Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

 Capítulo 6

 

Testimonio de D. Juan Alvarez Seco.

I

Durante las Apariciones D. Juan Alvarez Seco fue brigada de la Guardia Civil, jefe de la sección de Puentenansa, demarcación a la que pertenece San Sebastián de Garabandal. 

Cuando estaba próximo a mi ascenso a Brigada, decía para mí: No quisiera ser destinado por la parte Norte, y se comprende que la Divina Providencia dispuso que fuera destinado a Santander, por lo que más tarde medité y reconocí que mi destino estaba en el Norte y especialmente en los límites de las provincias de Palencia, Asturias y Santander, en Rionansa.

El primero de Abril de 1961, me hice cargo de la Línea de la Guardia Civil de la referida demarcación, y cómo no, con muchas recomendaciones por parte de mis Jefes, como una cosa especial, y con tacto, puesto que mi antecesor había tenido que salir para otro destino por orden de la Superioridad y en beneficio del servicio. 

Llevaba sólo dos meses en mi destino, por lo que apenas había tenido tiempo suficiente para conocer la demarcación asignada.  Los sucesos que me propongo narrar dan principio el 18 de junio de 1961.  Algo maravilloso ocurre en mi demarcación, de lo que me doy cuenta el día 20 del mismo mes, en ocasión en que me encontraba en visita del Médico Dr. D. José Luis, sorprendido a su vez por las noticias que acababan de darle dos mujeres de San Sebastián de Garabandal, quienes manifestaban haberse aparecido el Arcángel San Miguel a cuatro niñas.

 Creo que en aquel momento no sé si al Sr.  Médico le pedí la receta que me iba a dar para mi oído, objeto de la consulta, porque me da la impresión de que ya no llegué a necesitarla, puesto que oí perfectamente las manifestaciones de aquellas señoras.  Trasladándome seguidamente al Cuartel, para ponerlo en conocimiento al cabo D. José Fernández Codesido, al que ordené que lo antes posible se trasladara a San Sebastián de Garabandal y se informara de las cuatro niñas en relación con el caso que nos ocupa.

 El mencionado cabo me informó a su regreso que, efectivamente, todas ellas han coincidido en la misma aparición del Angel.  Las protagonistas resultaron ser: Conchita González González de 12 años de edad y huérfana de padre.  María Dolores Mazón González de igual edad que la anterior e hija del Presidente de la Junta Vecinal de San Sebastián, Sr.  Ceferino. Jacinta González González, también de 12 años, tiene padres y hermanos. Y María Cruz González Barrido, la más pequeña del grupo, de 11 años.

Las cuatro supuestas videntes informaron, por separado al cabo Fernández que ellas se hallaban jugando a las «canicas» a la entrada de la Calleja llamada la «Ventura» junto a un pequeño huerto adjudicado al Sr.  Maestro de la Escuela, huerto en el que había un manzano lleno de fruta, lo que a las niñas llamó la atención, y como cosa de criaturas cogieron manzanas del árbol, como es natural, para comérselas, no dándole importancia alguna por ser cosa de niñas; pero en cuanto a las apariciones creí conveniente poner en antecedentes a mis superiores.  Pero siguiendo los consejos del cura-párroco, don Valentín Marichalar, retrasé esta información unos días, en espera de nuevos acontecimientos.

El día 21 de dicho mes de junio decidí ir a visitar al cura-párroco, al que encontré en el camino en el coche del Indiano, con el fin de dirigirse a Santander para entrevistarse con el Sr.  Obispo.  Lo que me obligó a regresar apresuradamente al cuartel y remitir por mediación de un guardia una nota informativa a mi Jefe Superior, informándole de todo lo ocurrido en Garabandal.

Al siguiente día 22, me dispuse de nuevo a subir a Garabandal con mi ordenanza para informarme personalmente sobre los hechos allí acaecidos.  Pequeña aldea montañesa, compuesta por unos 70 vecinos aproximadamente.  Resulta grande o inmensa por la innata cordialidad de sus moradores.  Enclavada en las estribaciones de los Picos de Europa y próxima a Peña Sagra, limita esta zona con las provincias de Asturias, Palencia y Santander.  Para llegar hasta Garabandal hay que subir un duro camino que arranca de Cosío.  Serpentea por la montaña durante siete kilómetros hasta alcanzar el pueblo.

