Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 7
Testimonio de D. Juan Alvarez Seco.
Durante las Apariciones D. Juan Alvarez Seco fue brigada de la Guardia Civil, jefe de la sección de Puentenansa, demarcación a la que pertenece San Sebastián de Garabandal.
II
Lo que ocurrió el día 18 de marzo. Subiendo este día para Cosío me encontré con mi amigo Fidelín, quien me invitó a subir a su coche y acompañar al P. Jesús Silva, fundador de la Ciudad de los Muchachos de Orense, al que acompañaba otro padre cura más joven y un muchacho enfermo del corazón. Los tres subieron a Garabandal y el primer contacto que tuvieron fue con la vidente María Dolores, en éxtasis sobre las 23,45 h. y cuando la visión pasaba al siguiente día, 19 de marzo de 1961, extasiado se acerca al mostrador del bar; toma un lápiz del cajón y sobre la pared de la cocina apoya la estampa y escribe lo que le dijo la Visión: «La Virgen felicita al P. José». Y resulta, según informó el mentado padre, que él no había dicho a nadie cómo se llamaba, y que para él había sido una emoción recibida como prueba maravillosa. Además en el momento su semblante era pálido por la prueba que acabada de recibir.
Más tarde nos trasladamos a casa de Conchita. El P. Silva la habla sobre una Hora Santa, y contestó Conchita que eso qué era, y fue cuando el P. Silva se lo explicó y se acordó hacer una Hora Santa en la Iglesia; pero nos faltaba la llave del templo y la del Sagrario para dar la Sagrada Comunión, y don Valentín dormía en casa de la señora Primitiva. El señor Matutano, de Reinosa, el Brigada y un servidor fuimos al cura. Para que nos conociera le hablé yo, le pedimos la llave de la Iglesia y nos dijo que no la daba, a pesar que daba la Hora Santa el P. Silva. Regresamos a casa de Conchita Matutano y yo, y Maximina dice podemos acercarnos a la Iglesia por si estuviera abierta. Una veintena fuimos con Conchita y María Dolores; recuerdo que estaban presentes los Marqueses de Santa María. Encontramos la puerta del templo abierta, pero nos faltaba la llave de la sacristía para conseguir la del sagrario. Mas el P. Silva encontró el sagrario abierto y la sacristía cerrada, por lo que pudo hacerse la Hora Santa por todos los presentes y, además, en cruz, y comulgando casi todos los asistentes.
Fue maravilloso; esto bien lo saben los Marqueses de Santa María y Matutano y otros que yo no puedo recordar. Agregando que nos dijo el P. Silva que lo de Garabandal todo era verdad.
Lo sucedido al Sr. Damián con una cruz: El Sr. Damián, de Barcelona, había dado una cadena con una medalla y una diminuta cruz de oro a Conchita para que cuando estuviera en éxtasis la diera a besar a la Virgen. Conchita tiene la visión y todos la seguimos, y en la puerta de la iglesia vemos cómo da a besar a la Virgen todos los objetos de Damián, y después le coloca la cadena al cuello, extasiado, y regresamos para casa de Conchita; el Sr. Damián notó que sólo tenía la medalla y que le faltaba la cruz de oro; y ya cuando Conchita se encontraba fuera del éxtasis y en estado natural, el Sr. Damián le dijo que le faltaba la cruz. Respondió Conchita: pues es verdad, que me dijo la Virgen que estaba caída a la puerta de la iglesia. Y, en mi presencia y la de varios, vimos cómo una cosa tan diminuta se podía encontrar, aun cuando a nosotros nos dijeran en la puerta de la iglesia está; sin embargo Conchita fue derecha al sitio y la recogió, no sólo en mi presencia sino en la de los que allí se encontraban.
Mis gafas y la señal de la Cruz: El Brigada que suscribe se hallaba junto a la cocina de Conchita, y varios curiosos, en espera de ver en aparición a Conchita; de pronto se queda extasiado; y entre todos se dirige al Brigada y con la Cruz va a persignarme; comienza diciendo: «Por la señal ... » en ese momento se para al tocarme en las gafas y me las pide; de momento no accedí, mas ella espera que se las diera a la mano. Entonces, a petición de los presentes se las di, pero con el temor de que me las rompiera; las coge, las cierra y me las devuelve. Me persigna como yo jamás lo hubiera hecho; nuevamente me pide las gafas, me las coloca en el rostro como yo tampoco me las he puesto. Mientras viva, creo que cada vez que me persigne, lo recordaré. La Virgen le dijo que me quitara las gafas para así persignarme mejor.
