría su cara después de su muerte. El velo y la carta fueron entregados a Conchita, quien preguntó al Padre Cennamo: «¿Por qué la Virgen me dijo que el Padre Pío iba a ver el Milagro y él ha muerto?» El Padre le respondió: «El vió el Milagro antes de morir. Me lo dijo él mismo.»

    Al regresar a casa Conchita decidió escribir sobre ello a un amigo:

... Tenia el velo ante mis ojos mientras escribía cuando, de repente, toda la habitación se llenó con una fragancia. Había oído sobre las fragancias del Padre Pío, pero nunca les había dado mayor importancia. El cuarto entero olía con un perfume tan fuerte que comencé a llorar. Era la primera vez que experimentaba esto. Ocurrió después de su muerte.

 

Padre Pío y Joey Lomangino

 

    En 1947 Joey Lomangino perdió la vista y el olfato en un accidente que le cortó el nervio óptico y el olfativo. Luego de un prolongado y penoso período de recuperación, siguió su trabajo como hombre de negocios, pero con el tiempo muy cansado por el esfuerzo y el exceso de trabajo. Su médico le sugirió que tomara unas vacaciones en Europa, así que salió de su casa en Lindenhurst, Nueva York, con algunos familiares a visitar a su tío en el sur de Italia.

    Joey no era practicante en aquellos tiempos, y fue sólo para complacer a su tío que accedió a un largo viaje en auto, el cual concluyó en San Giovanni Rotondo donde vivía el Padre Pío. Joey no sabía nada del Padre Pío en aquel entonces, y ciertamente no esperaba tener un encuentro personal con él. Al terminar la Misa se encontró en un cuarto con otros hombres que esperaban recibir la bendición del Padre Pío cuando éste pasara por allí. Joey recuerda los hechos:

    Cuando el Padre Pío entró en la habitación todos nos arrodillamos para recibir la bendición. Entró por el costado izquierdo del cuarto y lo atravesó por el frente. Oí movimiento de rodillas, sin saber qué pasaba. De repente, el Padre Pío puso sus brazos sobre mí. Me besó en la frente y me dijo: «¡Joey, me alegro tanto de verte!» Fue mi tío quien me dijo que era el Padre Pío quien me abrazaba; yo no sabía qué decir, pues había sido casi el último en entrar, y nadie sabía que yo iba a ir, ni yo mismo.

    Joey quedó profundamente impresionado. No pudo regresar en 1962, pero lo hizo en 1963. En esta ocasión decidió ir a confesarse con el Padre Pío.

    Fuí a ver al Padre Pío al confesionario, arrodillándome en el reclinatorio. El Padre Pío estaba sentado frente a mí. Me tomó de la mano, cosa que me impactó por su contraste con el confesionario americano, con paneles entre el sacerdote y el penitente. Me dijo entonces: «Joey, confiésate». Para ser muy franco, encontré esto muy embarazoso pues no estaba llevando una vida correcta. Estaba confundido y no sabía qué decir. Entonces el Padre Pío me dijo en italiano: «Confiésate». Pero de nuevo no encontraba palabras qué decirle.

    Entonces, en perfecto inglés, me dijo: «Joey, ¿recuerdas cuando estuviste en un bar con una mujer de nombre Bárbara? ¿Recuerdas los pecados que cometiste?» Y, en perfecto inglés, me recordó los sitios donde había estado, las personas con las que había estado, y los pecados que había cometido. Sudando de angustia, tuve la gracia de reconocer que valía la pena soportar todo eso si ello significaba volver a ser feliz.

    Realmente creía que el Padre Pío podría ayudarme. Cuando llegó al fondo de todos mis pecados, después de lo que me pareció como un millar de años, me dijo en italiano: «¿Estás arrepentido?» Y yo contesté: «Si, lo estoy, Padre Pío».

    Al darme la absolución, los ojos comenzaron a rodarme en la cabeza. Me restregué los ojos con las manos, mientras la cabeza me daba vueltas y más vueltas. De repente, mi mente se aclaró total y completamente. Entonces puso su mano estigmatizada sobre mis labios y yo besé los estigmas. Me dio entonces un ligero golpe en la cara y me dijo en italiano: «Joey, un poco de paciencia y coraje y vas a estar bien».

    Tenía 33 años y me sentía de 16. Tenía el firme propósito de enmendar mi vida. Estaba arrepentido de todos los pecados que había cometido durante mi vida. Me sentía tan bien, tan limpio, que no quería siquiera involucrarme con nadie por miedo a perder la gracia recibida por sólo hablar con alguien.

    Pero había aún otra gracia más preparada para Joey mientras se arrodillaba con otros hombres para recibir la bendición del Padre Pío.

    Cuando sufrí el accidente en 1947, perdí no sólo la vista sino el sentido del olfato. Al arrodillarme para recibir la bendición, quedó atónito al percibir la fragancia de rosas que venía de la sangre en sus manos. Me eché hacia atrás contra la pared y levanté los brazos para protegerme, pues no sabía qué pasaba. El Padre Pío bajó mis brazos y me dijo en italiano: «Joey, no tengas miedo», y me tocó en el puente de la nariz, devolviéndome el sentido del olfato después de estar sin él desde el día del accidente, en junio de 1947, hacía 16 años.

    Joey estaba sobrecogido de paz y alegría y no quería abandonar San Giovanni Rotondo. Sin embargo, su compañero de viaje, Mario Corvais, le recordó su compromiso de pasar parte de sus vacaciones en un sitio llamado Garabandal.

    Cuando Mario me recordó que teníamos que irnos para Garabandal le dije: «Mario, ¿cómo sabemos que es verdad? Tal vez no es una aparición verdadera; tal vez es un truco del demonio para hacerme perder las gracias que acabo de recibir. Vamos a preguntarle al Padre Pio».

    Siempre fuimos objeto de una muy calurosa bienvenida por parte de los sacerdotes donde el Padre Pío. Fuimos donde ellos y les dije: «Me gustaría hablar con el Padre Pío, ¿está bien?» Y el sacerdote me contestó: «Ah, bueno, Joey». Así que hizo los arreglos necesarios y volvimos de nuevo más tarde para reunimos con él en el claustro.

    Al arrodillarme frente a él, dije «Padre Pío, ¿es cierto que la Virgen se está apareciendo a cuatro niñas en Garabandal?».. Y él dijo: «Sí.» Entonces le dije: «Padre Pío, ¿debo ir allá?» Y el respondió; «Sí. ¿Por qué no?» Y así es como pasó. Fue debido a que el Padre Pío me aseguró que la Virgen se estaba apareciendo aliá, y me permitió ir, que no tuve más miedo y fuí.

    Después de esa primera visita a Garabandal en 1963, Joey Lomangino hizo muchas más. Se hizo amigo de Conchita y de las demás videntes, y al regresar a los Estados Unidos comenzó a difundir la historia del Padre Pío y de las apariciones de Garabandal. En 1968 fundó la organización de los Trabajadores de Nuestra Señora del Monte Carmelo, The Workers of Our Lady of Mount Carmel, con quienes difunde por todo el mundo las Apariciones de la Santísma Virgen en San Sebastián de Garabandal.

 

A. M. D. G.

 


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