Las Apariciones de la Virgen María en San Sebastián de Garabandal

 

Capítulo 13

 

Dr. Ricardo Puncernau, neurosiquiatra.

Vicepresidente de la Sociedad Española de Sofronología y Medicina Psicosomática y Presidente de la Asociación Española de Investigaciones Parapsicológicas.

 

«Lo he sopesado, pensado y observado a conciencia y he sacado la siguiente conclusión: En Garabandal no ha existido, ni existe ningún otro causante, actuante allí, y en relación con lo de allí que la Santísima Virgen.»

 

 En estos tiempos en que el mundo está "revuelto" tanto a nivel  eclesial, como internacional, como social, como familiar, como personal, lleno de injusticias y egoísmos, hemos escrito estas líneas, nos hemos atrevido a escribir estas líneas. Son una serie de relatos sencillos, que tratan de los famosos hechos de Garabandal, vistos a través del prisma de un médico cristiano.

 El hecho de ser cristiano me obliga a decir estrictamente la verdad, sino en el adorno, por lo menos sí en la esencia de la narración. En lo importante, y aún me atrevo a decir, que en el adorno del relato.

Foto : El Dr. Ricardo Puncernau con Mari Cruz, Loli y su hija Margarita.

 Por lo menos conscientemente, no me he apartado ni un ápice de lo que yo recuerdo. Son cosas personales, mías, pero en relación con la historia de Garabandal. Cosas que nunca había dicho. Cosas que creo necesario decir. El año próximo, 1975, es el Año Santo. ¿Qué mejor ocasión que ésta para exhumar hechos que parecían enterrados para siempre, pero que en realidad nunca lo han estado? Es evidente que esto ha sido escrito para los que ya conocen la historia de Garabandal. Sino fuera así, mucho me temo que no lo comprenderían, ni lo valorarían en lo que pueda tener de testimonio.

  Barcelona, Diciembre 1974.  Dr. Ricardo Puncernau.

¿Por qué hice tantos viajes a Garabandal...?

 Pues en realidad ni lo sé... Garabandal está a ochocientos kilómetros de Barcelona, ciudad donde resido habitualmente y donde tengo mi consultorio neuropsiquiatrico. Mi buen amigo Jacinto Maristany, me instaba con frecuencia a que fuera allí. Pero yo dentro de mí pensaba "no estoy para ver histerismos, que ya veo bastantes en mi profesión de médico". Sin embargo... Una noche después de cenar me llamó por teléfono y me dijo (yo entonces no tenía coche propio) que Mercedes Salisachs, la sin par escritora, partía a las cuatro de la madrugada para allí. Me esperaría con el coche, en Enrique Granados esquina París. Yo le contesté que me lo pensaría... que seguramente que si... pero que si a las cuatro no estaba allí que no me esperara...

 ¿Cualquiera me hacía levantar a las tres y media, para estar dispuesto a las cuatro, para partir hacia una aventura de niñas histéricas? Cuando nos íbamos a acostar le conté a mi mujer el peregrino caso. Nos arrodillamos al pie de la cama de matrimonio, para rezar las cortas oraciones de la noche que teníamos por costumbre. Terminadas éstas, mi mujer abrió el armario, sacó la máquina fotográfica y ante mi sorpresa me la dio, mientras decía: 

- Toma... ve a Garabandal y saca muchas fotos... 

Aquel insólito gesto de mi mujer, que no me deja ni a sol ni a sombra, me sorprendió ¿Qué raro... ?

 - Puedes llevarte a Margarita... Margarita es la mayor de las chicas... entonces tendría unos ocho años... 

- Pero...

 - Nada, te vas a Garabandal... La pequeña Margarita estuvo la mar de contenta de aquel viaje imprevisto. Total que sin guisarlo, ni comerlo, a las cuatro subíamos al coche de Mercedes Salisachs, y emprendimos el viaje a Garabandal. El primero de los diez o doce que realicé después. 

Todavía recuerdo que en un hotel de Zaragoza donde hicimos parada y fonda, y donde la amabilidad de Mercedes Salisachs nos invitó a comer, comimos arroz a la cubana, uno de mis platos favoritos. Por la tarde proseguimos a toda velocidad el viaje y al atardecer de aquel día llegábamos a Garabandal. ¡Que delicia de paisajes! ¡ Que encanto de aires puros! ¡ Que desastre de camino de carros, desde Cossío a Garabandal!.

 El coche patinaba, resbalaba junto al precipicio que daba al río, subía, empujando todos, una empinadísima cuesta, que era como una escalada al Naranjo de Bulnes por la pared Norte, bueno por la más difícil. Pasados los doscientos metros de la escalada y dado que Garabandal quedaba cerca, decidí ir a pie el resto del camino. Los demás prosiguieron en coche, ya en el llano. Yo fui paseando tranquilamente disfrutando del agreste paisaje de la montaña, reposando y tranquilo, después de tanto ajetreo cocheril.

La carretera-camino, se había ensanchado un poco y era más potable. A la izquierda de la carretera había una pequeña roca que apenas asomaba del suelo de un prado y sentada encima de ella a unos trescientos metros, se veía la figura de una jovencita vestida de blanco que aguardaba a su madre, que había ido a cortar o recoger de algún vecino huerto hortalizas o que sé yo. Miré a la niña debía tener unos trece o catorce años, quizá más, quizá menos, ella sin moverse me miró a mí. Fue, por lo menos para mí, una mirada especial. Yo sin conocerla sabía, que era una de las niñas videntes de Garabandal. 