Uno de los recuerdos que más guardaré en la memoria mientras viva, es un santo rosario besado por la Virgen, y dos cuadros también besados que obran en poder de dos personas. Uno de los días que fui por Cabezón de la Sal a recibir impresiones y órdenes de mi Capitán, y después me trasladé a San Vicente de la Barquera a saludar a mi buen amigo y compañero Expósito, nos encontramos en un bar, y pude ver en la pared varios calendarios con figuras un tanto inmorales. En medio de aquellos calendarios había una estampa de la Virgen de Fátima; veía que aquello no guardaba relación; le pedí al dueño del bar me diera la estampa; pero no, no me la dio. Me dio una de San Miguel, y luego me hice con la de Fátima.
En Garabandal, mientras un día estaba María Dolores en éxtasis, di la estampa a su compañera Jacinta, que se hallaba en estado normal, para que se la entregara a María Dolores y la diera a besar a la Virgen. La chica cumplió mi encargo, y cuando María Dolores devolvió la estampa ya besada por la Virgen, Jacinta le preguntó: ¿Quién está en la estampa?
-No sé, respondió María Dolores.
-Pues pregúntaselo a la Señora, inquirió Jacinta. Así lo hizo María Dolores, y a los pocos segundos respondió:
-La Virgen dice que en las estampas está la Virgen de Fátima y el Angel San Miguel.
No puede imaginarse el lector lo emocionante que resultó para mí aquella escena. Hoy las estampas se encuentran en poder de mi amiga y bienhechora Julia de Costa, y de su cieguita, hija de un cabo de la Guardia Civil, quienes todos los días ruegan por la humanidad, que buena necesidad tiene de la protección de Dios.
Otro caso muy curioso: Una tarde llegó a Garabandal un matrimonio con un buen amigo, que ya había estado presenciando una aparición, y que había dado una medalla para que la besara la Virgen; pero éste volvió con la duda de que la medalla no estaba besada. Recuerdo cómo sucedió el caso: fue en el bar de Ceferino; el Pintor, (que es el amigo que vino con el matrimonio) entrega dos medallas suyas, una es como las corrientes de la Virgen, y la otra en forma ovalada en la que en una cara decía «Alicia» y en la otra una cruz; también entrega otra medalla; las tres se las da a María Dolores. «Esta, al cogerlas y ver que en una cara dice «Alicia» y en la otra hay una cruz, queda toda extrañada porque no encuentra cómo es la Virgen y no queda muy conforme, pero accede a darla a besar. Y cuando ya está en éxtasis, mostrando la medalla del Pintor a la Virgen, la dice: «Ay que ver qué fea te han puesto, tan bonita como tú eres». Y la otra medalla que se creía no estuviera besada, cuando oye por sus propios oídos que la Virgen dice a Mari Loli que estaba besada, cambia de rostro quedando muy pálido y todo emocionante. Y más fuerte para la mujer del pintor que -de haberse acostado como quería, pues era por la tarde- se hubiera perdido la dicha de la aparición que todos sentimos. Para ella significó una prueba que sabrá tener en cuenta.
Yo he visto a Conchita suspendía en el aire horizontalmente. Una de las apariciones que más me han impresionado, fue la que tuvo lugar en la cocina de la casa de Conchita, en la que también estaba mi buen amigo el Dr. Ortiz (quien también puede explicar innumerables apariciones), un Padre llamado don José Ramón Vázquez y un seminarista de Reinosa y otros varios. Conchita quedó extasiado; daba unas medallas a besar a la Virgen diciendo: «no llego». Y se deduce que la Virgen insistía en besarlas, y Conchita repetía: «no llego», «no puedo». Jacinta sin estar en éxtasis, también lo presenciaba. Conchita le decía a su amiga: «Salta tú, porque yo no puedo llegar». Entonces se intentó coger a Conchita y levantarla con toda fuerza, pero fue inútil. Ni siquiera se la pudo mover ni despegar los pies del suelo, dando la sensación de que pesaba miles de kilos. Sin embargo Jacinta se acercó a ella y con sus escasas fuerzas, sin ayuda de nadie, logró levantar a Conchita. Aquello me dejó perplejo. Pero aún hay algo más sorprendente que jamás olvidaré.»