Actualmente se sube facilmente por la carretera que se construyó después. El antiguo camino tenia algunos repechos dificiles para vehículos debido al barro y las piedras por lo que se subia frecuentemente a pie o en vehículos todo terreno.   

Durante mi acceso a la pequeña localidad pude apreciar un paisaje maravilloso, que me hizo recordar los «Belenes» que en época navideña se hacen en Cataluña.  Ya en el pueblo, observé cómo corrían por las calles el agua, las gallinas, los cochinillas... sin que faltaran ovejas, cabras y vacas con sus tintineantes esquilas y cencerros.

Las costumbres de sus habitantes son primordialmente religiosas.  Jamás olvidan, bajo pretexto alguno, el rezo del Angelus, tan pronto como el reloj señala las doce horas (mediodía).  Por la tarde rezan el santo rosario dirigido por el cura-párroco, y en su ausencia, por la Maestra o por la viuda Maximina.  Al entrar la noche, la mujer de Simón y madre de la vidente Jacinta sale por el pueblo con un farol y una campanilla, y recuerda a todos los moradores las últimas oraciones de la jornada.  Los domingos, después de haber oído la Santa Misa en la Iglesia humilde y antigua, se toman un poco de descanso.  Por la tarde, la juventud se reúne debajo de uno de los porches, y cantan y se divierten al son de una pandereta, destacando el respeto y honestidad en sus voces y movimientos.

 

  La Iglesia y el pueblo de  Garabandal en tiempos de las Apariciones. Se observa el curso de un riachuelo que recoge las aguas de las lluvias y que atraviesa la plaza y el pequeño puente que lo cruza en direccion al pórtico de la Iglesia. Este puentecillo, cuando era atravesado por varias niñas juntas en extasis, si alguna quedaba fuera de el,  caminaba sobre el "aire" sin caerse. 

Ya en el pueblo, como he dicho, acompañado de mi ordenanza, Celemín me presentó a una vecina llamada Valentina, mostrándose dicha señora muy amable, reflejando en su rostro una expresión de bondad y cariño, y tratándome como si me conociera ya de antemano, Y, sin hacerse rogar, me manifestó que la primera aparición había tenido lugar el domingo, día 18, después de que las niñas salieran de rezar el santo rosario y asistieran al Catecismo en la Iglesia; y que, una vez libres para sus juegos, decidieron ir a la Calleja de la Ventura, desprendiéndose de una de las que les acompañaban, o invitando a otra a que subiera con ellas para jugar a las canicas, cosa que hicieron como también coger unas manzanas del árbol del huerto del Sr.  Maestro, quien, viendo que el árbol se movía, encargó a su esposa se enterara de lo que ocurría, pues creyeron se trataba de las ovejas que estaban en el manzano.  Al oír, las cuatro se echaron a reír y nada pasó.  Una vez saciadas y con alguna fruta en los bolsillos, sienten los primeros remordimientos de conciencia, y la reacción de las niñas fue culpar al diablo por lo que habían hecho; y, en todo furor, cogieron todas ellas sendas piedras, arrojándolas hacia un rincón con todas sus fuerzas, donde creyeron que estaba el diablo riéndose de ellas.  Una vez tranquilas, se dispusieron a salir del mentado huerto para volver a sus juegos.  Fue entonces cuando Conchita vió aparecerse de pronto a una figura muy bella, pequeña, y con alas muy relucientes, y señalando hacia la aparición decía: -«Ahí... ahí... »  Las restantes niñas, al ver a Conchita en semejante posición trataron de correr para avisar a su familia, porque creían que le había dado un mareo, momento aquel en que las demás también se extasiaron viendo al Angel en esta posición, todas gritaron: «El Angel».  Unos niños que jugaban también en la calleja las apedrazaron, y fue cuando el Angel las llevó más arriba, en la Calleja, a unos 50 metros; y una vez allí, en posición de rodillas y mientras veían al Angel y le escuchaban, quiso pasar por entre ellas un vecino que venía de arriba de la montaña con un panal para la miel,- y al ver que no se separaban para dejarlo paso, se molestó por no dejarle pasar, ignorando de lo que se trataba.  Una vez pasó en dirección al pueblo, se extrañó de que las niñas continuaran en la posición que las había visto.  Cuenta el narrante que en toda la noche no pudo dormir, pensando que algo raro había visto; lo que explicó a su mujer, la que respondió que se trataba de cosas de niñas.