No sé porque lo sabía, pero lo sabía. Su vestido blanco resaltaba sobre la verde hierba del prado. Su figura me pareció muy gentil, en aquel atardecer, casi ya crepuscular, de mi primer contacto con alguien de Garabandal. Y nada menos, según supe después, con la persona más importante, de aquellos extraños hechos que me habían relatado. Lo más curioso es que cuando después la conocí, le dije que la había visto en el prado. Y ella me contestó de una manera intencionada e incisiva, de un modo sorprendente:

 - Yo también te vi a ti...

 Yo pensé dentro de mí "ojo doctor no te dejes engatusar..."Pero la verdad es que me sorprendió su contestación: - Yo también te vi a ti... Seguí andando. Pasada una curva del camino divisé Garabandal. Sus casas vetustas y pintorescas. Frente a una especie de plazuela, debajo de un único árbol, estaba aparcado el coche de Mercedes Salisachs.

   Nos acomodaron, para poder dormir en una de las últimas casas del pueblo, casi a las afueras. Era una sucursal del "hotel Puncernau" como después explicaré. No tengo porque describir las callejas del pueblo iluminadas, si las había, por unas débiles bombillas y hechas un verdadero barrizal. Llenas de piedras y de cascotes. Al desaparecer Mercedes Salisachs me encontré, aparte de la compañía de mi hijita, un poco perdido en la aldea. Al final de la calle mayor del pueblo, siguiendo la carretera, se encontraba la taberna del Ceferino, que en aquel entonces ejercía las funciones de Alcalde del pueblo. Una de sus hijas Mari-Loli, era precisamente otra de las videntes.

 Ceferino estaba reunido delante de la taberna, en plena plazoleta con un grupo de amigos. Al acércanos el grupo de hombres nos miró un tanto suspicazmente. ¿Quiénes serán éstos? . Intenté entablar conversación. Al decirles que era médico, se echaron un poco para atrás. Por lo visto los médicos no gozaban de muy buena fama.

Su reticencia no quitaba, no obstante, su amabilidad y buenas maneras. Ceferino me pareció un hombre digno, un tanto cazurro y socarrón, pero como la mayoría de gente de Garabandal con un corazón de oro. Todavía me acuerdo que más adelante y cuando nos hicimos amigos se iba a pescar al río, en tiempo de veda o sin ella, truchas para obsequiarme. Nunca he comido unas truchas tan buenas como en casa del Ceferino.

Al poco rato se corrió el rumor que Conchita había caído en éxtasis. Poco después Jacinta y Mari-Loli. Y finalmente Mari-Cruz. En estado de trance se juntaron las cuatro y luego siguieron juntas rezando el Rosario, que la gente que las seguía, contestaba.

Heché un vistazo a la curiosa procesión y entré en la taberna del Ceferino a tomar una coca-cola. En la taberna había una chica uruguayana que trabajaba en el "Folies Bergére" de Paris. Pronto entablamos conversación. Me dijo que ella no solamente no creía en aquellas supuestas apariciones, sino que no creía en nada de la religión. Había venido a Garabandal por simple curiosidad. Al cabo de un rato le propuse, salir fuera para ver lo que ocurría con las videntes. Las vimos de lejos, agazapados en la sombra de una casa, como se dirigían rezando el Rosario, hacia la iglesiuca del pueblo.

Desde nuestro escondido observatorio mirábamos lo que pasaba. De pronto vimos que Conchita, en trance, se destacaba de la procesión y se dirigía andando normal, pero con inusitada rapidez, hacia nosotros, que permanecíamos escondidos en la sombra apoyados en la pared de una casa. Llevaba un pequeño crucifijo en la mano. Yo pensé, ésta se ha enterado que eres médico y ahora viene a hacerte la gara-gara ¿Pero cómo te habrá visto? . Pero no. Se dirigió a mi compañera y le puso a viva fuerza el crucifijo en la boca para que lo besara, una, dos y tres veces. La Virgen María, también estaba por las bailarinas del "Folies Bergére".

Después Conchita igualmente en trance se unió a las demás y siguieron rezando el Rosario. Mi compañera, la bailarina, se puso a llorar a moco tendido, con unos grandes y sentidos sollozos, tan desconsolados que pensé que le daba un ataque. La acompañé hasta los bancos de madera que estaban en el exterior y adosados a la pared de la taberna del Ceferino. Se arremolinó gente, Intenté calmarla. Al fin, pudo explicar, que había pensado "in mente": Si es verdad que se aparece la Virgen que venga una de las niñas a darme una prueba". "Apenas hube pensado ésto, cuando Conchita vino corriendo hacia mí a darme a besar el crucifijo. Yo no quería y le aguantaba la mano. Pero ella con una fuerza inusitada me puso el crucifijo pegado a los labios y no me quedó más remedio que besarlo. Una, dos, y tres veces, yo la incrédula, la atea, la que no creía en nada. Ello me emocionó sobremanera".

Nos encontramos, como diré, en el tren de vuelta camino de Bilbao. Más tarde sé, porque nos escribimos algunas, veces, que dejó el "Folies Bergére" y regresó con su familia al Uruguay. Esta fue la primera experiencia que observé en Garabandal. Mi hijita Margarita me vino a decir que tenía sueño. Eran ya más de las doce de la noche. La acompañé hasta nuestra habitación, esperé que se metiera en cama y me senté a los pies de la misma para hacerle compañía, por lo menos hasta que se durmiera.

Al poco me dijo: 

- Papá... si quieres puedes irte... aquí no tengo ningún miedo... ¿De verdad...? 

- Sí... vete tranquilo... Le di un beso, le deseé buenas noches y la dejé durmiendo plácidamente.