Me encontraba junto a la puerta de entrada en la cocina, y a mi derecha el Dr. Ortiz, el P. de Llanes (Asturias) y otros más. Conchita había caído extasiado en el suelo, boca arriba; de pronto la vi cómo tenía todo el cuerpo horizontal completamente separado del suelo. Quise comprobarlo pasando la mano por entre el cuerpo de Cochita y el suelo, pero no pude porque todo fue cosa de segundos. Hago constar que para mí no ha lugar a dudas. Creo que tampoco lo olvidaré mientras viva.
En otro éxtasis, Conchita tiene encima de la mesa de la cocina cinco anillos de esponsales, de oro. Uno creo que era del Sr. Ortiz y otro de su esposa, los demás no recuerdo. Los coge, da a besar a la Virgen y los deja sobre la mesa; viene hacia mí, y creyendo que vendrá a darme a besar la cruz, como al igual que las demás videntes lo hacían siempre que se encontraba en Garabandal, me entrega uno de los cinco anillos diciéndome: «tome, para que se lo lleve a Barcelona». Dicho anillo pertenece a una hermana de Paquita Olivella, de Barcelona, la que según me ha manifestado lo vio relucir un día. En esta ocasión se hallaba presente el cura párroco que había sustituido al anterior don Valentín.
Este día decía Conchita a la Virgen: «Ha venido un Sr. Cura que viene a relevar a don Valentín». Después también quitó las gafas al Sr. Cura para persignarle. Para ser el primer día que subía a Garabandal, recibió buenas pruebas; y según me informaron, cuando de nuevo vino don Valentín y el otro regresó a su destino, creo que el Sr. Obispo le dijo: «Y le había mandado para desvirtuarlo -o cosa parecida- y resulta que viene más convencido de las apariciones que las propias niñas.»
El día de Ntra. Sra., Santo de Conchita, todas felicitaron a la Virgen, y más tarde se les veía jugar extasiadas a encontrarse; una de las veces, recuerdo, que Jacinta se aparece con un camisón o bata. Se comprende que la Virgen le dijo que iban muy cortas. Yo veía a Jacinta en la visión y al mismo tiempo se recogía un poco el camisón porque le arrastraba, y más o menos ya lo indicaba la Virgen cómo tenía que ser. Hoy es un escándalo con la mini-falda.
Lo que yo presencié un domingo: Me encontraba por la tarde cerca de la casa de Conchita, y oigo decir a su madre: «hija, ¿cómo llevas el abrigo nuevo? Si tienes la aparición de la Virgen, como está el tiempo y las calles lo vas a manchar.» Conchita se dirigía hacia la Iglesia, y a la altura de la casa de una señora sorda y junto a la casa de Loli, Conchita se quedó extasiada, y cayó al suelo apoyando la palma de la mano derecha donde llevaba el crucifijo, y se la veía sonreír; se incorpora derecha, pero con la vista fija en la visión; da media vuelta y se encarrila para su casa; y otros, como yo, detrás de ella; la vemos entrar en casa y dirigirse a la sala de aseo encontrando la palangana sin agua. Baja a la cocina; debajo de la mesa hay un botijo y comprueba que está vacío; sale con él a la calle; frente a su casa hay una fuente con dos caños. Sigo tras ella, baja los dos peldaños que hay, llena el botijo, regresa a casa, echa agua en la palangana, se lava y también lava el crucifijo que se había manchado; cambia el abrigo nuevo por otro más usado, haciendo caso de lo que su madre le había encargado. Vuelve a la Iglesia extasiado y allí reza una oración, y se queda extrañada al verse cómo se había cambiado el abrigo, y sonríe.
