Las Apariciones de la Santísima Virgen María en San Sebastián de Garabandal
Capítulo 177
Madre de Dios y Madre nuestra (6).
Historias bellísimas de las Apariciones.
Loli levanta a Jacinta, sin sentir peso alguno, para que Jacinta de el beso de despedida a la Virgen. Están contentísimas de besar a la Santísima Virgen como madre Nuestra que es.
Madre de Dios y Madre nuestra (6).
Los sucesos relatados aquí son vivencias inolvidables de testigos de las Apariciones. En ellos se ve el amor inmenso de la Santísima Virgen, como Madre nuestra que es.
Uno de los sucesos frecuentes fue el Beso de la Santísima Virgen a los anillos de matrimonio. La Virgen los llamaba alianzas porque son el símbolo del Sacramento del Matrimonio. Las alianzas están bendecidas y por eso la Virgen las besaba porque el matrimonio es un camino de santidad.
La primera alianza besada por la Santísima Virgen.
La primera alianza que se dio a besar a la Virgen fue la de Maximina, tía y madrina de Conchita. Fue en casa de Conchita. Jacinta había venido a casa de Conchita en éxtasis. Maximina estaba hablando con Conchita y le dijo:
-- Oye Conchita, los anillos, como están bendecidos, igual la Virgen los besa. Me vino a mí este pensamiento. Dásele a Jacinta para que se lo presente a la Virgen a ver si lo besa.
Le dice Conchita a Jacinta:
-- Jacinta, toma este anillo. Preséntale a la Virgen a ver si lo besa.
Jacinta no sabía de quién era el anillo. Dice Jacinta a la Virgen:
-- Toma este anillo, bésale... ¡Ah, ¿que esta alianza es de Maximina?, pues toma bésala!
La Santísima Virgen besó la alianza y después Jacinta fue donde Maximina, le coge la mano y le pone la alianza en el dedo. Fue la primera vez que las niñas llamaron alianza a los anillos de matrimonio y la primera vez que buscaron a su dueña para ponérselo en el dedo. Después se dieron a besar a la Virgen muchas alianzas, incluso ese mismo día se dieron varias.
La Virgen besa la alianza de Rosario Santa María en su dedo.
Rosario estaba entre un grupo de gente y mientras la Santísima Virgen estaba besando los anillos de matrimonio ella decía:
-- Virgencita, a mi me gustaría que tú me besases el anillo pero es que yo nunca me lo he quitado desde que me casé. ¡Ay Dios mío!, me lo quito ... no me lo quito ... me lo quito... y ¿si lo pierdo?. Es que no me lo he quitado ni para dormir.
Estaba en esta duda de si me lo quito o no me lo quito ... ya que nunca se lo había quitado antes desde que su esposo Eduardo Santa María se lo puso cuando se casaron.
En esto la niña avanza por entre el grupo de gente, coge la mano de Rosario y la levanta hacia lo alto y allí mismo la Santísima Virgen bajó a su altura para besar su alianza. De este modo, sin sacar el anillo del dedo, la Virgen lo besó en la misma mano de Rosario.
Al terminar el éxtasis la niña le dijo:
-- Rosario, la Virgen sabe que tu querías que te besase el anillo pero también sabe que tu jamás te quitaste el anillo del dedo por eso Ella ha venido aquí a besártelo.
Rosario lloraba de emoción mientras decía:
-- ¡Gracias Madre mía!, ¡gracias Madre mía!, ¡qué delicadeza tan grande la de la Virgen!.
Rosario vio así colmado su gran deseo de que la Santísima Virgen besase su alianza matrimonial. La Virgen ya había besado otras muchas alianzas y las devolvió a sus dueños poniendo estas alianzas en el dedo correspondiente sin equivocarse nunca ni de dedo ni de persona.
Mercedes González se sintió emocionadísima por lo que le sucedió con la alianza de su marido.
Dice Mercedes:
María Dolores tuvo un éxtasis y mucha gente la seguía.
Se me ocurrió ir a casa a buscar el anillo de boda de mi marido que lo tengo en una cajina y me dije:-- Se lo voy a entregar a María Dolores, pero con el deseo de que la niña se lo entregue a mi marido, a él mismo; a mí no, a él.
Mi marido no sabía nada, ni idea de que yo iba a hacer esto.
Pues así lo hice, fui a casa, cogí el anillo, y se lo di, no a la niña sino que se lo di a una vecina del pueblo de Cosío y le dije:
-- Entrega este anillo a María Dolores para que la Virgen lo bese, que ya sabe la Virgen lo que yo quiero.
La niña fue donde la Iglesia a donde iban con frecuencia. En esto la niña viene a mi casa con el anillo de mi marido en la mano. Entra en la cocina y yo estaba muy nerviosa por la emoción y me decía:
-- Si me lo da a mí no vale, tiene que ser a mi marido.