Durante esta primera aparición, el Angel encargó a las cuatro niñas que cada día fueran al mismo sitio a rezar el santo rosario y que él estaría con ellas.  Las niñas asustadas y llorosas fueron hacia la Iglesia para rezar y más tarde a manifestarlo a sus respectivas familias.  La reacción de los familiares, -temiendo que sus hijas les mintieran-, era contraria a que tuvieran que ir al siguiente día a la Calleja.  La única que se opuso fue la madre de Conchita; pero al insistir las demás niñas, quiso disimular para que fuera con ellas a la Calleja, prometiéndole que se fueran las tres y que Conchita iría después para unirse a ellas.  La señora Valentina decía que «vale más que vean al Angel que no otra cosa peor».

Varias mujeres las espían y, al ver que es cierto lo que ellas manifestaban, se produjo gran revuelo en el pueblo; lo anunciaron a todos, y convencidos y sin que persona alguna se burlara, acudieron a la Calleja para presenciarlo.

A partir de este día yo estaba contento y ordené se pusiera una pareja de vigilancia en Garabandal; la noticia corrió por todos los pueblos limítrofes, y a diario se desplazaban gentes a Garabandal, lo que motivó que se intensificara la vigilancia.

Después de la tercera o cuarta aparición del Angel, pasaron ocho o nueve días sin nuevas apariciones, por lo que la gente llegó a desconfiar.  Mas después de esos días volvió a aparecer el Angel y cada día se encontraban en Garabandal de 500 a 3.000 peregrinos para presenciarlo.  Recuerdo que las videntes decían que tenían tres llamadas.  A la primera, dicen, que experimentaban una sensación de alegría del pecho a la garganta, y lo mismo con la segunda.  Pero cuando ya tenían dos llamadas se les notaba, pues se ponían muy nerviosas y se colocaban un suéter, como si tuvieran que ir a la Iglesia.

Después de varias apariciones del Angel, llegó a San Sebastián de Garabandal un maestro para dar lecciones de las asignaturas suspendidas al hijo del Indiano Etaquio, y este maestro, por intercesión del cura párroco don Valentín, tenía que estar pendiente y acompañar a las videntes durante su aparición, para escuchar las charlas que sostenían con el Angel y tomar nota.

 La gente que subía para ver las apariciones, se decía si las hipnotizaban o las daban píldoras y otras cosas por el estilo.  Después de una aparición, me participa un compañero, Sargento de la Guardia Civil que, al terminar el éxtasis de Conchita, el maestro se la había llevado a casa del Indiano; y que va a resultar que cuanto dice la gente es verdad, y afirman que es el maestro que les da las píldoras.  Acto seguido me trasladé a casa de Etaquio (el Indiano) y, efectivamente, compruebo que el maestro está en una habitación con Conchita; le preguntó el objeto del caso y me responde que, por encargo de don Valentín, al terminar la aparición se informa por la vidente de lo que han conversado con el Angel y qué es lo que quiere, para después hacer como una especie de informe y darlo a don Valentín para su entrega al Sr.  Obispo.

No falta quien dice que Conchita se pone de acuerdo con las otras y marchan a la misma hora a la aparición, que es la que influye en las demás; dicen igualmente que es una enfermedad; es cuando a petición del padre de María Dolores reclaman la presencia del Médico don José Luis, titular de la comarca, y sube en compañía del Alcalde y del Presidente, y las recluyen en el bar de Ceferino; las introducen en el cuarto donde Ceferino guarda el pan, y las reconoce el Médico. Recuerdo que a medida que eran reconocidas, salían disparadas para ir después a la Calleja y estar en la visión del Angel.

El médico dice que las niñas están epilépticas y enfermas; que todo lo que pasaba es debido a la enfermedad que tienen.  Pero yo veo que las videntes están la mar de bien y que cada día están más guapas y más sanas; mientras que los padres y hermanos presentan un aspecto de cansancio, y sus rostros, como si entuvieran agotados físicamente, denotan falta de sueño y reposo.