Cuando la gripe: Jacinta estuvo varios días en cama a consecuencia de la gripe, con bastante fiebre. Sus padres le habían advertido que mientras tuviera fiebre no se levantara de la cama. Pero Jacinta, mientras estuviera en cama no vería a la Virgen. Recuerdo que al enterarme de que estaba en cama fui a verla, y en un momento en que yo hablaba con sus padres, ella se escapó a la calle, y tan pronto salió a la puerta quedó extasiado, en sus labios se notaba una sonrisa y su semblante parecía angelical.
También por entonces María Dolores estuvo afectada de gripe; fui a verla; me contó que antes tenia mucho miedo a los guardias; le pregunté el por qué de tal miedo. Me refirió que Jacinta y ella quitaron un martillo, lo vendieron por una peseta y se compraron una pastilla de chocolate y se la comieron; después pensaban siempre que la Guardia Civil asomaba por el pueblo que iba a por ellas. Decían ellas: «Ya vienen por nosotras». También entraron en un huerto y arrancaron nabos; sorprendidas por el ama trataron de esconderse detrás de un carro y les decía el ama: «no os escondáis, que ya os he conocido; cuando venga la Guardia Civil os llevará.» Y ahora, como los Guardias las escoltan y las protegían ya no les tenían ese miedo. Yo les dije si todas aquellas cosas las habían confesado, y me contestaron que sí, que hacía mucho tiempo.
Un día María Dolores subió al primer piso donde tenía muchas veces las apariciones. Su padre Ceferino les tenía dicho que cuando bajaran al Bar o planta baja aflojaran la «bombilla», puesto que no funcionaba el interruptor; Loli en éxtasis agarró la bombilla y no la soltaba. Los presentes creíamos que mucho tiempo con la bombilla asida a la mano se quemaría. Su madre decía: «Por Dios, que se va a quemar la mano», y tratamos de que soltara la bombilla lo que no se podía lograr; o se rompía la bombilla y se haría daño. Entonces se llamó a Mari Cruz que no estaba en éxtasis, se acercó, y con gran facilidad hizo que soltara la bombilla y se bajo al bar.
He visto un día cómo Jacinta, cerca de la fuente que el Indiano había hecho en obsequio al pueblo, estando extasiado no hacía más que pedir a la Virgen la dejara el Niño Jesús; por lo visto, la Virgen le decía que «no, que lo vais a caer». Contestaba Jacinta a la visión que, «no, no lo caeré», y al parecer cede la Virgen en dejarle el Niño, y marcha extasiado por las calles de Garabandal con las dos palmas de la mano hacia arriba, bastante juntas, como si el Niño fuera muy pequeño. Recuerdo que lo paseaba con un cuidado como para no caerlo, como se lo había prometido a la Virgen. Al final del éxtasis dice Jacinta: «toma» y ¿ves cómo no lo he caído?» la demostración se ve al elevar Jacinta las manos en ademán de entregar el Niño a la Virgen.
Subiendo una tarde a Garabandal me salen al encuentro Jacinta y María Dolores y me explican que el P. de Llanes (Asturias) don Ramón, le entrega a Mari Loli una máquina de fotografiar y le dice que cuando esté extasiado haga una foto a la Virgen. Jacinta y Mari Loli me informaron que hicieron tres fotos a la Virgen y que la Virgen la iba guiando, y cuando María Dolores veía a la Virgen por un agujerito y bien, disparaba la primera foto; así ocurrió tres veces, o sea, tres fotos. El Padre de Llanes se llevó la máquina y la devolvió las tres fotos; allí no se veía a la Virgen, lo que significaba que la Virgen no salía en la foto. Al cabo de seis meses de ocurrir esto, el padre de Mari Loli le dice un día a su hija: «Loli, cuando estés con la Virgen le dices que te guíe con un lápiz y papel, para que la dibujes y sepamos cómo aparece». Al terminar el éxtasis Ceferino le dice a su hija qué es lo que la Virgen le ha dicho; y contesta Loli: «Me ha dicho que ya me lo dirá». Y un día queda extasiado Loli y hablando con la visión se le oye decir «a que estás en una de las fotos que te hice»; y se dirige a una caja de cartón de los zapatos, donde guardaba varias estampas y fotos; de las que coge tres, viene y se las muestra a la Virgen, y una de ellas la aparta, y después, cuando ha terminado se le pregunta «qué era lo de la foto que has apartado»; «es que dice que está en esta foto como es y como viste». Dicha postal, al parecer, unos la ven y otros no ven nada.