Salí a las callejas. Hacía una noche fría y estrellada. Los luceros brillaban, para un barcelonés, con un fulgor inusitado. Pensé si sería verdad, que la Madre del Cielo, velaba y protegía con los brazos extendidos a los habitantes y transeúntes de Garabandal. Mis hijos no son miedosos. Sin embargo, para una chiquilla de ocho años quedarse sola en las afueras de un pueblo desconocido, tan tranquila, no dejaba de sorprenderme. 

Paseando por las callejas oscuras y solitarias del pueblo, yo también tenía esta sensación de protección. Con la cantidad y cantidad de gente que ha subido a Garabandal, nunca ha ocurrido, que yo sepa, ningún accidente desagradable.

La única vez que cayó un camión cargado de obreros por un precipicio al río, nadie se hizo nada más que leves rasguños. Y que conste que en aquellos tiempos, el camino carretera era para matar a un ejército entero, por más motorizado que estuviera.

Me fui a seguir observando el trance de las videntes. Pero me negué rotundamente a responder al Rosario. Podía tratarse de un fraude y yo no quería colaborar con él. Mi papel como médico era observar fríamente los hechos. ¿Pero qué premeditada frialdad de corazón, podía resistir el amable calor de Garabandal?

Encontré a las videntes frente a las puertas cerradas de la iglesiuca. Estuvieron un rato pegadas a ella, como si pidieran audiencia para entrar. Luego, sin perder el estado de trance se volvieron y extendieron los brazos en forma de cruz. 

- Van a hacer el avión... van a hacer el avión 

-oí que susurraba la gente que las acompañaba. Me pareció una expresión un poco populachera. Pero sí, con los brazos extendidos se fueron a correr por las callejas de casi todo el pueblo. Era muy curioso porqué daban la impresión de que apenas se movían, en una marcha un poco alada, como si fuera una película al "ralentí" como en una pseudo-levitación, pero la velocidad era increíble, tanto que los mozos del pueblo, jóvenes y fuertes, a pesar de sus esfuerzos no podían alcanzarlas.

Después de correr por todo el pueblo volvieron al paso normal y al poco rato salieron del trance sonrientes. Punto aparte, merece la entrada en trance y su salida del mismo. Ellas decían que tenían tres llamadas. La primera era como un "ven", acompañada de una sensación de alegría, la segunda era "como un ven... corre... ven" con mucha mayor alegría y mucho más apremiante. La tercera llamada, coincidía con la entrada fulminante en éxtasis.

Ellas, las niñas, decían, ya tengo una llamada, ya tengo dos llamadas. Los espacios de tiempo entre las mismas eran completamente irregulares. Alguna vez, cuando sabía que ya tenían dos llamadas, procuraba hablar con ellas intentando distraerles y sobre todo hacerlas hablar de algo que las interesara. A veces en mitad de una palabra caían fulminadas, de rodillas, en estado de trance.A pesar de que se las veía interesadas en lo que estaban relatando. 

Ello me llamó mucho la atención. No es la forma normal de entrar en un trance tanto más si la persona no está condicionada a un signo señal. Entre los asistentes no había nadie capaz de entender de ello. Ni saber siquiera de qué se trataba.

Más de una vez habíamos ido con Conchita a las brañas, a llevar la comida a alguno de sus hermanos. Incluso alguna que otra vez nos habíamos quedado a hacer una comida campestre. Con Aniceto habíamos llegado hasta ver Tudanca, desde lo alto de la braña.

Había organizado una espantada, para que pudiéramos saborearlo, de caballos salvajes. Mientras tanto Conchita se había quedado a preparar la comida. Nos íbamos todos los acompañantes de excursión un poco a regañadientes, pues todos hubiéramos preferido quedarnos al lado de Conchita. No teníamos bastante con todo el largo camino en su compañía, queríamos más. Que chiquilla más encantadora. Bonita y pícara en el buen sentido de la palabra. Con un inteligente y fino sentido del humor. Buena sin mojigaterías, ni ñoñerias. Completamente normal. Bromista y simpática, era una chiquilla que enamoraba.

Yo había visto a muchas personas, hombres y mujeres, incluso sacerdotes completamente embobados con ella. Era de una corrección exquisita, con todo lo que pudiera significar el más leve asomo de impureza.

Y la gente en general, excepto un par de desgraciadas actuaciones, se embobaban con ella, pero siempre se comportaban con la máxima corrección. Había una corriente de amor cristiano puro y sin mácula. De verdadero amor. Del mismo amor de la Madre Celestial.

Hacíamos ya en el camino de vuelta, todas las chiquilladas imaginables, nos reíamos como tontos, pero nunca observé en ella ni el más leve asomo de picardía malsana. Quizá por ello mismo era tan atractiva. Nos tirábamos piedras en plan de broma y hacíamos campeonatos para ver quien era más alto. Los dos hacíamos trampa, poniéndonos disimuladamente de puntillas. En algún momento no obstante se quedaba seria y como ausente. Como si tuviera alguna especial vivencia interna. Esta, era la mejor forma de conocer a la chiquilla, más que haciéndole exámenes y tests, aunque también se los hice. Lo mismo podría decir de Jacinta, Mari-Loli y Mari-Cruz.

Unían a su gallardía castellana o montañesa, una simpatía sin límites. Una vez Mari-Loli me contó, las primeras veces, cuando era pequeñita, que estaba fastidiada, porque la gente de día y de noche la seguía a todas partes y ni siquiera la dejaban hacer pipí con tranquilidad.

Teniendo en cuenta que en todo el pueblo había un solo "water closet", cuarto de baño. Nada de baterías ñoñas. Todo sencillo y normal. Nunca observé que se quisieran hacer las santitas. Desde luego no citaré los nombres de los desgraciados que quisieron insinuarse malévolamente con Conchita. Insinuación que por otra parte quedó de inmediato cortada, por la propia interesada.