Se ordena por el Cura párroco y otros que se las separe de dos en dos, para comprobar si todas ellas acuden a la misma hora a la aparición; y, efectivamente, cuando sucede la última aparición salen las cuatro de distinto lugar coincidiendo en el Cuadro a la misma hora.

Las cuatro niñas salen del éxtasis con la misma facilidad con que entraron.  Estaban más contentas y absolutamente normales; cuantos contemplan las escenas quedan impresionados, todos quieren tocarlas el pelo y las mujeres besarlas, gracias a la pareja que las custodia hasta que se disuelve la aglomeración.

El sábado, 24 de junio la gente que había de cuantos lugares tenían noticias los sucesos, deambulaba por el pueblo.

En el lugar de la aparición se levantó un cerco de madera para evitar que las videntes fueran maltratadas a pinchazos, y que fueran rodeadas sólo por los curas y quitaran la vista a los demás, y a fin de evitar también las avalanchas del público para no presionar a las videntes.  Al terminar la aparición se trasladaron a la sacristía de la iglesia para explicar a don Valentín lo que habían visto y también a otros observadores desconocidos.

Días 24 y 25 de junio: Mucha más gente que en días anteriores, varios sacerdotes y médicos.  Durante el éxtasis un médico quiso levantar a Conchita, y por el exceso de peso que, por lo visto, experimentaba cuando se hallaba en tal estado, se le cayó desde regular altura dando con las rodillas en el suelo, produciéndose un buen crujido.  Al terminar y examinar a las niñas se observaban claramente las marcas de la caída de Conchita, de pinchazos, golpes y arañazos que a manera de pruebas habían hecho algunos a las videntes, sin que ellas acusaran el menor dolor ni hubieran hecho la menor expresión cuando se las produjeron.  De nada se enteraban, ni del mundo exterior; y pasado el éxtasis tampoco les dolía; sólo les quedaba señal.

Día 1 de julio.  Sábado: Numerosísima concurrencia de todas clases mezclada con médicos.  Sobre las siete de la tarde se produce la aparición.  Duró unas dos horas.  Al terminar, las niñas dicen que fue muy corta, que duró solamente dos o tres minutos.  En aquella posición es humanamente imposible permanecer tan sólo unos pocos segundos y menos todavía, con expresión angelical.  Esta vez el Angel les dijo que, al día siguiente, verían a la Virgen.

Día 2 de julio.  Domingo: La Calleja se encontraba repleta de gente que rezaba el rosario.  Todos querían presenciar el éxtasis.  A mi lado se encontraba el segundo Jefe del Salto de Nansa, Sr. Rocha, que había subido al Dr. Morales y Dr. Piñal, ambos nombrados de la Comisión por el Sr.  Obispo Fernández, y recuerdo que me dijo el Sr.  Rocha: -«Esta tarde las videntes no subirán al Cuadro para ver la visión».  Le respondí que en las cosas divinas no tenía el menor poder médico alguno.  Me acerqué a la curva de la callejuela y comprobé que se encontraban a mitad de la misma.  Permanecí en espera a que subieran al Cuadro para impedir el doctor que se produjera la aparición, con la sorpresa del Sr. Rocha de que las videntes subieran al Cuadro, sin que fuera molestado por la potencia del Dr. Morales.  Y todas ya, de rodillas, iniciaron el primer misterio del Rosario, y acto seguido tuvieron la visión.  Llegó al lugar el Dr. Morales y dijo: «Esto ya está visto», o sea, que el doctor no había podido lograr evitar la aparición.

Las cuatro videntes lanzaron un grito a la vez, diciendo «LA VIRGEN».  En principio creyeron que fuera Ntra.  Sra. del Perpetuo Socorro, y después se oyó, que era Ntra.  Sra. del Carmen, porque tanto el Niño Jesús como la Virgen llevaban en sus manos el escapulario.  La Virgen estaba rodeada de seis ángeles, contados por la Conchita que se oía perfectamente. También decía Conchita «qué ojo» y después de la visión se pudo saber que era la Sma.  Trinidad, en forma de ojo.  A la derecha de la Virgen apareció como un cuadro de fuego, destacando del mismo la rigidez de las videntes con lágrimas en sus ojos y muy demacradas con cara de cera.  Siendo la que más lloraba Mari Cruz, a la que un médico cogió por la garganta para apartarla de la mirada al frente, y no pudo conseguirlo: pero sí oí un chasquido de torcedura muy grande; creí que la hubiera causado daño; sin embargo, nada le había sucedido.