Pero resulta que mi marido estaba en un rincón y para ir donde él se tenían que levantar todos los que estaban sentados en los bancos que estaban delante de él, porque precisamente fue que mi marido, sin saber nada de esto, se puso en la misma esquina.
Mari Loli entonces sonrió y va para allá y yo emocionadísima porque estaba haciendo lo que yo había pensado. La Virgen le decía y la niña sonreía.
Pasa por entre todos, que se fueron levantado para dejarla pasar, y se planta delante de mi marido. Le coge la mano y le pone el anillo en el dedo y dice mi marido:
-- Aquí sí que te equivocaste porque yo tengo un anillo pero no le pongo.
Queriendo decir que no era de él, porque no se lo ponía y porque no sabía lo que yo había hecho. Yo estaba tan emocionadísima que casi me daba mal. Entonces la gente decía ¿de quién será?. Yo entonces dije a la niña:
-- Déjale, déjale el anillo puesto a mi marido que sí que es verdad que es de él.
Él no sabía ni palabra y nunca se nos olvida este suceso en el que la Virgen me escuchó todo tal cual lo pensé y tuvo la delicadeza de venir a poner la alianza a mi marido. Además, la niña no sabía absolutamente nada, ni tampoco la gente porque el anillo se lo entregué a una vecina de Cosío para que a su vez se lo diese a María Dolores.
Impresiona la delicadeza de Nuestra Madre del Cielo con estas muestras de su inmenso Amor, hasta en las más pequeñas cosas, escuchando los mas ocultos pensamientos que la decimos.
¡Ah!, ¿entonces tengo que decirles que arreglen sus vidas y que sean buenos?.
Querían que la Santísima Virgen besase anillos falsos de matrimonio. La Virgen, como Madre, les pide que rectifiquen sus vidas.
Dos parejas se acercaron a Conchita y la entregaron cuatro anillos para que al caer en éxtasis se los alcanzara a la Virgen para que los besara; pero lo sorprendente fue que la Virgen no los besó y oyeron que la vidente decía:
-- ¿Que no los besas?... ¡Ah!, ¿entonces tengo que decirles que arreglen sus vidas y que sean buenos?.
Cuando terminó el éxtasis la niña se acercó al que le había entregado los cuatro anillos y le transmitió lo que la Virgen la había dicho; el que recibió los anillos se puso muy colorado y dijo:
-- Es que veníamos dispuestos a "echar abajo" esto de Garabandal si las niñas nos ponían el anillo a cada uno, ya que ninguno de los cuatro estamos casados y sólo compramos los anillos para esto.
La Santísima Virgen disipa mis dudas.
Dice D. Plácido Ruiloba:
Estaba un día muy preocupado y me dirigí al pueblo al cual llegué anochecido. Las niñas se encontraban entonces en éxtasis.
Me retiré a un rincón, acosado por mis dudas, y me dije:
-- Señora para que yo crea que todo esto viene de Ti, haz que permaneciendo en este rincón tan apartado, sin que las niñas lo sepan, una de ellas venga a darme a besar el crucifijo.
Desde donde me encontraba, podía ver una parte de lo que ocurría a mi alrededor sin ser visto. Las niñas salieron del éxtasis sin que nadie hubiera notado mi presencia.
Conchita entró en su casa, donde habitualmente salía entonces de su éxtasis. Experimenté una gran decepción y me dije que mi plegaria a la Virgen no había sido atendida. Así que mis dudas tenían fundamento.
Mientras reflexionaba, vi a varias personas salir rápidamente de casa de Conchita seguidas inmediatamente por la niña. Esta se dirigió hacia mi, que permanecía en aquel rincón que se hallaba a un nivel inferior, junto a la fuente.
La fuente junto a la casa de Conchita.
Esta fuente es muy bien conocida por los visitantes. Es un buen lugar para ocultarse, sobre todo por la noche, a causa de la sombra que hay allí.
Conchita me dio el crucifijo a besar tres veces, lo que produjo en mi una gran tranquilidad y disipó las dudas que tenía en aquel momento.
El Crucifijo salió del barro y se elevó hasta la mano de la niña.
Lo cuenta Don Plácido:
El pueblo, que no tenía ninguna clase de empedrado, se había convertido aquella tarde en un cenagal como ocurría regularmente después de una buena lluvia.
Mari Loli, Jacinta y Conchita estaban en éxtasis. Como otras veces, iban andando con los ojos fijos en el cielo. Cada una de ellas apretaba fuertemente un crucifijo. Conchita iba en medio. De su mano se desprendió el Crucifijo. Sin embargo continuaron su camino unos veinticinco o treinta metros y se oyó decir a Conchita:
-- ¡Ah!, ¿tengo que recogerlo? Dime entonces donde está.