A las tres de la madrugada la propia hija del Indiano la llevó a su casa, y pude ver cómo aparecía la Virgen en la foto. Regresaba yo este día de revisar un puesto en Tudanca, y al llegar a Cossío me encuentro a la madre de Jacinta que se dirigía a Puente-Nansa y me dice: «Brigada, no sabe que la Virgen apareció en una de las fotos que un día le sacó Loli». Yo, sin pereza sin llegar a Puente-Nansa, me dirijo a Garabandal, y le pregunto a Ceferino si era cierto lo que me había dicho la madre de Jacinta; me entrega una postal y me dice: «Ahí la tiene usted» le doy algunas vueltas a la foto y... con mis propios ojos he podido ver la silueta de la Virgen en la foto. He visto que tenía unos ojos grandes como los de Ntra. Sra. La Inmaculada; la nariz, pequeña y perfecta; los labios muy pequeños y gruesos con el cabello echado hacia atrás y muy largo. Esta foto la guardaba Ceferino; no he vuelto a saber de ella.
Yo he rezado el santo Rosario con las videntes y con la Virgen, al igual que otras personas que también seguían a Conchita; en uno de los misterios se dirigía al Cementerio, por un camino lleno de agua y cieno como unos treinta centímetros. ¡Qué rosario más bien rezado por las videntes, y con cuánta devoción lo hacíamos los que las acompañábamos! Pero lo bueno queda aquí; al llegar al Cementerio Conchita introduce la mano con el Crucifijo por entre las rejas, y lo da a besar al parecer, a los muertos, señalando unos más alto que otros, y como. si estuvieran colocados en varios coros de los peregrinos en San Sebastián. Cuando, al parecer, había terminado y después de andar unos cincuenta metros hacia el pueblo se vuelve Conchita al Cementerio, introduce la mano por entre las rejas como si al principio alguno no quisiera besar el crucifijo, o como si algún otro (difunto) se hubiera retrasado en besarlo.
Sobre la sorpresa que se llevo el indiano Etaquio. La historia fue como sigue: El Indiano tenía a su madre viejecita en Garabandal y vino a verla por una temporada, procedente de Méjico, en donde quedó al frente de su negocio su esposa e hija. Cuando ésta terminó el curso y se examinó, vinieron a reunirse con su esposo y padre. La mujer del indiano, al saber lo que ocurría en el pueblo de su marido, se le ocurrió traer una medalla que Etaquio se había dejado en Méjico. Un día, su mujer, sin decirle nada, entrega cuatro cadenas con sus respectivas medallas a Loli y le dice «cuando estés con la Virgen le das estas medallas y se las pones, a cada uno la suya». Loli queda extasiado arriba del Bar, yo subo y veo la escena; da a besar las medallas; coge una y se la coloca a la mujer del indiano; y ésta, al ver que, efectivamente es la suya se echó a llorar y vive una emoción muy grande. Loli coge otra, se la pone a la hija del indiano; coge otra y se la da a la mujer del indiano, esta medalla es la de su hijo que no está presente.
III
Y le queda la otra con la que se dispone a bajar por la escalera de madera, y extasiado y entre mucha gente que se encuentra en el bar, y entre todos, el indiano que está tomando unos vasitos, se dirige a él, y va a colocarle la medalla al cuello; el indiano no se echa para atrás y dice «pero esta chica se habrá equivocado por que yo no le he dado ninguna medalla». Mas la sorpresa fue grande cuando el indiano se mira la medalla y dice: «Por Dios, si esta medalla es la que yo me he dejado en Méjico». Y es que la mujer de éste quiso hacer esta prueba que para cuantos la hemos visto, es una de tantas y tantas maravillas que en Garabandal se han sucedido.
También quiero hacer constar que la mentada escalera la ha bajado varias veces Loli con la cabeza y pies horizontal, lentamente y extasiado. También un día que extasiado salió para el pueblo dando a besar la cruz a los enfermos e impedidos, al salir de uno de ellos, yo estaba a la puerta, y también me quitó las gafas para persignarme la mar de bien. Otro día me dijeron que en víspera de casarse una prima suya con otro del pueblo, avecindados en Cádiz, fue a pasar la cruz por toda la ropa de novios. A esta boda tenía que ir yo, mas por falta de tiempo no pude asistir; pero al siguiente día fui para felicitarles; tuve que pasar por un arroyo de agua hasta la cintura en compañía de otro chico de Cossío, claro está asido a una vara grande.