Cuando las videntes llevaban un rato en la visión, su rostro era ya más tranquilo, su posición, frente a los pinos: a la derecha, María Dolores: le seguía Conchita y a continuación Jacinta.  A la izquierda y a mi lado estaba Mari Cruz; todas tenían en sus manos rosarios y cuentan a la Virgen lo que hacen en sus faenas de casa, lo que se oye perfectamente.  María Dolores enseña los dientes, pues se supo después que la Virgen había dicho que tenía unos dientes muy bonitos.  A continuación Conchita con la boca poco torcida y abierta muestra a la Virgen que tiene una muela picada.  También se comprende que las pregunta la Virgen cómo es el cura, y responden que don Valentín es muy feo, pero muy bueno.  El propio don Valentín pudo oír estas palabras y muchos de los estábamos junto a ellas.  Le decía a la Virgen que pedía por los Guardias Civiles que las protegen mucho de los curiosos y evitan de que les hagan daño.  También le piden a la Virgen que les deje la corona, y al final cede la Virgen y se ve cómo la recogen y se la pasan de una a la otra.  También Conchita pide a la Virgen que le deje una de las estrellas que lleva la corona para que se la ponga ella en la cabeza y los presentes lo vean, y puedan creer en las apariciones, mas la contestación de la Virgen es que ya lo creeremos.

Las videntes describen a la Virgen de esta manera: Vestido blanco, manto azul, corona de estrellas doradas, manos estiradas, con un escapulario marrón , pelo largo y castaño no oscuro y raya en medio; cara muy bonita.  Aparenta unos 17 años y es más bien alta, afirmando las cuatro que su voz es inconfundible y muy melodioso.

A partir de estos momentos he presenciado muchas apariciones y he sido testigo además de los éxtasis, de centenares de marchas extáticas, corriendo velozmente en este estado por las calles del pueblo, e incluso algunas veces lo hacían de espaldas.  Cuando corrían a encontrarse, unas extasiadas y las otras normales, a la que estaba en éxtasis no se le podía alcanzar, incluso algunos del pueblo trataban de correr sin poderlas alcanzar, incluso las videntes en estado normal no podían alcanzar las que estaban en éxtasis.

 Así mismo he sido testigo muchas veces de cómo en pleno éxtasis y una vez besados los objetos por la Virgen, los devolvían a sus propietarios sin equivocación alguna.  Algunos, después de haber besado sus medallas, se las entregaban a otras personas para que las dieran a las videntes a fin de que la Virgen las besara de nuevo; pero se oía decir que ya estaban besados y que por eso no los besaba por segunda vez.  Alguien entregaba anillos sellos y no eran besados; sólo besaba los anillos esponsales, y éstos eran entregados muchas veces a los propios dueños entre mucha gente, y sin equivocarse con otros que llevaban en las manos.

  He conocido a las videntes «muy feas», pero cuando están en éxtasis tienen una cara bonita y muy angelical; también las he visto caer y pegar con la cabeza en una piedra, sonar un fuerte golpe y dolerme a mí más que a ellas, porque nada les pasaba.

 Los fenómenos habidos han sido por espacio de tanto tiempo y con tal frecuencia (en el transcurso de una jornada se daban dos y tres éxtasis) que resulta casi imposible enumerarlos y relatarlos, y relatarlos todos.  Ello me obliga a recordar tan sólo algunos casos y cosas vividos por mí, aun cuando en mi mente recuerdo tanto y con tal exactitud, que no olvidaré mientras viva si Dios así lo quiere.

  Sobre el primer mensaje: Las videntes en el Cuadro, muy serias y pendientes de lo que la Virgen estaba encomendándoles.  A alguna se le caían lágrimas muy grandes.  Mientras que los presentes también recibíamos esta emoción.  Al terminar el éxtasis de las cuatro niñas y en un completo silencio anuncia el Padre don Valentín: «La Virgen ha dado a las videntes un mensaje, que no lo pueden decir al Sr.  Cura, ni a sus padres, ni al Sr.  Obispo.»