Era curioso observar, como he dicho antes, que todo el mundo deseaba la compañía de las chiquillas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, curas y seglares. Sin duda enamoramiento transferido a la Virgen, a la que ellas decían que veían y hablaban. Pero en muchos casos el amor no trascendía, sino que se quedaba en las propias chiquillas, cosa por otra parte que me parecía muy humana y natural.

Cuando ya Mari-Cruz no tenía aparición y las demás niñas sí, me dió pena, la notaba triste por aquel motivo. Le di mi anillo de matrimonio, para que lo diera a besar a la Virgen, como acostumbraba a hacer. En aquel viaje me quedé en Garabandal tres días y medio. Ella muy contenta se puso mi anillo en uno de sus dedos. Pasaron los tres días y Mari-Cruz no tenía aparición, no entraba en trance. La noche del día que me debía marchar, le dije "tendrás que devolverme el anillo, pues a las tres de la noche debo marcharme". "Déjemelo un poco más... a lo mejor esta noche tengo aparición".

Se lo dejé. Las otras tres entraron en éxtasis. Iban las tres andando en trance, cogidas del brazo. Mari-Cruz se acercó se cogió al brazo de una de las otras, levantó la cabeza y así anduvo diez o doce pasos, para ver si le prendía el trance también a ella. Pero no hubo trance. Sé desenganchó triste, sin decir palabra, me devolvió el anillo y se alejó cabizbaja.

He de decir, no obstante, que el anillo ya había sido besado otra vez, en un éxtasis de Conchita. Explico ésto para que se vea hasta que punto el éxtasis venía cuando venía... no cuando ellas querían.

El transparente comportamiento de Mari-Cruz no podía engañar a nadie. Yo, si le di el anillo, fue por puro cariño hacia la niña y porque me daba pena verla triste. No se trataba de ningún ardid.

En una de las excursiones a la braña, me quedé a comer invitado por Serafín, el hermano mayor de Conchita. Mi hijo Augusto, invitado a tomar leche, tal como salía de la vaca, no la pudo digerir o quizá le diera asco, la cuestión es que la vomitó. Se encontró mal y bajó al pueblo donde aquella vez, estaba mi mujer, Julia.

Me quedé pues, sólo con Serafín y comimos en la cabaña de las vacas. Después de comer intenté tirarle de la lengua, pues se decía que sabía por Conchita cuando sería el Aviso. Saqué la conclusión de que si lo sabía, no lo quería decir.

Lo único que saqué en claro fue, que iría precedido de un especial acontecimiento en la Iglesia, que después de muchas preguntas y deducciones me pareció sacar en claro, por lo que él me dijo un tanto oscuramente, que sería algo parecido a un Cisma. 0 yo lo entendí así.

Me contó que en invierno se pasaba meses enteros sin bajar al pueblo. Le pregunté en que pasaba el tiempo y me respondió que pensando y leyendo alguna que otra novela, de tres al cuarto.

Serafín era en aquel entonces un hombre muy simpático y agradable. Estaba algo dudoso, de las cosas que le ocurrían a su hermana. Me repitió lo que ya me había dicho Aniceta, que Conchita era muy dada a la broma, que a veces llevaba a ultranza.

Daba, sin embargo, la impresión que se encontraba desorientado, frente a todos aquellos insólitos hechos. Le pasaba como a mí, que creía, como le decía a Conchita, "cinco minutos sí y cinco minutos no".

Pero fuera lo que fuera, lo que es verdad es que notaba en mí un aumento de fervor religioso. Al caer la tarde, bajé sólo, hacia el pueblo por el camino de las brañas. Me paré un momento, donde no se quién, había tenido según me había dicho Conchita, un niño. Allí mismo sobre una roca. 

Recé un Avemaría al pasar por el talud, donde se deslizaban a veces enormes piedras, formando una especie de "río de piedras". Atravesé antes, el riachuelo, me entretuve contemplando el paisaje duro y salvaje y cuando desemboqué cerca de la casa de Aniceta, había la acostumbrada tertulia de los atardeceres, en el banco de madera adosado a la pared de la casa, cuya alma era ¿cómo no? la propia Conchita.

Alguna que otra mujer empalagosa, siempre la tenían cogida del brazo, como si fuera una reliquia viviente. Allí se hablaba de todo y de nada. Había los que aceptaban la conversación intrascendente y divertida, pero habla otros, entre ellos algún que otro sacerdote, que no paraban de hurgar y preguntar, de marear a la pobre niña.

¡Qué santa paciencia! Con frecuencia en estas tertulias estaba sentado en el estrecho banco de madera, el abuelo de Conchita, un viejecito la mar de simpático y jacarandoso.

De todas maneras Conchita sabía zafarse de visitantes demasiado impertinentes y subía a sus habitaciones o se ponía a saltar a la comba.

Este relato no tiene más mérito que dentro de nuestras limitaciones humanas, dentro de los que nos hacen conocer nuestros sentidos, dentro del uso recto y correcto de la inteligencia que Dios nos ha dado, decir la verdad y nada más que la verdad. Y no digo toda la verdad porque el relato se haría interminable.

Sin otra preocupación, escribo pues, despreocupadamente, de los hechos o circunstancias que recuerdo bien y con claridad. Escribo como médico cristiano, pero más médico, que cristiano. Que por favor ningún fanático se escandalice, como ya me ha ocurrido otras veces.

Pero lo que sí es un hecho de observación y de introspección, es que nadie se cansa nunca de hablar sobre Garabandal. Además, estas charlas, que a veces son repetición de otras anteriores, nunca cansan y van acompañadas de una rara alegría interna para el que las pronuncia y hasta me atrevería a decir para el que las escucha.