Conchita, en éxtasis, con el Crucifijo
seguida de su madre y otras vecinas del pueblo.
Entonces las tres niñas andaron hacia atrás hasta el lugar donde había caído el crucifijo. Estas marchas hacia atrás no eran raras. Conchita, con los ojos fijos en el cenit, hizo una leve inclinación, bajó la mano hacia el suelo, hasta que ésta estuvo a unos 50 centímetros del suelo.
Fue entonces cuando ante los atentos y estupefactos ojos de todos nosotros los que la observábamos, el crucifijo salió solo por si mismo del barro y se elevó hasta la mano de la niña que lo agarró enseguida con las dos manos mientras que continuaba su éxtasis.
Cuando acabó el éxtasis, me acerqué a la niña para examinar sus manos. Puedo afirmar que lo hice inmediatamente de acabar el éxtasis. Ahora bien, ni las manos ni el crucifijo tenían la menor traza de barro.
Estoy dispuesto a firmar esto, y debo decir que fue visto por otras muchas personas entre las que se encontraba doña Daniela Cuenca de Los Corrales de Buelna.
La niña no se mojaba con la lluvia.
Dice D. Plácido Ruiloba:
Ocurrió otra cosa en el curso de una malísima noche. Llovía a torrentes. Jacinta cayó en éxtasis y yo me ofrecí para acompañarla solo. Se me aceptó y aproveché para hacer una prueba.
La niña, como siempre, andaba con la cabeza inclinada hacia atrás, las manos muy apretadas sobre un crucifijo. Sólo íbamos la niña y yo. Yo la protegía con un paraguas de esos que llamamos familiares, prestado por una señora del pueblo.
Mi brazo, sosteniendo el paraguas, pasaba sobre los hombros de la niña y me dije que quizás podría conducirla a mi gusto. Mis dudas me ayudaban, y teniendo en cuenta la gran oscuridad, la lluvia que caía, el paraguas que nos tapaba la visión, yo me repetía que sí, que podría conducirla a donde quisiera.
Pero constaté que no, y que sin duda de ninguna especie, la niña continuaba llevando otro camino completamente distinto del que yo intentaba imponerle.
Terminé por decirme que, decididamente, esta niña que elevaba los ojos en un ángulo increíble, debía ir tras una luz que yo no percibía. Como el éxtasis se prolongaba y el camino se volvía impracticable, mi brazo se fatigaba de sostener el paraguas, lo cerré aunque la lluvia continuaba sin cesar, y la acompañé todavía durante veinte minutos, de suerte que yo iba empapado como una sopa. Mis pies nadaban dentro de los zapatos.
Al cabo de veinte minutos, pasamos ante una casa iluminada por una pequeña bombilla eléctrica, lo que me permitió constatar con estupor que los hombros y la cabeza de la niña estaban completamente secos.
Con el fin de asegurarme mejor, pasé mi mano mojada tres veces sobre sus cabellos, y mi mano se secaba como con una toalla. Todo esto, lo afirmo y estoy dispuesto a jurarlo con la mano sobre los Santos Evangelios.
La Virgen nos dice siempre dónde está lo que se nos pierde.
Una señora que estaba en casa de Loli dejó encima de la mesa una medalla grande de oro para que se la alcanzara a besar a la Virgen. Mari Loli cogió la medalla de la señora y con ella en la mano y con la mirada hacia arriba, salió a la calle.
Eran las doce de la noche y llovía a cántaros, y se fue hasta la puerta de la Iglesia. Al salir del éxtasis se acercó la señora dueña de la medalla y le preguntó:
-- ¿Dónde está mi medalla?.
Mari Loli le respondió:
-- Se me ha perdido.
La señora se apuró muchísimo porque era un recuerdo familiar, pero enseguida la tranquilizó la niña diciéndola:
-- No se preocupe; la Virgen me ha dicho que volverá a las dos de la madrugada y siempre que se nos pierde algo Ella nos dice donde está.
Exactamente a esa hora volvió la Virgen y cayó en éxtasis Mari Loli; hizo el mismo recorrido de casa a la Iglesia y seguía diluviando.
Como algunas calles tienen unas cuestas muy pronunciadas, el agua bajaba con mucha fuerza, desde los pinos hacia abajo, incluso arrastraba piedras. Al volver de la Iglesia hacia casa vieron que Mari Loli, sin dejar de mirar hacia arriba, metió la mano en un charco y todos dijeron:
-- Seguro que ya tiene la medalla.
Así fue porque al llegar al portal salió del éxtasis, abrió la mano y la dijo a la señora:
-- Lo ve, la Virgen nos dice siempre dónde está lo que se nos pierde.
Nos quedamos asombrados, pero así sucedió.
Continuará... Madre de Dios y Madre nuestra (7).
A. M. D. G.