 

  Al siguiente día tienen que subir ellas solas a los pinos, por encargo de la Virgen y que no haya persona alguna, y para que esto sea vigilado proponen las videntes que les acompañen dos pequeñas, tan pequeñas que tendrían sólo tres años y que apenas se daban cuenta del caso.  Recuerdo que a mí me dijo María Dolores: «Brigada, usted y mi padre pueden estar cerca, pero a unos 100 metros a la derecha de los pinos, y también el cura con dos religiosas a la izquierda de los pinos, también a unos cien metros, y el resto de la gente, bien retirada».  Así lo hicimos y se pudo observar cuándo estaban en el momento del éxtasis, porque al llorar mucho las videntes, las pequeñas se asustaron y daban voces de llanto. Después se supo que el fin de estar las videntes solas es porque la Virgen tenía que hacerlo constar en el mensaje para el 18 de octubre de 1961.  Con cajones de fruta hicieron un pequeño altar, cogieron flores del campo y lo montaron al pie de los pinos muy bien preparado, muy bien preparado por ellas, que lo hicieron en toda la mañana.

  Un día la Virgen se apareció a las videntes en los pinos, lo que fue presenciado por un Guardia Civil de Reinosa y por un amigo suyo que habían subido para ver algún éxtasis, y manifestaron los testigos que Conchita decía a la Virgen «pero no te haces daño con esas cañas», porque se aparecía la Virgen en la parte alta y entre dos pinos.  Entre los mismos se hallaba la hija de Primitiva, llamada Elvira y otro del pueblo.

  A Conchita le cortan las coletas: En las primeras apariciones de la Virgen a las videntes, después de dar muchos rosarios y medallas a besar, Conchita muestra sus coletas a la Virgen, en ademán de ofrecérselas; y llega el momento en que los médicos, que sólo subieron un día, acuerdan con el Sr.  Obispo de llevarla a Santander; y da la casualidad que el día anterior, como yo no podía estar para ver las apariciones, ordené a los Guardias que observaran ese día, para que, a mi regreso de Santander, me expliquen lo sucedido.  El 27 de julio se llevan a Conchita a Santander para meterla en un convento; y que las niñas que encuentran pensionadas en el mismo la sacarían por la ciudad para distraería, con el objeto de que se la pasara la enfermedad que ellos creían tenía.  Yo regreso a PuenteNansa y llamo a la pareja para que me explique lo que había sucedido ese día de mi ausencia.  Y me informan que a la una horas (13 h.) a las tres videntes, Mari Cruz, Jacinta y María Dolores se les apareció el Angel San Miguel, y fueron las tres videntes las que dijeron al Angel que daba pena que este día, al aparecerse la Virgen en Garabandal, Conchita no la vería.  Y les dijo el Angel a las tres que Conchita vería a la Santísima Virgen en Santander, a la misma hora que ellas en Garabandal.

  El siguiente día sobre las ocho de la mañana recibo en Puente-Nansa una llamada telefónica del Brigada de la Guardia Civil encargado de la Comandancia, Crecencio, y me dice: «¿Qué fue lo que ocurrió en Garabandal en el día de ayer?»; «A las 13 horas le dije: el Angel se ha aparecido a Mari Cruz, Jacinta y María Dolores y les ha dicho que Conchita tendría la visión de la Santísima Virgen en Santander a la misma hora que ellas;» confirmando mi compañero Crecencio que, efectivamente, Conchita había tenido por la tarde en Santander la aparición de la Virgen junto a la verja del Convento.

  Un joven que yo había visto en Garabandal, a donde había subido para presenciar las apariciones y que conocía perfectamente a las cuatro videntes, me confirmó que al ver a Conchita en Santander, en unión de varias nenas, por encima del túnel que va de una de las calles a la Estación Férrea, caminando hacia el Convento, Conchita cayó en éxtasis en plena calle.

  Cuando la madre de Conchita regresó a Garabandal decía que su hija estaba enferma y que por esto tenía las visiones en Garabandal; que todo era mentira, que se lo habían anunciado no sé qué autoridades eclesiásticas.  Estando yo cerca de la fuente donada por Etaquio a Garabandal, dos vecinas del mismo pueblo decían a la madre de Mari Cruz que todo era falso; de no haberme encontrado en aquel lugar habría habido pelea por parte de la madre de Mari Cruz; mas nada pasó afortunadamente.