Mi mujer ha oído muchas, muchas veces, la misma conferencia, más o menos y me dice que me estaría escuchando toda la vida.

 Estaría escuchando cosas, que sabe a veces mejor que yo. Soy un hombre al que fastidia extraordinariamente tener que repetir una misma conferencia médica o para-médica. Huyo de ello como de la peste. Es superior a mis fuerzas. 

Sin embargo, en tratándose de Garabandal, no me canso, sino que me gusta y hasta me da una inusitada alegría. Es como una borrachera de alegría. Y no sólo en conferencias, sino en simples reuniones o tertulias. Tanto es así, que teníamos que estar sobre aviso porque sino, nos daban las tres y las cuatro de la mañana, charlando de Garabandal.

Y lo más curioso es que era un eterno "ritornelio" sobre los mismos temas. Era un hecho asaz curioso. Probablemente el demonio también metía baza en el asunto, porque surgían una especie de celos malsanos, de haber sido el primero de enterarse de una cosa, o de gozar de mayor intimidad con las niñas, o de presumir, cosa que en general no era cierta, de estar en posesión de algún secreto desconocido para los demás.

Era una presunción y unos celos un tanto estúpidos, que no podían ser más que obra del Tentador. Pero lo cierto es que he llegado a dar, unas noventa conferencias sobre Garabandal, la mayoría con la colaboración gráfica de David Clúa, sin fatigarme jamás.

Y siempre tenía que acortar, pues sino las conferencias temía se hubieran hecho inacabables y pesadas. Me limitaba, como hago en el presente escrito, a los hechos más importantes. Este cariño a todo lo que se refería a Garabandal, se extendía de una manera espontánea a todos los Garabandalistas, excepto a media docena de fanáticos, que con toda la buena fe, estoy seguro, se pasaban muchas veces de la raya.

Con motivo de un opúsculo que publiqué, en el que, para demostrar el poco aprecio que teníamos de las cosas de la Madre, se me ocurrió ponerle encima, una mancha de tinta. Me escribieron unas cartas feroces, impropias de cristianos, que todavía conservo en mi poder. ¡Y ésto en nombre de la Virgen...!

Pero aparte de este grupito de fanáticos a ultranza, el resto de Garabandalistas, me parecieron gente muy sensata y muy buena, que prestigiaban sin duda los hechos de Garabandal. No digamos de la gente del pueblo, que a pesar de todas las suspicacias ("nadie es profeta en su tierra") y dudas, eran una gente tan buena, que me hubiera quedado a gusto a vivir con ellos.

En este quehacer de difusión de Garabandal, más adelante nos ayudó por su cuenta, el bueno del doctor Sanjuán Nadal.

El segundo viaje que hice a Garabandal, fue con mi mujer y mi hijo mayor Augusto. Mi mujer quedó muy decepcionada de lo que había visto en Garabandal y le pareció algo muy baladí. Mi hijo Augusto con su carácter serio y reconcentrado, apenas dijo nada.

Mi mujer Julia, dio a Mari-Loli en éxtasis a besar el anillo de matrimonio a la Santísima Virgen. Como le venía estrecho y no se lo podía sacar, la niña le cogió la mano y la fue girando como si la Virgen besara "in situ" el anillo de boda.

Pero repito le pareció todo pueril y baladí. Sin embargo, en aquellas carreras que hacían a Los Pinos y de la que después hablaré, frente a la puerta de la Iglesia donde se habían parado, como acostumbraban, se le ocurrió tocar la mejilla de alguna de las niñas (creo que fue a Mari-Loli) y mientras todos nosotros estábamos sudados y cansados, según frase feliz de mi mujer, las mejillas de Mari-Loli, daban la impresión de "un melocotón recién sacado de la nevera".

La primera vez, como dije, fui solo (con la pequeña Margarita). En el tren Santander-Bilbao encontré la misma chica del "Folies Bergére". Nos sentamos juntos y empezamos a charlar de cosas intrascendentes: En el curso de la conversación y debido al calor que hacía, me ofreció uno de estos papeles impregnados de colonia para que me refrescara los brazos y la frente.

A pesar de que los perfumes no me gustan mucho, acepté y me lo pasé por los brazos y por las manos. En Bilbao nos despedimos, intercambiamos las direcciones y seguimos escribiéndonos de vez en cuando, sobre Garabandal, naturalmente. Nos quedaban unas tres horas de espera para coger el expreso para Barcelona y las aprovechamos para deambular un poco por Bilbao.

A la hora, subimos al vagón coche-cama y fuimos a cenar al coche restaurante. Margarita con todas aquellas novedades, lo pasaba en grande. Me parece que fue durante la cena que empecé a notar el olor. Parecía provenir de mi mano y brazo izquierdo.

Lo atribuí en un principio a la colonia de la bailarina del "Folies Bergére". No le di mayor importancia. Ya en nuestro departamento volví a notar el olor. Entonces me di cuenta de que venía a rachas. Era muy intenso, como a sándalo. Solo olía el lado izquierdo. Duraba como unos dos minutos y luego desaparecía del todo. No tenía intervalos fijos.

Me dije a mí mismo, que era una cosa sugestiva, de tal modo que ni siquiera se lo dije a Margarita. La próxima racha de intenso olor me pareció localizarlo en el anillo besado por la Virgen. Por lo menos era el sitio de donde salía más fuerte. En mi interior estaba avergonzado de dejarme sugestionar como un histérico.

No dije nada a nadie, pero las rachas de olor a sándalo (por lo menos es a lo que se parecía más) venían muy intensas de tanto en tanto, en el momento más impensado.