Otro indiano, sobrino de un tal Joseíto de Cossío, había dado varias medallas a besar por mediación de Loli, y recuerdo que entre tantas, cogió una, y delante de todos, dijo Loli extasiado: «Esta medalla está besada por el Papa Pío X o Pío Xl» (no recuerdo bien). El caso es que el indiano confirma que lo que dice Loli es verdad.
Una tarde el Padre Belga llega a Garabandal, y, estando en casa de Conchita, nos dice que en cierta ocasión se equivocó en afirmar ciertas apariciones, y que había pedido a la Virgen le ayudara a comprender y saber la veracidad de otras, y que por este motivo le trajo este día a Garabandal; y dijo que si él viera que es de orden sobrenatural marcharía a Garabandal y con él vendrían otros más. El caso es que Conchita queda extasiado y se dirige al Belga; creo que le desabrochó el cuello de la camisa, le saca una medalla y la da a besar a la Virgen. El Belga, a partir de entonces, desaparece; y a los dos o tres días aparece nuevamente en San Sebastián de Garabandal.
La primera vez que subió a Garabandal Mercedes Salisachs. No recuerdo el día exacto, pero sí lo que ocurrió. Yo llegué a Garabandal por la tarde y me presenté en el bar de Ceferino el que salió a mi encuentro diciendo: «Ahí está el Brigada que ha presenciado muchas apariciones», y me presentó a Mercedes, diciéndome «esta señora es de Barcelona y quiere que se le explique algo de las apariciones». Tratándose de tal señora, respetuosamente la saludo y ella me preguntó si yo conocía todo lo de las apariciones; le contesté afirmativamente. Ella lo registró en cinta y lo mismo hizo con un pastor de vacas del pueblo, el cual le dijo: «Yo no sé que es lo que me pasa desde que he presenciado alguna aparición; antes blasfemaba mucho y ahora ya no lo hago». También registró otra pregunta que hizo a un Padre; le dijo: «Usted Padre... lo cree» y este padre -sólo lo sabe Mercedes y yo- contesto que sí lo creía. Luego acompañó a Mercedes a casa de Conchita, y después de algunas preguntas de Mercedes a Conchita, ésta, sin tardar muchos minutos, quedó extasiado. Yo tenía interés en que Mercedes, que venía de Barcelona, con muchas ganas de presenciar una aparición, encontrara facilidades; le ayudé a seguirla por la calle, y después de dar algunas vueltas extasiado por el pueblo, al regresar a casa de Conchita y junto a un poste de tendido eléctrico, se paró Conchita con la vista al cielo y a la visión, y yo le oí decir, también lo oyó Mercedes, que decía Conchita: «Ah, que el hijo de Mercedes está en el cielo». Mercedes hubiera caído al suelo como un árbol que cae cuando se le da el último corte, a no ser por nuestra intervención. Esta escena la tengo grabada en el alma, y será imborrable, como otras tantas y tantas vividas cerca de las videntes. Esto creo que podrá decirlo Mercedes, y cuantos se encontraban allí en tales momentos.
También he presenciado cómo Conchita recibía una carta del P. Pío, de Roma (d.e.p.) que le pido que desde el cielo me bendiga, me gobierne, y que yo sea más bueno, y rezarle mucho. Pues se decía antes de quedar extasiado que la indicada carta se la mostrara a la Virgen, para preguntarle si, efectivamente, era del P. Pío; después Conchita dijo que sí, que era del P. Pío.
Otro día mi amigo y compañero Brigada Crecencio (de la Guardia Civil de Santander) sobrino de don Valentín, me dio una medalla para cuando subiera a Garabandal y la entregara a una de las videntes; no recuerdo a quién se la di, aunque pienso que fue a Loli; y una vez ya estaba besada por la Virgen, fui a Santander y la di a su dueño. Y cuando ya había pasado un tiempo, un sobrino de don Valentín y primo del Brigada por parte de su mujer, tuvo que ingresar en la Casa de Salud de Valdecilla, con el vientre inflamado; según me contaron, sólo un milagro podía salvarlo. Al enfermo le pusieron dicha medalla, y empezó a orinar como un veneno. Se había salvado milagrosamente.