  Llegó Serafín de la corta de leña en Navarra preguntando a su madre por Conchita y ésta le contesta que está en Santander.  Serafín encarga a su madre que la hija regrese a casa.  Ya en Garabandal, Conchita, jugando por la tarde en su casa con una vecina, nieta de la señora Primitiva, oye la voz de la Virgen que Conchita reconoce y se le ocurre mirar debajo de su cama por si estuviera allí la Virgen porque no la veía.  La Virgen encargó a Conchita que al siguiente día fuera con sus amiguitas videntes a la visión.  Cuando las cuatro estuvieron juntas, Conchita les dijo que no salieran de Garabandal cuando las quisieran llevar.

  Lo que me contó Conchita cuando le cortaron las coletas: Dijo que la llevaron a una peluquería donde había dos dependientas y el ama, y una de las dependientas fue a cortarla el pelo y no podía, o es que estaba nerviosa: y, que al final, el ama a puro trance se lo cortó; y Conchita en vez de sentirlo, sonreía y decía: «Ahora estoy más guapa». Ella había cumplido lo que yo comprendía de que un día había prometido ofrecer las coletas a la Virgen; esto creo yo, puesto que ella, con la visión en Garabandal, no hacía más que ofrecérselas a la Virgen.

  Enterada la madre de María Dolores de que al regreso de Santander había dicho la madre de Conchita que las videntes estaban enfermas y que todo era mentira, dijo a su hija (sin que lo supiera su padre Ceferino) que cuando tuviera la llamada no fuera a la visión; y llegó la hora y María Dolores fue a la Calleja y estuvo poco rato el Angel en la visión un solo minuto y terminó el éxtasis y regresaba a casa llorando.  Al verla su padre le dijo: «Ya te ha dicho tu madre algo; ¿qué es lo que te ha pasado, que vienes llorando?» María Dolores contesta que había estado poco tiempo con el Angel porque su madre le había dicho que no era verdad lo de las apariciones.

  Sobre una piedra besada por la Virgen: María Dolores sale extasiada de su casa por la Calleja hacia los Pinos; y al salir de la calleja se queda de rodillas, le hacemos un corro, encontrándose a mi lado el Padre Ramón Andréu; vemos cómo María Dolores coge piedras y las da a besar a la Virgen y dice: «esta piedra es para una amiga suya o familia que se encuentra en Cádiz; coge otra y hace lo mismo y la ofrece para otra que también se encuentra fuera de Garabandal, y coge otra y no dice nada, dejándola en el suelo; pero la cogí yo y me la guardé en el bolsillo de la sahariana.  María Dolores continúa hablando con la Virgen y se comprende que la Virgen le pide la última piedra que ha besado y le pide a Loli que se la muestre.  Loli, mirando hacia arriba y tocando con la mano sobre el suelo, no encuentra la piedra; colocamos dos o tres a su lado, las toca y no hace caso de ellas; pero el P. Andréu dice: «Brigada, saque del bolsillo esa piedra que usted se ha guardado y póngala en el suelo».  Obedezco y acto seguido parece que la Virgen le dice que ya está en el suelo; Loli toca varias piedras y entre ellas la que yo le puse; la coge y se la muestra a la Virgen y ya queda tranquila; la deja nuevamente en el suelo de donde vuelvo a recogerla y guardarla.  Al terminar el éxtasis le pregunto si la piedra que yo me había quedado y la que ella buscaba la tenía ofrecida a alguien, respondiéndome negativamente, por lo que me quedé con la piedra.

 El día que una autoridad subió a Garabandal en unión de don Emilio Valle y sus hijas.  Aquel día las hijas de don Emiliano me dieron varias medallas para que yo las entregara a María Dolores y ésta se las diera a besar a la Virgen; así lo hice.  María Dolores tuvo la aparición en los Pinos.  Recuerdo un caso curioso y es que María Dolores se encontraba caída en el suelo, boca arriba, hablando con el Angel y decía: si tú no me ayudas yo no puedo levantarme, en este momento vi cómo Loli extendía el brazo y fue incorporándose poco a poco hasta la posición de sentada, al igual que si uno cualquiera le hubiera dado la mano y lentamente le hiciera incorporarse hasta dicha posición.