Al día siguiente el extraño olor se fue repitiendo, a intervalos irregulares. Fuertísimo. Al llegar a casa, tuvimos el tiempo justo para arreglarnos un poco y nos trasladamos en tren a Caldetas, donde mi familia veraneaba. Al fin me atreví en secreto, a contarle lo del olor a mi mujer, la cual, como es natural, me tomó por loco o así. Sin embargo, aquella misma noche, ya en nuestra habitación y mientras empezábamos a desnudarnos para acostarnos, vino el olor. Le acerqué la mano a Julia y le dije.

- Toma, ahora, huele... 

Ella me cogió la mano por puro cumplido, convencido que estaba orate. Se acercó el anillo a su nariz y cuando según me cuenta ella, iba a decirme: 

- Pues yo no huelo nada... 

La ví quedarse pálida como la pared blanca de la habitación, sin poder articular palabra y transida de emoción. 

- Pues sí... sí que huele... como a sándalo...

Al día siguiente estando en la playa, volvió a venir el olor más fuerte que nunca. Yo estaba extraviado de que la gente no se volvieran a preguntar que era aquello. Conmigo al borde del agua estaba mi hijo Augusto. Toma huele

- le dije Sí

- contestó con su habitual seriedad

- si ésto huele... no sé a qué, pero huele intensamente...

No le hizo mayor caso y se metió en el agua. Aquella fue la última vez que percibí el extraño olor. Después nunca más. Mi mujer a pesar del olor seguía con sus dudas hasta que le ocurrió un fenómeno inusitado como relato a continuación.

Julia, mi mujer, sólo subió una vez a Garabandal. Con nosotros en aquel viaje también el P. Alba, mi hijo Augusto, el señor Serra, un magnífico conductor y el simpático señor de Pedro. El P. Retenaga no subió nunca conmigo, ni el Dr. Ortiz, vigiló nunca cualquier examen médico que yo hiciera a las niñas.

Quiero hacer constar que el Dr. Celestino Ortiz Pérez, me ha merecido siempre todos los respetos, la confianza y la simpatía. Puestos a puntualizar, lo único que diría es que le encuentro excesivamente emotivo. Emotividad producto de su propia bondad natural.

En aquel viaje Julia, vino decepcionada. Le pareció, como después al famoso Obispo Puchol, todo junto, un juego de niñas. Sin mayor importancia. Entonces teníamos el resto de la familia de veraneo en Caldetas. Julia casi sin hacer escala en Barcelona, se trasladó a Caldetas. Yo subí él sábado siguiente.

Y cual no sería mi sorpresa cuando la encontré completamente cambiada respecto a lo de Garabandal. Me contó que el día antes paseando a media tarde por el frondoso parque municipal de Caldetas, de plátanos híbridos, en el momento más impensado, se sintió como ausente de la realidad y como trasladada a revivir todo lo de Garabandal. Como si estuviera sonámbula y como si la gente y las cosas del parque fueran irreales. Todo ésto, con una gran certeza en la veracidad de todo lo de Garabandal, con un inmenso aumento de amor a la Virgen, con una seguridad y una emoción vivísimas.

- Yo a la Virgen siempre le había querido... pero que quieres que te diga... en cambio ahora... me decía. Este estado le duró unos instantes en el tiempo calendario y mucho más en el tiempo interno o psíquico. Desde entonces está convencida de Garabandal y de todo lo que significa y comporta. Convencidísima y lo sigue estando. Lo ha estado siempre... Nunca ha tenido ninguna duda. Nunca.

Junto con esto hubo un aumento notable en el amor espiritual en nuestro matrimonio, acompañado de una rara sensación de alegría interna, que me atrevería a calificar de extraterrena.

Aquí sólo quiero recalcar un punto. Lo he sopesado, pensado y observado a conciencia y he sacado la siguiente conclusión. En Garabandal no ha existido, ni existe ningún otro causante, actuante allí, y en relación con lo de allí que la Santísima Virgen. La Santísima Virgen María para los creyentes y para los no creyentes. Pero desde luego ningún causante humano, ninguna persona que actuara en funciones de tal, ni de cerca, ni de lejos.

En el momento de escribir estas líneas soy Vicepresidente de la Sociedad Española de Sofronología y Medicina Psicosomática y Presidente de la Asociación Española de Investigaciones Parapsicológicas. 0 sea que algo entiendo de todo ésto.

En Garabandal por lo visto había que ser humilde. Había llegado al pueblo aquella misma tarde. Tenía intención de examinar a Conchita, no sólo desde un punto de vista neurológico, sino también desde un punto de vista psíquico.

A última hora de la tarde me dirigí a casa de Conchita que es cuando la niña acostumbrada a estar allí, sino para realizar el examen entonces, sí por lo menos para quedar para el día siguiente.

Todo el mundo tiene derecho a tener un momento de mal humor. Entré en la cocina para explicarle a Conchita mi propósito. Pero apenas empecé a hablar, su madre Aniceta, me echó de allí a cajas destempladas. Me quedé "patidifuso" y me largué".

Nunca me había ocurrido una cosa semejante. Aniceta y no digamos Conchita, siempre me habían tratado con la más exquisita educación. Como explicaré después, ya había examinado a las otras niñas y había hablado con Conchita para examinarla también a ella, más adelante.

Me fui a cenar, la consabida tortilla y un poco de chorizo, y luego me trasladé al "hotel Puncernau", que era como llamaba en plan de broma a la casa, la primera a la derecha entrando en la calle Mayor, propiedad de dos hermanos, todo bondad y todo franqueza.

No puedo negar que después del fiasco que me había dado Aniceta, estaba de mal humor. Después me serené y pensé, si todo ésto es cosa de Dios y conviene que pueda examinar a Conchita, todo se hará, y si no conviene o no es de Dios, no viene de un examen más o menos.