Como datos importantes. Hago constar que durante el año 1961 los médicos nombrados por la. Comisión del Obispado, sólo les he visto por Garabandal tres días. Uno fue cuando me dijo el Sr. Rocha de la Nansa que este día no subirían al Cuadro las videntes, porque las iba a hipnotizar o hinoptizar y las pararía en la Calleja, lo que resultó un gran fracaso para el Dr. Morales.
La otra fue el 18 de octubre de 1961, cuando se dio el primer mensaje, que se encontraron custodiados por la fuerza, para que no se les molestara, al parecer por su conducta, el mal acierto de su actuación.
Y la tercera, creo que estuvieron por la noche en Garabandal, cuando todo el vecindario dormía, y trataron de llevarse a las videntes para Santander, sin permiso de los padres y del pueblo.
Guardo en mi poder un verso escrito de puño y letra de Conchita que fue cantando por el pueblo y las cuatro videntes el 25 de marzo de 1962, fiesta de la «La Anunciación del Arcángel y Encarnación del Hijo de Dios».
Hoy día de la Virgen, día de la Encarnación, nos te felicitamos, con todo el corazón.
Virgencita, Virgencita, cuanto gusto nos has dado, con tu risa tan bonita, y tus ojos tan fijaos.
Hombres, mujeres y niñas, ya sabéis nuestro mensaje, la Virgen quiere se cumpla, para bien de los hogares.
Aquí vienen tus hijitas, acompañándote a ti, para que les hagas un sitio, para estar cerca de ti.
Seguir cristianos a la Virgen, con humildad y fervor, para que nos guarde un sitio, en la celestial mansión.
También hago constar que he visto cómo potentes focos han sido colocados ante los ojos de las videntes, sin que estas sufrieran el menor daño. Se las ha pinchado (lo he visto), y si se han dado cuenta es porque la Virgen se lo decía; se les han hecho preguntas mofosas, de mal gusto. Estando yo junto a Mari Cruz, le oí decir todo enfadada, dirigiéndose a la Virgen «Hoy ha venido un Sr. Cura que no hace más que preguntar ¡Y qué preguntón es!»
Dos curas de la parte de Bilbao se mofaban de Conchita, mientras daba a besar el Crucifijo a los peregrinos; a ellos no se lo dio; arrepentidos, se fueron a casa de Jacinta a pedirle que rezara con ellos un rosario en reparación; y después, extasiado Mari Cruz, les dio el Crucifijo a besar; estos sacerdotes quedaron tranquilos y dieron las gracias.
Desde las primeras apariciones, viví en Garabandal todos los sucesos derivados de las mismas, de las apariciones de las cuatro videntes: Conchita, Mari Cruz, Jacinta y Mari Loli. Hoy cuando han transcurrido siete y más años, continúo recordándolo día por día. Este destino de Jefe de Línea de la Guardia Civil me dio la ocasión de lavar un poco mi alma que tanto lo necesitaba.
Son tantas las maravillas y lo religioso con que se desarrollaban las apariciones, que las recuerdo bastante, y por todo ello, hice cursillos de Cristiandad, y soy miembro de la Adoración Nocturna, porque cada día me creo haber hecho poco. No creo que el Diablo me arrebate la paz que hoy tengo y que antes me faltaba; vivo mucho más tranquilo, porque tengo presentes los dos mensajes dados por la Virgen al mundo. Y todos tenemos que pensar en lo que dicen.
Por todo lo narrado quiero manifestar a todos los cristianos de buena fe que lo más importante de todo ello es que tengan muy en cuenta de cumplir el mensaje del 18 de junio de 1965.
El demonio está desatado, pero estamos en la era de María. Su Corazón Inmaculado triunfará, y nosotros con Ella, si estamos en ese Corazón.
Barcelona, 7 de marzo de 1969.
Firma del que fue Brigada Jefe de la Sección de la Guardia Civil en Garabandal.
Juan Álvarez Seco.