   Subí por la tarde a Garabandal y al llegar me salió al encuentro el Indiano Etaquio y me dice: «Brigada, si usted hubiera subido más pronto habría presenciado y escuchado la voz de la Virgen».  Y al pasar por casa de Jacinta, se encontraba ésta con María Dolores a la puerta.  Me llaman con una gran alegría y me dicen: que esta mañana el Dr. don Angel Domínguez Borreguero Director del Manicomio Provincial de Salamanca les había dejado el micro para que registraran la voz de la Virgen.  Entonces me fui al mentado Dr. Domínguez para que me informara, el cual me dijo que: «la cinta donde está grabada la palabra la Virgen no quiere hablar se la mostraría a usted pero estamos expuestos a que por una pequeña avería se borre».  El acompañante del Dr. Domínguez era don Gerardo Pleya, Catedrático de la Universidad de Salamanca; ambos se hallaban veraneando en Llanes (Asturias) y, al enterarse de las apariciones, acudieron a Garabandal.  Si ellos quieren, pueden dar testimonio.

Día 25 de julio de 1961, festividad de Santiago Apóstol. Este día tenía una pareja en la Calleja, y otra frente a la casa de Conchita.  Las cuatro videntes jugaban en el prado de una cerca y serían aproximadamente las siete y media de la tarde.  El cielo estaba completamente libre de nubes.  De pronto se formó una nube muy negra encima de Piedra Sagra, y al mismo tiempo se vio un rayo muy grande de arriba abajo.  Las videntes cayeron de rodillas con gran temor.  El trueno fue muy estrepitoso; las niñas con la vista extasiado hacia arriba.  Tuve que apaciguar los gritos de la madre de Mari Cruz, y todos permanecimos en silencio; y hay quien dijo muy serio, sin darlo importancia, que había visto sobre la luna una figura o dos como viste el Santo Padre.

Cuando el Exmo.  Dr. D. Doroteo Fernández y Fernández publicó la primera nota del Obispado recomendando que los curas se abstuvieran de subir a Garabandal, estos subían vestidos de paisano.  Recuerdo que, extasiada Conchita, le decía la Virgen: «Hay tres curas en el pueblo», y Conchita decía que sólo había uno; y se oyo decir a Conchita «hay tres» y run... run... llegó hasta dos paisanos que estaban observando; al final se acercaron para informarse bien, y los dos paisanos se identificaron como lo que eran, sacerdotes; sólo que vestían de paisano en vistas de la prohibición del Sr.  Obispo.  El caso es que ya no volvió a encontrárselos en el pueblo.  También se presentaron otro día dos Alféreces del Cuerpo de Aviación; yo les reconocí y nada quise decir, pero las videntes supieron por la Virgen que eran capellanes.

 El día 12 de octubre de 1961 recibí la Cruz a besar, separadamente por las cuatro, como una felicitación de la Virgen por ser el día de mi Patrona y acudir esa tarde a Garabandal.

 Día 17 de octubre de 1961: Subí con catorce parejas a mis órdenes, para mantener el orden la misma víspera del 18.  Extasiada Conchita se acercó a mí, y a mí sólo me dio a besar la Cruz, lo que para mí significaba una esperanza de que todo saldría bien, a pesar de la enorme cantidad de personal que subió al pueblo y a pesar de la lluvia torrencial que se sucedió durante todo el día.  No pasó la menor desgracia.  Calculé en Garabandal de unos doce mil a quince mil personas; y de ochocientos a mil automóviles y sin accidente alguno, lo que fue para mí una gran sorpresa.  Yo estaba junto a las videntes, cuando del pecho sacaron una carta escrita que don Valentín abrió y leyó.  Los presentes pedían que se leyera más fuerte, y pude oír claramente que las cuatro videntes le decían todas al mismo tiempo (lo de la carta) y sin equivocarse.  Luego la leyó un voluntario con voz fuerte.  Todos los que ese día subieron al pueblo, esperaban ver el sol en plena noche como en Fátima.  En realidad se hizo lectura de un grave mensaje, que hoy tiene una importancia considerable.  Es así que lo he comprendido.

Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia.
Visitar al Santísimo. Pero antes tenemos que ser muy
buenos. Si no lo hacemos nos vendrá un castigo.
Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos,
nos vendrá un castigo muy grande.

 


 

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