Es decir, acepté con humildad lo que Dios dispusiera. Dormí como un bendito. Después de haber desayunado mi buen café con leche, me dispuse a dar una vuelta por el pueblo, sin rumbo fijo. En una de las callejas me topé de manos a boca con Aniceta. 

-¿Usted que quería ayer noche...? 

- Pues poder examinar a su hija...

Venga conmigo... creo que ahora está en casa... Llegamos a su casa. 

-Conchita... Conchita... aquí esta el Dr. Puncernau que quiere examinarte.

Es mejor en tu misma habitación... pues aquí abajo no os dejarían tranquilos... suba... suba doctor... Conchita puso dos sillas, frente a frente, al lado de su cama. Dejamos la puerta abierta.

Aniceta trasteaba por la casa y de vez en cuando subía a buscar algo, y a vigilar qué hacíamos. No dijo una palabra. 

- Antes de nada, descálzate y échate en la cama.

Pronto estuvo, sin la especie de alpargatas que llevaba. Quiero remarcar que llevaba los pies limpísimos. Los pies y las piernas. Examiné el reflejo rotuliano, el aquíleo, el plantar... la sensibilidad externa e intraceptiva, el sistema motor, cerebeloso, los pares craneales, etc. Luego ya sentada en la silla, terminé el examen neurológico. Después le hice un test de Koch y un Rorschach. En fin todo a pedir de boca.

El test de Rorschach, fue algo sorprendente a una velocidad increíble dio más de 70 respuestas, completamente lógicas y muchas de movimiento. Tenía una imaginación vivísima con tendencia a la fabulación. El test de Wechier-Bellevue, dio un grado de inteligencia superior.

Estuvimos, con gran complacencia mía, más de dos horas juntos en su habitación. Un rato que me quedé callado, me preguntó: 

- ¿En qué piensas, doctor?

 Yo de una manera espontánea respondí: 

- Estaba pensando... en que se está muy bien aquí contigo...

En mi respuesta no había ni la mínima sombra de ningún mal pensamiento. Respondí sencillamente la verdad y no me arrepiento. Sus ojos entre picarescos y risueños me decían, no se lo tome tan en serio doctor... Pero la verdad es que se estaba bien... muy bien allí.

De todos los garabandalistas son conocidas las dudas y negaciones de las propias videntes, por otra parte preanunciadas con tiempo. ¿Cómo conviene proceder en este estudio?

El primer problema que debemos considerar, es tratar de si es posible la explicación parecía presentarse en unos términos muy simples:

a) Todo había sido un juego de niñas.

b) Las niñas arrepentidos de su juego habían confesado finalmente la verdad.

La primera afirmación es inaceptable por los estudios médicos. Aun en el caso de que las niñas hubieran en algunos momentos añadido "algo" de su propia cosecha, es completamente inverosímil que TODO hubiera sido un juego de niñas.

Los mismos médicos de la Comisión nombrada, de una vez por todas, tenía a mi entender la suficiente clase científica, para haber descubierto desde los primeros momentos una superchería infantil.

Aquellos estados de trance extático, con pérdida de la sensibilidad y de la sensorialidad, la abolición del reflejo foto motor y de oclusión palpebral, la plasticidad muscular cérea durante los trances, la resistencia a la fatiga, el mimetismo exacto en los cambios de expresión emocional de la cara, en las cuatro a la vez (sin ninguna clase de contacto) y en el mismo instante, etc., etc., no puede considerarse en absoluto un juego de niñas.

La historicidad médica de los hechos de Garabandal, de la que hay abundantes testimonios gráficos, es incontrovertible.

En otro de mis viajes estuve en Santander con el amable secretario de la Comisión. Estuvimos diez horas, repasando todo aquello que se consideraba negativo respecto a Garabandal. De resultas de este estudio, cuyo peso específico era poco contundente, se acordó ir a ver al representante del Sr. Obispo (éste se encontraba en el Concilio), para pedirle la formación de una nueva Comisión de Estudio. El señor Vicario nos prometió comunicar nuestra petición al Sr. Obispo. Pero que yo sepa no se recibió ninguna respuesta.

En una de mis visitas a Garabandal pedí permiso, a los padres de Mari Loli y de Jacinta para que me dejaran levantar a las niñas durante el estado de trance. No hubo el más pequeño reparo. Levanté por separado en pleno trance a Mari Loli y a Jacinta. Ellas estaban arrodilladas y yo las izé, cogiéndolas por los codos doblados.

Noté una marcada plasticidad cérea de sus músculos. Me habían contado previamente, que cuando las niñas estaban en trance no había quien las moviera, quién las levantara, a pesar de ser personas los que lo intentaban, de considerable fuerza. Yo tengo una fuerza corriente, más bien menos, que más. Sin embargo, las levanté como dos palmos del suelo con suma facilidad.

Si no fuera porque en estos momentos la sugestión te puede jugar alguna mata pasada, yo aseguraría que pesaban menos que en estado normal. Ya en estado normal, les pedí que se colocaran en la misma postura, las dos estaban machuchas y tuve la impresión de que me costaba mucho más que en estado de trance. 0 sea que yo aseguraría que había una marcada disminución de peso en estado de trance.

Ahora bien he de confesar que hice una pequeña trampa. Sin perder en lo posible mi frialdad y lucidez médica, recé con todo fervor de cristiano antes de mi intento, un Avemaría. He aquí mi trampa.

Otro día pedí a los familiares de Conchita que si tenía éxtasis de tipo deambulatorio, me dejaran ir pegado a ella todo el rato. No hubo ningún reparo. Precisamente aquella tarde había anunciado, a Conchita, mi intención de examinarla. Al parecer la niña quedó un poco preocupada.

En el curso del largo trance, deambulando por las callejas del pueblo, oí claramente que susurraba mi nombre. 

- ¿Es bueno del Doctor Puncernau? 

- Bueno... pero eso tendrá poca importancia...

Esta fue parte de la conversación, con su visión, que capté. Al terminar el éxtasis (había mucha gente) le pedí que me dijera lo que le había dicho la Virgen de mí. Yo no las tenía todas. Pensaba, a ver si se le ocurre empezar a decir todos tus pecados... Como si adivinara mis temores Conchita me dijo: 

- La Virgen, no dice nunca los pecados de nadie...

En un momento en que la dejaron más tranquila, me escribió en el dorso de una estampita, que naturalmente guardo, lo siguiente: (Copia textual) "La Virgen me dijo que estaba muy contenta con Vd. de que le estaba dando mucha gloria a Dios y lo que Vd. tiene estudiando, que se realizará y triunfarás. Conchita"

 Me llamaron la atención los superlativos. Esto debe ser cosa de la misma niña. Pero ¿qué Madre no encuentra todas las gracias a su hijo aunque fuera un destacado o un sinvergüenza?

Otro detalle que quiero relatar es el siguiente. Con frecuencia en sus paseos extáticos se descalzaban y andaban por las callejas, llenas de barro, piedras, potes, cristales y deyecciones del ganado, etc. etc.

Aunque yo personalmente no lo presencié, me aseguraron que había pasado descalza sobre un montón de brasas encendidas y esparcidas. Aquel día, cuando supe que tenía dos avisos, le rogué a Conchita que me dejara examinarle los pies a lo que ella se prestó de buen grado quitándose las viejas alpargatas de ambos pies. Observé especialmente la planta del pie. Los llevaba limpios, quizá más de lo que hubiera correspondido al barro de las callejas o bien se los acababa de lavar. No lo sé.

Tuvo un trance largo, a medio trance perdió una alpargata y siguió con un pie descalzo. Al poco observé que se quitaba, en éxtasis el otro. Deambuló por las callejas del pueblo un buen rato, con los pies descalzos pasó sobre el barro y todos los habituales desperdicios. Terminó el trance descalza en la cocina de su casa. Inmediatamente, le pedí que me dejara verle los pies todavía descalzos. Busqué algún arañazo, algún rasguño, alguna contusión, en los pies. Nada. Cuando me hube cansado de examinarle los pies, se colocó otra vez las alpargatas.

Hasta después no me di cuenta de un hecho esencial. Llevaba, tenía los pies tan limpios como antes de deambular por el consabido barrizal de las callejas. Y no se los había podido limpiar con nada. Seguro, porque no la perdí de vista. Ni siquiera se había ensuciado los pies.

Hay muchas, muchas cosas que contar sobre Garabandal. La mayoría se encuentran en los numerosos libros y libritos, que se han escrito con mayor o menor acierto sobre Garabandal Y sus protagonistas. He dicho antes que en esta corta relación, he procurado separar lo que me afecta como médico y lo que me afecta como cristiano y enamorado de la Virgen María. Son dos cosas aparte.

Hace pocos días me he enterado de la muerte de Ceferino. Ceferino, en paz descanse, era un hombre un poco brutote a fuerza de sincero. Fue él quien me contó lo que sigue.

Era en invierno. No había ningún visitante en el pueblo. Había una ligera ventisca y hacía mucho frío. Hacia las tres de la madrugada oí a Mari- Loli que se levantaba y se vestía. 

- ¿Dónde vas ahora... ? 

- La Virgen me llama al cuadro... 

-¿Estás loca, con el frío que hace ... ? 

-La Virgen me llama al cuadro... 

- A ver si te saldrá algún lobo... haz lo que quieras... pero ni tu madre, ni yo te acompañamos...

Mari-Loli se acabó de vestir, abrió la puerta de la casa y se fue hacia el cuadro. A unos doscientos metros del pueblo. Si yo hubiera estado seguro que era la Virgen yo no me hubiera movido de la cama... la Virgen hubiera cuidado de ella... pero como no estábamos seguros, nos levantamos mi mujer y yo y nos encaminamos hacia el cuadro.

La encontramos en medio de la ventisca, de rodillas, en trance. Hacía un frio de mil demonios. Pensando encontrarla helada, le rocé las mejillas. Estaba calentita, como si no hubiera salido de entre las sábanas de la cama. Nos tuvo más de una hora allí. Muertos de frio. Mientras ella seguía tan campante, hablando con su Visión. Por lo visto la Penitencia la teníamos que hacer los padres..."

Más o menos, ésto es lo que me relató Ceferino, una noche sentados en un banco de su taberna. Si tuviera que relatar, repito, todo lo que viví en Garabandal sería como escribir un libro de tamaño parecido al Dr. Zivago. No es este mi propósito. La mayoría de hechos de Garabandal ya han sido escritos en la abundante literatura, nacional y extranjera que se ha publicado.

Sólo he querido mencionar una serie de hechos, que por ser muy personales, no había contado hasta ahora a nadie. 0 acaso a muy pocas personas de la familia. He esperado quince años.

Naturalmente, gracias a Dios, soy un hombre que tengo Fe. Fe cimentada entre otras cosas, en la observación de la Historia. Siempre que ha surgido una explicación, que parecía sacudir los cimientos de la Religión, he constatado que, con un poco de tiempo y paciencia, salía una nueva explicación que echaba por tierra los prejuicios contrarios.

Reconozco que me hubiera gustado mucho más al escribir las anteriores páginas, hacerlo en plan de cristiano convencido, pero no era este el papel que me había sido asignado. Las he escrito, pues, con toda la frialdad posible y sobre todo, por encima de todo, con absoluta sinceridad.

 A. M. D. G.

 


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